Recomiendo:
0

Amenábar nos regala luz con un argumento sobre la muerte

Emocionada acogida del público y de la crítica destacada en la Mostra a la película y a la actuación de Javier Bardem

Fuentes: El Mundo

Llevo varios días oyendo hablar de algo tan trivial y tan frívolo como la conveniencia o la inconveniencia, el oportunismo o el coraje, de que Alejandro Amenábar haya decidido hacer pública su homosexualidad. Algún espíritu malévolo incluso me comunica su sospecha o su certidumbre de que esas declaraciones en los días anteriores al estreno de […]

Llevo varios días oyendo hablar de algo tan trivial y tan frívolo como la conveniencia o la inconveniencia, el oportunismo o el coraje, de que Alejandro Amenábar haya decidido hacer pública su homosexualidad. Algún espíritu malévolo incluso me comunica su sospecha o su certidumbre de que esas declaraciones en los días anteriores al estreno de Mar adentro han sido lanzadas en función del marketing, para que el tufo del morbo ayude a la promoción de su criatura. Creo que el personal delira atribuyéndole a este hombre discreto y formidable director de cine la cualidad más destacada de un tal Pedro Almodóvar, o sea, la infinita capacidad de autopromoción, la astucia mediática para lograr que, independientemente de la calidad, cada una de sus películas sea un éxito comercial.

Afortunadamente, los internacionales y conmovidos espectadores de la Mostra que acaban de dedicar una ovación a Mar adentro desconocen ese absurdo mamoneo, digno de las fecales Crónicas Marcianas, sobre los gustos sexuales del autor de esta preciosa y terrible película. La tragedia del protagonista se desarrolla en Galicia y, consecuentemente, él y la mayoría de los personajes de su entorno hablan con marcada acentuación, pero lo que dice y hace este hombre lúcido, obstinado en su derecho a largarse al otro barrio, es comprensible y emotivo para cualquier habitante del planeta.

Alejandro Amenábar ha conseguido realizar una película luminosa, una exaltación simultáneamente poética y realista de la vida y de la aparición del amor en las circunstancias menos apropiadas, con un argumento tan sombrío como el anhelo de que llegue la muerte.

El niño prodigio que sedujo al público de todos los sitios con Los otros (no fue mi caso, me merece un gran respeto su solidez visual y la interpretación de Nicole Kidman, pero no me provocó angustia, ni miedo, ni emoción, sensaciones que pretendía transmitir su director y que engancharon a mucha gente), persona con crédito ilimitado en Hollywood a raíz de la inefable llave que otorga el triunfo para abrir cualquier puerta y hacer lo que te salga de los genitales, sin embargo, decide arriesgarse y narrar aquí mismo una historia tan poco comercial como la de un hombre paralizado desde hace 30 años en una cama, con el cerebro ágil e intacto y la sensibilidad a flor de piel, que pide a los que le rodean que le ayuden a suicidarse, ya que no soporta la esclavitud, la impotencia y la amargura de no poder servirse de su cuerpo, de saber que la vida está en otra parte.

Fascinación y compromiso

Resulta transparente la fascinación de Amenábar hacia Ramón Sampedro y el compromiso racional y sentimental que establece con una persona en esa ancestral y lacerante condición física y anímica.

Mar adentro está realizada desde el corazón, pero la solidaridad afectiva del autor con el tullido protagonista no serviría de nada si Alejandro Amenábar no aplicara una inteligencia y un sentido del cine fuera de lo común para hacer apasionante esa crónica. Lo consigue. El director de Mar adentro nos introduce en el rico mundo interior de ese hombre, logra que nos riamos con su maliciosa sorna, que comprendamos su estallidos de cólera, la desolación que crea el quiero y no puedo, las evasiones espirituales que se inventa su imaginación para soñar con el universo exterior y escapar de esa habituación torturante, su evocación de los recuerdos felices, su amistad y su coqueteo con dos mujeres muy distintas que acabarán enamorándose de él, su radicalismo con causa, su irremediable y profunda soledad, su desesperación militante, su desarmante agudeza.

La cámara de Amenábar no pierde jamás de vista a su héroe, pero también le sobra comprensión para describirnos admirablemente el entorno familiar y afectivo que rodea al futuro y entrañable suicida, la generosidad de esta gente, su entrega y su paciencia, aunque un enfermo tan complejo como digno, tan seductor como valiente, tan ferozmente pragmático como secretamente lírico.

Todo lo que vemos y escuchamos en esta película suena a verdad, a sutileza, a conocimiento de las luces y las sombras, los deseos y las frustraciones, los miedos y las esperanzas, la urgencia de dar y recibir amor que habita en los seres humanos. Y todo en ella es armonioso, inteligente y humano. Javier Bardem, ese camaleón hipersensible, espectacular e hipnótico, es de las mejores cosas que le han ocurrido a la interpretación cinematográfica en los últimos años. Su composición desde fuera y desde dentro de Ramón Sampedro está más allá del elogio. Qué peligro intentar darle la réplica a un actor tan asombroso, que su personalidad y su arte no te acojonen, oscurezcan o anulen. Pero Belén Rueda y Lola Dueñas bordan a esas mujeres cautivadas por el ogro tierno.La primera es sugerente, elegante, misteriosa, intensa y muy guapa. Es imposible no querer a la segunda, su desamparo, su gracia y su humanidad son torrenciales.

Con películas españolas como ésta, como Los lunes al sol, como La vida mancha, sí podría entender ese concepto tan baboso, enfático y fenicio de la excepción cultural. No sé si Mar adentro es cultura pero no tengo dudas sobre su excepcionalidad, su hermosura, su emoción contagiosa, su apuesta por la vida.