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Empresarios europeos: no compramos más espejitos

Fuentes: Telesur

Más allá de la inauguración del segundo puente sobre el río Orinoco, en Venezuela construido por una empresa brasileña, la visita de Luiz Inácio Lula da Silva a su vecino del norte, significa un mensaje para el futuro de la región, con interesantes lecturas extrarregionales. »Obras como ésta las queremos hacer en conjunto con Bolivia, […]

Más allá de la inauguración del segundo puente sobre el río Orinoco, en Venezuela construido por una empresa brasileña, la visita de Luiz Inácio Lula da Silva a su vecino del norte, significa un mensaje para el futuro de la región, con interesantes lecturas extrarregionales. »Obras como ésta las queremos hacer en conjunto con Bolivia, Paraguay, Uruguay, Chile, Ecuador porque van a permitir que en Suramérica soñemos con la integración», destacó Lula .

El mandatario brasileño destacó su convencimiento de que »hoy más que nunca» vale la pena luchar por la integración suramericana. »Me voy hoy de Venezuela más convencido de cuando vine aquí hace algunos años, de que valió la pena, valió la pena creer en la alianza entre Brasil y Venezuela, valió la pena creer en la integración de Suramérica», subrayó.

La visita de Lula se da poco después de su reelección-y seguramente unas semanas antes de la de su anfitrión Hugo Chávez- pero también en momentos en que se intensifican las declaraciones, los roces e incluso los conflictos entre potencias globales y regionales para ocupar un papel protagónico en el futuro inmediato de esta América -la-pobre…

La reciente trigésima sexta Cumbre Iberoamericana, celebrada en Montevideo, fue escenario de esas pujas. Y a no pocos extrañó el desembarco de funcionarios, periodistas y empresarios de una España que procura posicionarse al frente de una «comunidad iberoamericana», de la mano del ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti y del ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (y ahora Secretario General de esa «comunidad), el hispano-uruguayo Enrique Iglesias.

Mientras muchos latinoamericanos escuchaban propuestas y cantos de sirena para una mayor penetración de las empresas transnacionales domiciliadas en España -e incluso alguno confundió espejitos con joyas-, Brasil aparecía como el muro de contención que busca hacer fracasar las pretensiones hegemonistas europeas en favor de la integración regional sudamericana.

El desembarco español comenzó a través de muchos foros realizados en la semana anterior a la Cumbre, a la que faltaron nada menos que ocho presidentes, entre ellos Luiz Inacio Lula da Silva. La prensa española consideró la cumbre como un fracaso y acusó a Brasilia de despreciar la reunión y a Lula de «fotografiarse en la playa en lugar de asistir a una reunión que fue cambiada de fecha exclusivamente para beneficiarle» (ver el diario español El Mundo, del 6 de noviembre).

Obviamente, el eco de la derecha regional no se hizo esperar y sus medios repetidores señalaron que la ausencia de Lula se debió a una especie de subimperialismo (lo acusaron de no querer ocupar «un plano secundario») y a alguna incomodad sobre el conflicto por las papeleras entre Argentina y Uruguay. Incluso, El Universal del 5 de noviembre señala que la ausencia del mandatario brasileño se debió a que no sería «buen momento para confraternizar con Evo Morales y Kirchner, y menos aún asistir en silencio a los shows de Chávez».

En un encuentro de periodistas europeos (en realidad españoles en su inmensa mayoría) y latinoamericanos, un periodista hispano preguntó por qué esa insistencia del gobierno español en defender a empresas que ni siquiera son de capital español y que han tenido una labor por demás criticada en países donde fueron beneficazos con la privatización de empresas públicas, durante la década de los años 90.

Algunos medios comerciales sudamericanos fueron más prudentes y recordaron que no se trata de protagonismos, sino que se trata de una disputa política, económica y comercial.

El diario argentino Clarín, quizá preocupado por la burguesía nacional, puso el dedo donde duele y el 6 de noviembre señaló que: «España tuvo una acumulación de capital notable estos años; su PBI pasa del billón de dólares, lo que le permitiría estar en el G-8. Y Latinoamérica contribuyó a ese proceso, que abarcó a sectores como agua, petróleo, finanzas y telefonía» .

El analista Raúl Zibechi señala («Europa podría perder el tren latinoamericano») que la diplomacia brasileña hizo su opción, y priorizó la cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones, a realizarse en Bolivia el 8 y 9 de diciembre, frente a una reunión iberoamericana destinada a fortalecer el papel español en el continente. Incluso, propuso posponer la Cumbre del Mercosur para enero, a fin de no aguar la fiesta boliviana.

Más adelante, recuerda que diversos analistas sostienen que a raíz de la firma del TLC entre Canadá, Estados Unidos y México, la Unión Europea modificó su visión de las relaciones con América Latina. La pérdida del mercado mexicano y la posibilidad de que esa situación se extendiera al resto del continente, activó el apoyo de los estados europeos a sus multinacionales, que buscaron atenuar los acuerdos de libre comercio con referencias a la «concertación política, cooperación económica y asociación económica», como sostiene Braulio Moro en «Los intereses de las trasnacionales europeas en América Latina».

«Desde 1992 España realizó 50 por ciento de las inversiones europeas en América Latina, y se sitúa hoy como el segundo inversor luego de Estados Unidos. La inversión en nuestro continente forma parte del proceso de reestructuración de los grandes grupos empresariales españoles para colocarse en mejores condiciones frente a la competencia. La particularidad de estas inversiones es que se realizan prioritariamente en servicios (telecomunicaciones, energía y banca), a diferencia de las francesas e inglesas, que se asientan en manufacturas; que 85 por ciento se concentran en Argentina (que absorbe 42 por ciento de las inversiones totales españolas), México y Brasil, y que la banca privada es su infantería de asalto. En efecto, entre Bilbao Vizcaya (BBVA) y Santander Central Hispano (SCH) controlaban, en 2002, 22 por ciento de los depósitos de la región, 40 por ciento de los fondos de pensiones y 15 por ciento de los fondos de inversión. Ahora van por más», señala Zibechi.

Sin dudas, avanzar en una zona de libre comercio Unión Europea-América Latina es vital para la expansión del capitalismo europeo. Felipe González, el ex presidente español por tres lustros, comprendió que para la salud del capital europeo es imprescindible bombardear la incipiente integración regional, que viene creciendo a pesar del fuego incesante de Washington.

En la conferencia anual del Club de Madrid, según recoge la Agencia Mega 24 el 24 de octubre, Felipe González dijo que el Gasoducto del Sur entre Venezuela y la Patagonia argentina, pieza clave de la integración energética, es «una broma», y aseguró que «no se va a realizar». En el mismo acto, el economista jefe de la petrolera Repsol YPF, Antonio Merino, criticó los «nacionalismos energéticos» porque dificultan los «procesos de inversión». Ambos señalaron su preocupación porque la integración regional puede poner en dificultades la continuidad de la acumulación del capital europeo. Repsol es una trasnacional con domicilio en España, pero con capitales mayoritariamente no hispanos (diz que estadounidenses y más concretamente del estado de Texas).

Antes de desembarcar en Montevideo, las principales figuras de empresariado trasnacional dizque español se habían reunido a finales de octubre en Cartagena de Indias, de la mano de Felipe González. Allí estuvieron Ana Patricia Botín, presidenta de Banesto, principal accionista del Santander, que es el segundo grupo financiero de Europa; Manuel Pizarro, presidente de Grupo Endesa, multinacional española de la electricidad, y Jesús de Polanco, presidente del grupo mediático Prisa, que edita el diario El País, entre otros, y tiene intereses editoriales y radiales en nuestra región.

Claro que no solo estuvieron los españoles, ya que en Cartagena estuvieron también presentes los megaempresarios latinoamericanos Carlos Slim Helú (México) y Gustavo Cisneros (Venezuela), ¿las contrapartes regionales? Para Enrique Iglesias una de las preocupaciones medulares de este diálogo entre poderosos fue que América Latina debe convertirse en «una reserva energética alternativa» frente al inminente colapso de la economía basada en el petróleo. La estadounidenses y la europea también.

Lula se negó a avalar con su presencia las pretensiones españolas; Hugo Chávez y Néstor Kirchner, estuvieron apenas unas horas en Montevideo, para no despreciar la invitación de Tabaré Vázquez. En menos de un mes, Bolivia puede ingresar al Mercosur y, además, podríamos comenzar a hablar de la Unión Sudamericana, con Guyana y Surinam incluidos.

Mientras tanto, sería bueno que el cartelito de «no compramos espejitos» esté bien visible en los despachos oficiales de nuestras naciones. Para que no sigan recitando en cuanto reunión uno asiste que «los latinoamericanos tienen una crisis de identidad». Realmente, la crisis de identidad parece que la tuvieran los europeos: a nosotros se nos hace cada vez más difícil no confundirlos con los estadounidenses. Y mientras van recitando que «la único que une a los latinoamericanos es su cultura ibérica», se quedan mudos e impotentes ante el muro de la ignominia que Estados Unidos levanta para que, justamente, esa cultura iberoamericana no entre en su territorio.

Los latinoamericanos comenzamos a vernos con nuestros propios ojos, cansados que desde el Norte nos digan quiénes somos, cómo somos, qué debemos hacer. Cansados que con soberbia, paternalismo -y por qué no también falta de respeto, como el de la Comisaria Europea para América Latina, la austríaca Benita Ferrero- descalifiquen nuestros procesos de integración, de democratización, de participación. Pareciera que todavía les queda el porte colonialista.

Los latinoamericanos no necesitamos de 50 millones de muertos, ni defender monarquías en nombre de la democracia y la defensa de las instituciones, ni mirar para otro lado con la legalización estadounidense de la tortura, siempre en nombre de los sacrosantos derechos humanos, para asumir que solo en la unidad, la democracia y la participación ciudadana tenemos fuerza y futuro. Identidad, en la diversidad, de eso se trata. Y no se trata de chovinismo: es que la autoestima de la región crece -al paso lento, gradual, cansino a veces, pero siempre en paz- de nuestro proceso integrador.