En los últimos tiempos se ha estado llevando a cabo en España —aunque otros países de Europa y América Latina también han sido eco—, las jornadas «En defensa de la filosofía». Esto obedece a la disyuntiva de para qué sirve la filosofía, si la filosofía es útil o no, si se debe suprimir o no su enseñanza en los niveles secundarios y bachillerato.
Es el viejo espectro de la guillotina anti-ilustrada que asoma y reaparece para cortar nuevamente la cabeza de la Filosofía. Dicho problema no es algo nuevo, siempre sucede, especialmente cuando las economías o las políticas no andan bien. Y responde a dos elementos fundamentales: ya sea por recorte en la educación (aspecto económico) o porque no conviene el discurso heterodoxo, crítico y cuestionador de los filósofos (aspecto político).
Hablar de la tradición histórica de la Filosofía y omitir los aportes españoles es traicionar a la filosofía misma. Tradición española que viene desde tiempos remotos con el estoicismo de Séneca y el aristotelismo de Averroes. Solo basta recordar la impronta de la Escuela de Salamanca, que se le adelantó un siglo antes en la composición del sujeto moderno a los grandes pensadores de la modernidad (como Descartes), con su fundador el gran Francisco de Vitoria, o el irrepetible metafísico Francisco Suárez, entre otros; también de aquella época es el magnífico Juan Luis Vives, aunque de otra escuela; además de importantes pensadores que pertenecieron al Siglo de Oro como el fray Luis de León, Francisco Quevedo, Baltasar Gracián, etc. Cómo no pensar en el ilustrado Benito J. Feijóo en el siglo de las luces; o pasar por alto en el decimonónico la presencia del teólogo Jaime Balmes (quien primero nos legaría a los hispanoamericanos una Historia de la Filosofía en español) o el decisivo empuje republicanista de Julián Sanz del Río y Francisco Giner de los Ríos sobre las bases del idealismo alemán, en especial del krausismo. Qué fuera de la Filosofía en el siglo XX sin figuras de estirpe mundial en el pensamiento y las ideas como don Miguel de Unamuno, don José Ortega y Gasset, Jorge Santayana (aunque haya realizado su carrera en los Estados Unidos), los voluminosos diccionarios filosóficos e historia de la filosofía de José Ferrater Mora y Julián Marías respectivamente; o los estudios ontológicos y metafísicos acerca de la realidad de Xavier Zubiri, y la inolvidable María Zambrano… hasta llegar al materialismo de Gustavo Bueno, al recientemente fallecido Antonio Escohotado, la ética de Fernando Savater, y muchos que siguen trabajando día a día la filosofía en la actualidad.
¿Qué sería de la humanidad sin los aportes filosófico-humanísticos de la filosofía española? ¿qué sería de la humanidad sin el aporte filosófico-humanístico de la filosofía en cualquier parte del mundo? En fin, negar la filosofía en España es una afronta a lo humano. Sobre esto, el filósofo alemán Markus Gabriel ha dicho recientemente en una entrevista que «la situación [actual] de la filosofía en España me parece un crimen contra la humanidad».
Con este recorrido no pretendo hacer la historia de la «filosofía española» —en caso de que se pueda utilizar el término— ni mencionar a cada uno de los filósofos y filósofas españoles, pues se quedarían muchos sin mencionar. Pero sí es un buen momento para criticar la circunstancia actual que vive la filosofía en España y apoyar a mis colegas españoles; también es una oportunidad para reconocer la influencia del pensamiento español, en general.
En América Latina somos indiscutibles herederos del pensamiento español, por supuesto, con nuestras particularidades y especificidades propias. Y cuando mañana cierren un aula de filosofía en Madrid o censuren un programa de filosofía en Barcelona, estarán aplastando igualmente la filosofía en Ciudad de México, Buenos Aires, Sao Paulo, Lima, Bogotá o La Habana. Recordemos aquella idea de la ética transcendental de Kant que en síntesis decía que si un hombre mató por primera vez, mató para todos los demás seres humanos. Es el acto como posibilidad. Quien ahora suprime la filosofía, la suprime para todas las generaciones futuras.
Esto no sólo es el reclamo de unos cuantos profesores de filosofía en España; es el reclamo urgente de una humanidad desbordada al sometimiento de las conciencias, a la estupidización del ser humano, a lo banal, al ego, a lo superficial, al sinsentido, a lo no-humano: a la realidad-otra.
Hay un célebre discurso de Robespierre, que ejemplifica la necesidad de la filosofía, en el que dice: «queremos satisfacer los íntimos deseos de la Naturaleza, realizar los destinos de la Humanidad, absolver a la Providencia del largo reinado del crimen y la tiranía, en definitiva, cumplir las promesas de la Filosofía». Precisamente, se ha olvidado esto que proclamaba el ilustrado francés, no sólo en España, parece que en todo el mundo (en América Latina la enseñanza de la filosofía, y por consiguiente el hábito de desarrollar el pensamiento crítico, es nulo), y es que los cambios importantes de la humanidad, los movimientos políticos y sociales decisivos, las grandes revoluciones que al final son hijas de la Revolución francesa, partieron de la Filosofía. Es el olvido de la Filosofía, que se termina convirtiendo en el olvido de lo humano.
Por último, quiero terminar con las palabras de otro filósofo, el español Carlos Fernández Liria, que describe perfectamente a los funcionarios españoles que han declarado la inutilidad de la filosofía, que han hecho este atentado contra la filosofía: «esos pigmeos, sobre todo ignorantes, además traidores y perjuros, tecnócratas progres del ministerio que han diseñado este atentado contra la Filosofía».
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