Para no desentonar con el panorama general, la Bolsa se encuentra en caída libre, pero ni se inmuta. En buena parte porque quien no lo hace es el que maneja los hilos a nivel internacional, esperando comprarla a precio de liquidación. Probablemente también sucede esto, porque ya no llama la atención este hecho, por cuanto está tan habituada a los retrocesos, que viene arrastrando desde años atrás, que incluso respira con alivio, ya que ahora, con lo del virus, al menos tiene una disculpa para ofrecer al gran público. Este último tampoco parece estar preocupado, aunque cada vez se le estrecha más el cerco y las posibilidades soñadas de ganar dinero a base de inversión es simplemente un sueño. Por el contrario, como el negocio ha aflojado, se le atosiga para que gaste. En todo caso, los ahorros, es decir, el remanente de los sueldos que se cobran sin trabajar a cuenta del generoso Estado del bienestar europeo, con cargo a la pandemia, parece que van por mal camino, porque nadie da un euro por tales ahorros, con lo que se esfumarán lo mismo que llegaron —al que le llegaron—. Son cosas de la nueva estrategia capitalista para desmontar el ahorro de las masas, haciéndolas creer que ahorran.
El juego bursátil del sube y baja o del baja y sube se repite día tras día —aunque en realidad es baja y baja sin remisión—, seguramente porque hay mucho pequeño inversor, a falta de inversores de verdad, que está dispuesto a hacerse rico y apura al céntimo la recogida de unos beneficios imaginarios. Eso es lo que se dice, debidamente avalado por las estadísticas semanales benévolas, con el fin de atraer a la red a otros pececillos, porque la Bolsa, que baja, resulta que parece que sube según la fecha. Lo real es que un día se anima en dos puntos y al siguiente baja tres o, si le dejan, cinco. Todo depende de Nueva York, a ver que dicen los patrocinadores de Trump que animan el mercado, los que le defienden a capa y espada a base de dinero. El problema es si llega a ganar el otro candidato —lo que es poco probable—, entonces la cosa se va a poner negra.
De la caída libre se habla poco, ya que a tal fin basta con imponer la ley del silencio. Además, siempre hay disculpas, y fundamentalmente porque todo está tan rematadamente mal que carece de sentido que suenen las alarmas por tales minucias. No obstante, los expertos siempre encontrarán la versión oportuna para explicar lo que no tiene explicación. El caso es que ni sonaron las alarmas antes con los conservadores, que decían aquilatar los gastos a lo disponible pero no les cuadraban las cuentas, ni tampoco ahora que les ha tocado coger la patata caliente a los progresistas del despilfarro. De todas formas el incauto inversor particular cuenta con todas las garantías formales para que no le estafen. Se ha avisado a las agencias de inversión que se extremen las medidas para comprobar la idoneidad de las operaciones que realizan los minoristas, o sea, que tienen que pasar un examen para acreditar que son conscientes de que les van a arruinar si invierten Bolsa, incluso en la mayoría de los valores punteros —es preferible no hablar de los chicharros, porque van camino de desaparecer—, al objeto de que luego no vengan con reclamaciones.
A pesar de que algunos casi están en quiebra técnica, para arreglar el fiasco, no el de la Bolsa, sino el de la economía, la política busca el respaldo de los indebidamente llamados señores del Ibex, porque los verdaderos señores no son ellos, sino los que están al otro lado, los que tienen la mayoría del dinero y ponen por delante a sus empresas de inversión procurando no llamar la atención. Los reunidos estos días a tal efecto —políticos y empresarios—se muestran habladores y risueños, incluso sus críticos —tal vez esas muestras de cortesía obedezcan a que están pensado en ganar méritos para obtener algún puesto empresarial cuando cesen en la política o les vayan dando un crédito a fondo perdido—, pero todos atentos a sus respectivos negocios. Los empresarios, esperando ayudas y subvenciones; los políticos, confiando que los otros animen el mercado en general. Tiempo perdido, porque donde no hay no se puede pedir.
No obstante lo anterior y mucho más, que hay que callar,por aquello de la mordaza que los progresistas imponen a sus medios afines, deben tomarse las cosas con calma, o al menos, como vienen. Un día, no se sabe cuando, todo se arreglará y los gráficos vendrán a demostrar que ha cambiado la tendencia. Hasta que llegue ese momento, como la Bolsa, todo sigue en caída libre.