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En Defensa del Niño…

Fuentes: Rebelión

Una vez más, y ya va medio siglo, me toca vivir la época del año en que un hombre de cara colorada, aficionado al buen beber y al mejor yantar, se prepara a invadir mi casa una medianoche muy especial protegido por una sonrisa sibilina, un ridículo traje rojo y una barba blanca y falsa […]

Una vez más, y ya va medio siglo, me toca vivir la época del año en que un hombre de cara colorada, aficionado al buen beber y al mejor yantar, se prepara a invadir mi casa una medianoche muy especial protegido por una sonrisa sibilina, un ridículo traje rojo y una barba blanca y falsa que usa para ocultar sus excesos y sus miradas de zorro viejo.

Yo, que lo conozco casi desde que me destetaron, apenas puedo disfrazar mi antipatía cada vez que lo veo en la televisión, y nunca falta algún curioso que se sorprende y hasta se horroriza cuando descubre mi enojo contra ese gordo ladino.

Si las circunstancias lo permiten – generalmente no lo permiten – trato de explicar las razones por las que no me cae bien el individuo en cuestión. Las más de las veces he tenido que comerme mi rabia en silencio porque no quise arruinar la fiesta familiar que este hablador zalamero aprovecha cada año para meterse entre nosotros.

Tras mucho pensarlo, he decidido que las circunstancias de este año en particular y de la comunidad en que me hallo viviendo cuando se acerca esa medianoche tan especial me fuerzan a denunciarlo tal y como es, un demonio rojo y tentador dedicado a arruinarles esta fiesta a los niños y niñas del mundo.

Por supuesto, para mí es fácil rechazarlo. Digo, más fácil que para un chico de cinco años. Cuando conocí al intruso este, yo había vivido ya algunas Navidades en compañía del Niño cuya vida y cuya muerte hicieron posibles todas las Navidades que verá el universo.

Porque, cuando yo tenia cinco años, el centro de nuestra fiesta era ese Niño, y porque se que Su presencia en la Noche de su Nacimiento no reclama más gastos ni lujos que el cariño compartido entre los presentes en Su Fiesta, el Niño que yo recuerdo nunca podrá ser reemplazado por ese bobalicón obeso que, unos años después, vino sólo el Diablo sabe de dónde a tocar nuestra puerta y a tratar, créanmelo, de expulsar al Niño de nuestra fiesta y apoderarse de ella.

Yo se que muchos niños no podrán creer lo que cuento. Hasta hay muchos «grandes» que no lo creen. Hay grandes que se enojarán conmigo porque lo cuento. Esos adultos son los que compran botellas de whisky para esta Noche Especial y hacen fiestas en que los chicos se aburren y los grandes bailan hasta el amanecer. Esos grandes son los que prefieren al gordo y se han olvidado del Niño.

Pero algunos niños se enojarán conmigo porque las Navidades que recuerdan fueron Navidades en que el Niño de que hablo – sobre el que cada vez se habla menos – nunca fue el centro de la fiesta: ayudado por la televisión y la propaganda, el gordo del traje rojo ha triunfado y ha sacado a empujones de muchos hogares al Niño que nació en un pesebre. Por eso es necesario denunciar al gordo Nicolás con pelos y señales, porque es necesario que el Niño Jesús vuelva a ser la razón y el centro de todas las Navidades que le falta vivir el universo, que no serán muchas ya. Es necesario recordar que el Niño aquel nació y vino al mundo para hablar, luchar, enseñar y finalmente morir por los pobres. El fue quien enseñó que más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico cruce las puertas del cielo, no necesariamente porque los ricos le caían antipáticos, sino porque es muy difícil hacerse rico sin despreciar las puertas del cielo.

Por su parte, basta mirar al Nicolás ese para saber que nunca conoció un día de hambre ni sabe lo que es la pobreza. Dicen que vive en un palacete construido en el Polo Norte (¡cuanto gastaría en ese capricho!) y que tiene un ejército de esclavos enanos a su servicio.

Eso, a mí no me molesta mucho. Lo que me molesta es su panza. Porque la verdad es que hay panzas y hay panzas. La panza de este Nicolás es la panza de un hombre aficionado a comer como chancho. Este Claus es un goloso. Su pecado (uno de ellos) es la gula.

Otra cosa que me molesta es su barba. Porque también es verdad que hay barbas y hay barbas. La barba de este gordo es como un antifaz. Oculta su cara y oculta su piel, aunque no muy bien. La piel que no oculta es roja. ¿Dónde hemos visto antes esa piel roja que tienen algunos gordos? Por supuesto que lo sabemos: la hemos visto en las mejillas de los borrachos que se pasan la vida entre San Juan y Mendoza. Este Nicolás no sólo come como un chancho, sino que bebe como un pirata.

¿Cómo puede atreverse un gordo así a sacar de nuestra fiesta al Niño que es la Esperanza del mundo? Se atreve (y lo ha logrado) porque muchos le abren la puerta y le ayudan en su poco noble tarea. Prefieren ponerse de su parte.

Eso es lo que más me molesta en este Nicolás: su trabajo. Su trabajo consiste en convencernos de que hay que gastar como rey, comer como chancho y beber como pirata para celebrar la Navidad. Mírenlo ustedes en la televisión. No hace otra cosa que repetir su mensaje: «¡Gasten, gasten, gasten, gasten. Cómprense lo que puedan y lo que no puedan…. Total, por cuatro días locos que vamos a vivir… por cuatro días locos, nos tenemos que divertir…!»

Este Nicolás no recuerda que hay muchos padres y muchas madres (una inmensa mayoría) que son tan pobres como lo fue el Niño durante toda su vida. No le viene a la cabeza el sufrimiento de esos padres y esas madres cuando se ven forzados por la pobreza a dejar vacía la media de sus hijos año tras año.

Este Nicolás, que ha prometido visitar a cada niño del mundo para llenarle la media con sus regalos, no cumple su palabra. Nunca la ha cumplido. Por un niño que ve su media llena en su chimenea, hay miles, sino millones, de niños que ni tienen chimenea ni media ni un mendrugo que llevarse a la boca. ¿Por qué? Porque este Nicolás nunca ha pensado en ellos. No sólo es mentiroso. Es injusto también.

Lo que me menos me gusta del hombre ese son sus ojos. Siempre están entrecerrados, como los del zorro dispuesto a comerse los pollitos. Tampoco me gusta su risa. Usa esas sonoras carcajadas para no contestar las preguntas que le hacen los niños inteligentes. Preguntas como: ¿Por qué hay niños ricos y niños pobres? ¿Por qué hay tantas medias vacías en el mundo? ¿Por qué siempre te olvidas de los pobres, Nicolás?

Por su parte, y cuando el Niño preside Su Fiesta, los hombres aprenden de El que los mejores regalos del mundo no pueden comprarse porque en verdad no tienen precio. Cuando el Niño es el centro de la Navidad, grandes y chicos celebran el cariño que mantiene unida a la familia a pesar de todos los contratiempos, recuerdan que todos los hombres somos hermanos aunque parezca mentira y renuevan su esperanza de que habrá días mejores y llegará, aunque parece que ya tarda mucho, el Día de los Pobres.

Quienes mejor celebran su Navidad con este Niño recuerdan siempre que es una obligación la de tener un invitado en su mesa, por muy pobre que sea esa mesa. Saben que la alegría de esa noche no viene de la variedad de los manjares sino de la generosidad de los corazones. Repiten una y otra vez que todos los regalos del mundo no son nada ante el don inmenso que nos trajo ese Niño hace dos mil años: Su mera presencia, y la certidumbre de que, porque El quiso nacer en un pesebre, un día próximo o lejano todos los niños del mundo verán llenos sus corazones, no sus calcetines, y los verán llenos, no de baratijas, sino con la plenitud y el cumplimiento de todas sus ilusiones.

Sabiéndolo como lo se, ¿cómo podría cambiar yo algún día a ese Nicolás por el Buen Jesús? Jamás de los jamases!

…porque Santa es Satán

Escribí y publiqué este comentario hace varios inviernos.

Asiduo explorador de bibliotecas como soy, encontré después el libro titulado «Lucifer», escrito por Jeffrey Burton Russell, profesor de Historia de la Universidad de California en Santa Barbara y autor de diez libros, parte de sus estudios de toda una vida dedicada a conocer mejor a Satán, Lucifer, Belcebú y otros príncipes del Mal.

Editado por Cornell University Press, «Lucifer» dice en su página 71, de la que traduzco:

«… y el Diablo acecha desde el lado norte de la iglesia, fuera de sus muros, así que la gente prefiere no enterrar a sus muertos allí. La izquierda (latín: siniestra) se asocia con lo maligno y lo peligroso en muchas culturas. En la etapa medieval, el Norte es la dirección del Infierno.

«…es en el Norte donde el Lucifer de Is. 14:13 instaló su trono. …San Buenaventura colocó específicamente el Infierno en el Norte, el Cielo en el Sur, en su «Comentario sobre el Eclesiastés»… que muestra al Mal asociado con el Norte…

«Las conexiones entre el Diablo y Santa Claus (Sinter Claes, Saint Nicholas) son claras. Además de la relación con el (Polo) Norte y los ciervos, el Diablo viste pieles rojas, está cubierto de ceniza y desciende por las chimeneas…; lleva una bolsa enorme en la que mete pecados y pecadores (además de niños traviesos) y un bastón para golpear a los culpables (origen de los dulces en forma de bastones); vuela por el aire con ayuda de animales; la gente le deja comida y vino para sobornarlo. El apodo del Diablo (!), Old Nick, deriva directamente de San Nicolás… figura asociada con cultos de fertilidad, lo que explica las frutas, las nueces y el pastel de frutas característicos de sus regalos.»

Como otros exploradores de bibliotecas públicas pueden comprobarlo con relativa facilidad, Satán en su forma de San Nicolás es tema de varios libros escritos por especialistas en historia y religión.

Si bien no era en verdad difícil adivinar la «identidad secreta» de Santa Claus, la confirmación de mis sospechas fue una grata experiencia, principalmente porque refuerza la necesidad de rechazar al gordo borrachín y tragón durante cada Navidad, y retornar a la tradición milenaria de celebrar la más importante fiesta cristiana, el Nacimiento del Salvador, orando ante un pesebre y ante el Niño cuya muerte y resurrección cambiaron para siempre la historia de la humanidad.

La idea de que las dos fiestas «religiosas» principales de este país son Halloween y Christmas ‘ una dedicada a celebrar abiertamente las glorias del Diablo y la otra como celebración comercial de Satán disfrazado de Santa Claus ‘ debería añadir un sentido especial de urgencia al deber de cada hogar cristiano de celebrar su Navidad ante el Pesebre y el Niño Jesús.

– – – Arturo von Vacano es un periodista, escritor, fotógrafo y traductor boliviano. Inició su carrera en Lima, Perú, en 1960.

Sus entrevistas artículos y notas han sido publicados por PARADE y por muchos diarios y revistas de 19 países latinoamericanos. Vacano vino a EE.UU. en 1980 y fue editor de United Press International entre 1980 y 1987. Es miembro de la World Press Society de St. Paul, Minnesota, desde 1966. Es autor de varios libros.

Morder el Silencio, una novela, fue publicado en 1987 por AVON BOOKS de Nueva York.