Este carnaval brasileño vive con intensidad su fuerte contenido político. Eso no es ninguna novedad. Se trata de la fiesta popular más importante de ese país y es lógico que, sus tradicionales carrozas y desfiles, traigan esa realidad al escenario festivo. Hasta ahí, todo normal. Lo interesante de este carnaval -en ese vecino país- es […]
Este carnaval brasileño vive con intensidad su fuerte contenido político. Eso no es ninguna novedad. Se trata de la fiesta popular más importante de ese país y es lógico que, sus tradicionales carrozas y desfiles, traigan esa realidad al escenario festivo. Hasta ahí, todo normal.
Lo interesante de este carnaval -en ese vecino país- es que esos contenidos, totalmente críticos para Jair Bolsonaro, aceleran la progresiva pérdida de su poder a favor de un elenco militar que está ocupando su lugar en las decisiones.
Pero lo llamativo del caso es que esas críticas, que son a Bolsonaro y sus políticas, pueden llegar a consolidarse bajo la égida de un poder militar sólido y organizado. El avance de ese poder militar se encubre apoyándose en los desatinos de Bolsonaro, aunque comparta buena parte de sus políticas.
Como reflejando el pensamiento que va creciendo en la calle, 27 comparsas de Río de Janeiro, Sao Paulo, Belo Horizonte, Salvador y Recife criticaron -hasta el agravio- a Bolsonaro.
Éste se dedicó, durante los días de carnaval, a contestar con groserías las manifestaciones de las comparsas callejeras, sin olvidarse de criticar a dos ídolos de la cultura popular como Caetano Veloso y Daniela Mercury que difundieron la ironía «Prohibido el Carnaval». En el mágico sambódromo de Río de Janeiro, catedral del carnaval brasileño, atronaron los cánticos críticos a Bolsonaro.
Mangueira, la escuela de samba triunfadora en el último carnaval de Río de Janeiro hizo de los «Héroes olvidados» (la historia que la Historia no cuenta) el motivo de su desfile. En la bandera nacional que encabezaba el desfile, las tradicionales palabras «Orden y Progreso» fueron reemplazadas por «Indios, Negros y Pobres».
Criticaron a los dictadores que el Presidente reivindica y consideraron genocida al Duque de Caxias, símbolo del ejército brasileño, considerado como el jefe real de la Guerra de la Triple Alianza, contra el pueblo paraguayo. También irrumpió una crítica generalizada a la actual corrupción y a la aparición de testaferros del Presidente, identificados popularmente con ropa naranja («laranja»), lo que hizo difundir ese color dentro del público asistente.
Estos hechos, que se pueden interpretar como anecdóticos, van revelando de qué modo se va deteriorando el prestigio del actual Presidente, cuya popularidad -a los 50 días de haber asumido- es de solo un 38%, la mínima en la historia del Brasil en un tiempo tan breve. Detrás de ese desgaste va avanzando el poder militar…
Como en 1964, los militares gobiernan en Brasil
El 31 de marzo de 1964 un golpe militar desalojó del gobierno, acusándolo de comunista, a Joao Goulart. Años después (diciembre 1976), en el marco del «Plan Cóndor» -una colaboración de las dictaduras militares que asolaban la región- Goulart habría sido envenado en la estancia que tenía en Mercedes (Provincia de Corrientes).
las denuncias existentes, para ese Plan -orquestado por la CIA- se usó un remedio procedente de Chile que fue «tocado» por los servicios uruguayos, a instancias del gobierno de Brasil.
En 1964 se inició una larga dictadura que gobernó 21 años, hasta el 15 de marzo de 1985. Fue el período de un férreo poder militar que vulneró derechos civiles, laborales y sociales. Se reprimieron las luchas por esos derechos sojuzgados y se produjo un fuerte avance en la concentración de riquezas. A ese doloroso costo, Brasil fue modernizado y avanzó en su industrialización.
En los tiempos que corren, a 34 años del fin de aquel gobierno, otros militares vuelven a ocupar el centro de la escena de Brasil.
En estas reflexiones cuando se habla de un nuevo gobierno militar no se refiere a las extravagancias de Bolsonaro, un capitán del Ejército (arrestado por insubordinación al reclamar por los bajos salarios del personal militar y absuelto dos años más tarde) que asumió la presidencia este año, luego de ocupar una banca de diputado de 1991.
Tampoco se coloca el eje en los ocho ministros militares que integran su actual gabinete. No! Lo que se dice es que los militares, por encima de Bolsonaro están tomando las riendas del país. Estamos transitando lo que puede reconocerse como la crónica de un destino anunciado.
Técnicamente no es un Golpe de Estado porque todos ellos forman parte del actual poder y lo van sustituyendo en la sombras. El jefe natural de esta auténtica «Junta de Gobierno» es el General Eduardo Villas Boas, jefe del Ejército desde 2015 hasta el 11 de enero de este año. Es el articulador del grupo y sostenedor de la candidatura presidencial de Bolsonaro.
El propio Presidente al asumir su mandato dijo de él: «Usted es uno de los responsables de que yo esté aquí». Una grave enfermedad lo tiene en silla de ruedas y respirador artificial, lo que le impide asumir plenamente esa función de coordinación del poder real.
Esa tarea está en manos del General Augusto Heleno (Ministro Jefe de Seguridad Institucional de la Presidencia) e integrante junto a los generales Carlos Alberto Dos Santos Cruz (Secretario de Gobierno) y Florencio Peixoto Neto (nuevo Secretario General de la Presidencia), del grupo de generales que presidieron la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (Minustah) en Haití.
Todos ellos viejos amigos y miembros del grupo que hoy gobierna Brasil. A ellos se le agrega otro General, el actual Vice Presidente Hamilton Mourao, ajeno al grupo pero imprescindible por el rol de vicepresidente de Bolsonaro.
Ese clan constituye el sector emergente de una entidad corporativa que tiene un pensamiento nacionalista, que promueve un Estado autoritario, con un modelo educativo elitista de tono militar y promotor de una fuerte concentración económica, pero sin identificarse con el neoliberalismo.
De allí que una fuente de conflictos es la presencia en el gabinete de Paulo Guedes, el ultraliberal ministro de Economía.
Este tema junto a algunas tensiones con los EEUU -como el negado uso de su territorio para intervenir en Venezuela- además de su odio visceral hacia las organizaciones populares y sectores de izquierda, constituyen los aspectos centrales de este nuevo poder brasileño, más cercano al ideario del golpe del 64 que de las excentricidades de Bolsonaro.
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