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En el poder capitalista sigue el homenaje al robo

Fuentes: Argenpress

La política es la sombra que las grandes empresas proyectan sobre la sociedad. John Dewey, filósofo, USA 1859-1952. Algún mediodía de 1995 nos demoramos en una esquina de la Sexta, en Nueva York, a ver la marcha sobre patines de lo traders o como se llamen, zumbando hacia las oficinas de Wall Street. Al fin, […]

La política es la sombra que las grandes empresas proyectan sobre la sociedad.

John Dewey, filósofo, USA 1859-1952.

Algún mediodía de 1995 nos demoramos en una esquina de la Sexta, en Nueva York, a ver la marcha sobre patines de lo traders o como se llamen, zumbando hacia las oficinas de Wall Street. Al fin, simulaba ser una competición deportiva entre gimnastas impecables, portafolios en mano y bufandas al tono, esquivando a contramano los veloces y caóticos taxis de la ciudad, similar a tantas.

Y subiendo por la franja menos rugosa de la calle aquella exhibición del nuevo recurso yuppie para ir a su trabajo patín y patín, la nueva clase de pioneros triunfadores nos sugerían que al llegar, cada uno guardaría sus patines y se daría íntegro a erotizarse con télex y computadoras, esos ciertos amores en su vida…

Por curiosidad casi turística, volví el siguiente mediodía ya pensando que de esos avanzados negociadores de acciones y otros bienes virtuales, acaso conocieran las ideas de Adam Smith, el referente liberal más mentado, aunque por sus edades supieran más de Henry Hazlitt, por haber frecuentado sus textos y que falleciera en 1993. Un activista que criticara con ferocidad todas las ideas de John Maynard Keynes, y con preferencia aquello referido a la fijación de salarios mínimos, los planes de inclusión social como la desocupación y las intervenciones de los gobiernos en la economía práctica. Hazlitt, que difundiera todas sus ideas durante décadas en el New York Times, la revista Newsweek y el Wall Street Journal, y su libro más difundido fuera «La Economía en una Lección», entendía perniciosa cualquier cercanía de la economía mundial en ejercer la distribución que intentara cualquier gobierno. Hoy mismo, «que comamos todos» es un principio utópico, inalcanzable, que desprecian los diarreicos ideólogos de la CNN y sus rufianes del mundo capitalista. Unos meses antes del asesinato del presiente Kennedy en Estados Unidos, en un trabajo publicado inicialmente en «Newsweek» y difundido por Selecciones del Readers Digest en 1963, Hazlitt atacó enfurecido contra los intelectuales y los políticos que suscribían tibiamente los cambios en la economía norteamericana enuncidas por el ejecutivo, asesorado entonces por John Kenneth Galbraith, a quien el espectro liberal denostaba prolijamente cada día. Y esta vez Hazlitt, en pleno mayo del 63′, sostenía que ‘gracias a los ingresos arrebatados a los ciudadanos en forma de impuestos se constituye el sector público, dando a entender que lo palabra ‘público’ significa que lo democrático, compartido y de inspiración cívica, en cuanto a la palabra ‘privado’ se le otorga el espíritu de lo interesado y exclusivista’. Una calificación que él estimaba injusta con los de más altura en la pirámide, pero donde nos permitimos una pregunta, ingenua: ¿viendo el devenir de las sociedades desde cuando sabemos, esta constante injusticia contra el pobrerío no existe definitivamente así?

Por semejante certeza histórica y no porque los privilegiados sean los miserables, los economistas liberales han asolado el mundo con cierto refranero que venden al mundo como ideas sustanciales; ‘el progreso es el triunfo de pequeños triunfos individuales’, o ‘el estado benefactor es una ficción donde todo el mundo quiere vivir a expensas de los demás’, ‘los izquierdistas prefieren igualar las diferencias naturales’ y otras rebuscados dislates. ¿Y si fuera cierto aspirar a un Estado benefactor, que nos integrara como una verdadera especie, la humanidad debe pedir permiso a Wall Street para intentarlo? Al menos, si se hubieran accidentado antes, los patinadores triunfantes del sistema no serían estos delincuentes que estafaron al mundo y hoy llaman Crisis financiera a un afano despiadado. Pero hoy mismo entre los liberales de la Argentina, por ejemplo, esos robos disfrazados de inversiones inmobiliarias o parecidos fueron un efecto no querido y no la causa, según hubiera dicho el ideólogo Henry Haslitt, avalando así desde el capitalismo hasta al Bernard Madoff quien confesó haberse patinado cincuenta mil millones de dólares ajenos. Algo nada fácil, pero el hombre lo deschavó en estos días finales del 2008 y el ilícito no pudieron acallarlo como intentaron con las quiebras de Enron, World Com., la tecnológica Tyco y otras.

(A propósito de Madoff nos permitimos una licencia. En Argentina «patinar»significa perder dinero rápidamente y este prestigioso tomador de inversiones «Andá a Cantarle a Gardel» así hablaría del quebranto frente a sus hijos.

– Pero viejo, ¿cómo te patinaste tanta guita?

– Y, con los burros…

– ¿Tanto jugaste? Es mucho. ¿Y con las minas?

– También. Ahí patiné bastante.

– Entonces hiciste bien, viejo – y se abrazaron).

Bien, los liberales desprecian al Estado regulador y recitan parrafadas mediocres y nada científicas: ‘cada ciudadano según sus aptitudes particulares planea el futuro de acuerdo a su trabajo, sus ocios, sus gastos, y estos planes individuales se coordinan por el admirable mecanismo de la competencia y el mercado libre, sin necesidad de ninguna participación del Estado’. Y bien hacen en predicar esto que escribiera Henry Hazlitt según buenos liberales porque más tarde, al encargarse ellos mismos de la gestión económica obtienen los resultados cloacales siempre, y más trágicamente en América Latina. La representación que vivimos estos días, incluida la asunción de Barak Obama como primer presidente negro de Estados Unidos, es seguidilla y reiteración de esa lucha centenaria entre dos concepciones distintas no sólo de lo económico. Es una pelea mucho más cruenta y según pensamos, tal vez definitiva. Estamos en plena lucha por una idea más racional sobre la vida en comunidad, donde comamos todos aplicando leyes y controles a la desmesura de los poderosos. Nada inédito y ni novedoso, que significa al menos acordarse del mismo Adam Smith, humanista tan nombrado y menos leído, cuando sentenció ‘hay que desconfiar de la benevolencia del carnicero’. que si nos descuidamos nos vende carne podrida. Según vislumbramos que articulan ahora mismo, entre concilios y congresos de países que no resuelven nada, los constantes opresores de los despojados de la tierra