Los empresarios son sujetos débiles. Cuando son pillados in fraganti en blanqueo de dinero, evasión fiscal u otros actos de corrupción, contratacan exigiendo despido libre, congelación salarial, más privatizaciones y amenazan con cerrar sus empresas. Al fin y al cabo, argumentan, su actividad, ganar dinero, acumular y ganar más dinero, debe ser protegida. Se consideran […]
Los empresarios son sujetos débiles. Cuando son pillados in fraganti en blanqueo de dinero, evasión fiscal u otros actos de corrupción, contratacan exigiendo despido libre, congelación salarial, más privatizaciones y amenazan con cerrar sus empresas. Al fin y al cabo, argumentan, su actividad, ganar dinero, acumular y ganar más dinero, debe ser protegida. Se consideran una especie en peligro de extinción. No entienden por qué los partidos de izquierda los vapulean cuando los empresarios pertenecientes al capital financiero les ayudan en sus campañas electorales. Tampoco comprenden la etiqueta de chupasangre adscrita por los sindicatos cuando a la limón negocian y consensúan despidos y políticas de reducción de plantillas. Y menos se explican la mala prensa
en los medios de información cuando los mismos sobreviven gracias a los anuncios publicitarios. Por todas estas razones se sienten acosados. Son unos incomprendidos. Parece ser que olvidamos los valores altruistas que encierra su actividad. Al fin y al cabo, no es fácil ser empresario. Ellos asumen una pesada carga. Son honrados capitanes de barco, responsables de llevar la nave a buen puerto y evitar el naufragio. Asimismo, dan trabajo a los parias, a los menesterosos, a quienes carecen de iniciativa y prefieren recibir un sueldo a fin de mes sin riesgo alguno. Por consiguiente, los empresarios se dejan la piel por los demás. Su actividad debe considerarse como un acto de altruismo. ¿Que más podemos pedir a los sufridos empresarios?
No hay punto de comparación entre un obrero y un empresario. Son el alma mater de la sociedad del bienestar, creadores de progreso e impulsores de crecimiento económico. Gracias a ellos, los trabajadores, con su salario, pueden comer, gozar de vacaciones, pagar un alquiler, financiarse la educación, ahorrar para un fondo de pensiones o acceder a un seguro médico privado. Por contra, los empresarios viven en el temor de perderlo todo. Sus yates, sus aviones, sus chalés, sus colecciones de arte, sus amantes. Una mala maniobra y pueden quedarse en la calle. Aun así, arriesgan su capital, ponen en peligro su salud y se transforman en mecenas de la civilización. Crean organizaciones no gubernamentales y fundaciones que les permiten sobrellevar su escaso ego. Por ese motivo, además de ahorrarse impuestos, Rockefeller, Ford, Ramón Areces, Juan March o Billy Gates donan una parte minúscula de sus fortunas, tan sudadas, a fines sociales. Sin ellos nuestra mortal existencia sería gris y sin alicientes.
Aún así, lo quieran o no, los empresarios configuran un mundo sórdido alejado de su idílica autopercepción. Su única función consiste en obtener beneficios a costa de explotar hombres, mujeres y niños. Para tal acción, prescinden de cualquier principio ético. Si son atrapados en algún renuncio no dudan en soltar lastre. No pondrán en peligro sus posesiones. Para evitar el colapso y verse entre rejas irán construyendo una sólida retaguardia. Pondrán a nombre de terceros sus propiedades. Testaferros dedicados a buscar paraísos fiscales garantizarán sus capitales. Se protegen con dobles contabilidades y buscan demostrar su situación de bancarrota. Así, no habrá nada que arrebatarles. Con abogados especialistas en apañar pufos se verán libres de polvo y paja y seguirán viviendo como si nada hubiese pasado. Y al cabo de unos años, resurgirán de la nada. Dirán que se han levantado gracias a su esfuerzo y un poco de suerte. Son la perseverancia viviente. No se sonrojan ante tanta mentira. Arremeten con violencia cuando se les pregunta sobre el origen de sus fortunas y van rodeados de guardaespaldas para evitar que sean sorprendidos por reporteros indiscretos o sometidos a escarnio público. Se sienten los amos del mundo y se comportan como tal. En caso de sentirse con la cárcel en sus talones, recurren a la compra de voluntades, sean jueces, fiscales, diputados, senadores, alcaldes, etcétera. Es una buena inversión regalar relojes, coches de lujo, viajes al fin del mundo y orgías. Nada es suficiente si se obtiene la inmunidad para hacer y deshacer. Y si por algún motivo se ven traicionados los sicarios actuarán en su nombre.
En esta dirección, hay múltiples ejemplos. Todos los países tienen su prototipo. Lo que no es común es que sea presidente de la organización que los agrupa. Éste es el caso sangrante del actual presidente de la Confederación de Organizaciones Empresariales de España (CEOE), Gerardo Díaz Ferrán. Parece ser que los empresarios españoles no tienen estima por la imagen que proyecta su máximo dirigente. Díaz Ferrán solventa un imperio donde sobresalen empresas del sector turístico como Marsans, del transporte de mercancías, de autobuses urbanos, limpiezas, ocio, espectáculo, inmobiliarias y hostelería. Entre sus joyas se encuentra Air Comet, una compañía aérea de transporte de pasajeros de bajo coste que factura 300 millones de euros al año. En la actualidad lleva sin pagar a sus 700 empleados los sueldos de cinco meses sin contar pagos extras. Igualmente mantiene una deuda superior a los 50 millones de euros y adeuda 20 millones en cotizaciones a la seguridad social. Aún así, los afiliados a la CEOE no han abierto la boca y siguen considerando su gestión y su manera de llevar su holding como exitosa y digna de ejemplo. Nadie pide su dimisión o muestra signos de sonrojo. Y en el mayor de los sinsentidos, Díaz Ferrán pide responsabilidad a los trabajadores y los conmina a bajarse los sueldos al tiempo que demanda al gobierno abaratar el despido.
La crisis tiene muchas caras y no afecta a todos por igual. Mientras los trabajadores que en cinco meses no pudieran hacer frente a su hipoteca sufren el embargo y el desahucio de su vivienda, mientras tanto Gerardo Díaz Ferrán seguirá pasando por ser un hombre honesto y de bien. Así, obtendrá un aval del Estado para un crédito oficial de 20 millones para tapar agujeros. Todo sea cuestión de asegurar su fortuna. Esto es capitalismo y lo demás son historias. Vivan los empresarios, la explotación y los gobiernos socialdemócratas que los apoyan.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2009/11/01/index.php?section=opinion&article=022a1mun