El teniente Kojak, mientras paladea un caramelo, discute en su oficina con un extraño tipo el precio de la información y la garantía de no ser procesado. Anuncios. Cierto que no es ético el soborno, ni virtud la delación, ni está el teniente facultado para impartir justicia, pero en algún lugar de esta ciudad Jack […]
El teniente Kojak, mientras paladea un caramelo, discute en su oficina con un extraño tipo el precio de la información y la garantía de no ser procesado.
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Cierto que no es ético el soborno, ni virtud la delación, ni está el teniente facultado para impartir justicia, pero en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.
Al volante de su coche, Kojak persigue al sospechoso y a doscientos kilómetros por hora derrapa en una curva llevándose por delante a una anciana inoportuna.
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Cierto que el celo profesional en el cumplimiento del deber provoca a veces lamentables accidentes de muy dolorosas consecuencias, pero en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.
En acto de servicio, Kojak patea los testículos del dueño del motel en que se aloja el sospechoso y le recuerda, incluso, sus atrasos con Hacienda y un viejo expediente que puede removerse si la colaboración no es generosa.
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Cierto que la coacción, las amenazas o la tortura no son métodos indagatorios propios de un estado de derecho que se respete o que lo disimule, pero en algún lugar de esta ciudad
Jack el Destripador se dispone a atacar.
Kojak desaloja a los inquilinos de las habitaciones próximas a la 24. Una pareja de estudiantes corre semidesnuda. El niño de la 26 llora en el pasillo. Una joven mulata forcejea con varios detectives.
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Cierto que la defensa de la Ley y el Orden conlleva, con frecuencia, inconvenientes a terceras personas que no siempre agradecen la protección que se les brinda cuando, en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.
El teniente Kojak desenfunda su revólver y carga con su hombro la puerta de la 24.
La puerta cede y Kojak aparece disparando seguido de sus hombres.
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Cierto que existen las órdenes de registro y los permisos de allanamiento y los ayudantes fiscales, pero es preciso actuar con rapidez y contundencia porque en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.
La mesa se derrumba arrastrando la cena. Las llamas del televisor amenazan propagarse a las cortinas…en vano trato de incorporarme. Me siento sin fuerzas y apenas soy capaz de recordar…sólo los disparos y aquella voz tan familiar…La sangre empapa mi camisa.
Se está haciendo de noche y alguien a mi lado repone lentamente la munición de su revólver mientras paladea un caramelo… Se está haciendo de noche…y no hay anuncios.
Jack el Destripador ha vuelto a atacar.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.