La lógica y legítima indignación que la crisis económica y las políticas antisociales que están aplicando los gobiernos está provocando un rechazo mayoritario de importantes sectores ciudadanos a los políticos y la política sin distinción. Creo que debemos advertir sobre lo peligroso de esta deriva: la política es la forma en que se abordan los […]
La lógica y legítima indignación que la crisis económica y las políticas antisociales que están aplicando los gobiernos está provocando un rechazo mayoritario de importantes sectores ciudadanos a los políticos y la política sin distinción. Creo que debemos advertir sobre lo peligroso de esta deriva: la política es la forma en que se abordan los problemas colectivos y los políticos son los legítimos representantes elegidos para afrontar esos problemas. Estigmatizar todo ello, sin hacer distinción es un principio básico del fascismo, el dictador Francisco Franco, cuando alguien de su entorno le intentaba transmitir alguna discusión o su disconformidad con alguna iniciativa le respondía cínicamente: «usted haga como yo, no se meta en política». En las pasadas elecciones, dentro del movimiento del 15M y su entorno o fuera, observé actuaciones y posiciones muy preocupantes. En la manifestación del 15 de octubre convocada a nivel mundial comprobé cómo discurrió por una gran avenida comercial y cuando llegamos a la sede del gobierno autonómico los manifestantes comenzaron a gritar «aquí está la cueva de Alí Babá». No tengo ningún interés en defender a los gobernantes que ocupaban ese edificio, pero me molestó que, mientras atravesábamos lujosas sedes bancarias o de multinacionales, a nadie le pareció oportuno gritar un eslogan similar, lo reservaron sólo para los políticos que habían pasado por las urnas. Todos los días recibo mensajes de correo indignados recordando que los diputados reciben un iPhone, un iPad, un despacho o un ordenador. Probablemente hay privilegios de los políticos que debamos denunciar, por ejemplo un plan de pensiones sólo por haber ejercido una legislación, pero otras prestaciones son razonables y no debemos criminalizarlas. El diputado de Izquierda Unida Alberto Garzón lo dejó claro de forma valiente y clara cuando tomó posesión de su cargo, dijo que necesita un teléfono para ejercer su trabajo y un ordenador al tiempo que renunciaba, como otros diputados, al plan de pensiones. No vi apenas reacciones de felicitaciones por parte de esos sectores que satanizan a los políticos.
Durante la última campaña electoral para las elecciones generales españolas otra movilización de protesta consistió en poner una nariz de payaso en las caras de todos los carteles electorales, fueran del partido que fueran, incluso los candidatos de partidos minoritarios o extraparlamentarios. Se trata de otra acción protofascista que le viene muy bien al poder económico: los ciudadanos críticos estigmatizan a todos los políticos y, mientras tanto, los sectores conservadores y adinerados eligen a unos gobernantes de derechas que aplicarán las políticas que impongan los mercados. El periódico de izquierdas italiano Il Manifesto ha hablado de «contrarrevolución que cultiva la semilla de la antipolítica y hace una limpieza étnica de las ideas»1. Basta observar que Silvio Berlusconi, cuando se ha visto derrotado políticamente, ha recibido de su comité estratégico la idea de trabajar sobre la propuesta de reivindicar la antipolítica como llave de volver al poder. «Así no vamos a ganar, el Partido de la Libertad, parece ya un partido viejo, hace falta un nuevo contenedor capaz de convocar la antipolítica»2, dijo Il Cavalieri.
Con motivo de la última reforma laboral, veo entre los manifestantes de la Puerta del Sol otro eslogan que dice «el próximo parado, un diputado»3. De nuevo todos los diputados en el mismo saco, si de poner en paro a los diputados se trata, los golpes de estado militar han sido históricamente muy eficaces para hacerlo.
Es indiscutible que muchos representantes, fundamentalmente los que gobiernan, son cómplices del saqueo de los recursos públicos, de las políticas de desmantelamiento del sector público, del recorte de prestaciones sociales fundamentales, de escandalosos casos de corrupción. Incluso podemos recordar que nada de lo negativo que está sucediendo en nuestra pérdida de derechos sociales y condiciones económicas podría haber sucedido sin la complicidad de los políticos gobernantes. Pero ni todos los políticos son iguales, ni todos los partidos tienen las mismas propuestas, ni se fundamentan en los mismos principios ideológicos. Basta recordar que el gobierno de España en los últimos treinta años lo han protagonizado sólo dos partidos. Existen muchas personas que están trabajando duro desde los partidos políticos minoritarios para cambiar las cosas, algunos tienen pocos representantes en el Congreso, otros ninguno. Se trata de representantes que no están robando, no se están haciendo ricos, quieren cambiar este modelo, hacerlo más social y más democrático. Trabajan mucho más que muchos ejecutivos empresariales y profesionales, ganan mucho menos, su compromiso político les supone muchos sacrificios familiares y profesionales, y su puesto de trabajo también es precario porque, a diferencia de otros, pasan por el veredicto de las urnas cada cuatro años. Yo creo que ellos necesitan un teléfono para trabajar, que no merecen una nariz de payaso y yo no los quiero «parados». Su problema es que son pocos, la misión de quienes estamos indignados es que sean más.
Pascual Serrano es periodista. Su último libro es «Contra la neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryzard Kapuścińsky, Edgar Snow, Rodolfo Walsh y Robert Capa» . Editorial Península. Barcelona
Nota
1Editorial de Il Manifesto, 9-2-2012
2La Reppublica, 3-10-2011
3Fotografía en El País 11-2-2012
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