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En el punto de inflexión

Fuentes: Rebelión

Resulta una suerte de síndrome del ajedrecista, digo yo. A menudo los contendientes anticipan menos jugadas, y cometen más errores, que quienes atienden al match desde la vera. Pero fuera del juego suele ocurrir lo mismo. El historiador Paul Kennedy, citado por el articulista Raúl Zibechi, debe haber hecho sentirse aquejado del mal a muchos. […]

Resulta una suerte de síndrome del ajedrecista, digo yo. A menudo los contendientes anticipan menos jugadas, y cometen más errores, que quienes atienden al match desde la vera.

Pero fuera del juego suele ocurrir lo mismo. El historiador Paul Kennedy, citado por el articulista Raúl Zibechi, debe haber hecho sentirse aquejado del mal a muchos. «Vivimos en un parteaguas». Sin embargo, «son muy pocos los contemporáneos que se dan cuenta de que han entrado en una nueva era», quizás porque no ha aparecido la «perspectiva de la mirada distanciada», el hito, la referencia indeleble de una conmoción telúrica, de una guerra, sino que, por el contrario, se da una «lenta acumulación de fuerzas transformadoras, en su mayor parte invisibles, casi siempre impredecibles, que, tarde o temprano, acaban convirtiendo una época en otra distinta».

Las principales potencias del cambio, explica, serían (son) la erosión constante del dólar, que pasó de representar el 85 por ciento de las monedas internacionales al entorno del 60 por ciento; la segunda, la parálisis del proyecto europeo; la tercera, el ascenso de Asia, que supone el fin de 500 años de historia hegemonizada por Occidente; la cuarta, la decrepitud de las Naciones Unidas.

Para los miopes a ultranza, la IV Cumbre del BRICS (grupo configurado por Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica), recién celebrada en Nueva Delhi, podría representar un «bulto» discernible, una inobjetable señal de que algo se mueve. No en vano en la cita se decidió la creación de un banco de desarrollo de los cinco países, con creciente peso en la economía planetaria. La institución proveerá al ámbito subdesarrollado de una fuente de capital alternativo al condicionado políticamente por… se sabe quiénes, o restringido a causa de la insuficiente solvencia del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, controlados por Washington y la Unión Europea.

Como prueba de la importancia de lo dispuesto, apuntemos que el quinteto posee casi la mitad de la población y el 30 por ciento de la superficie del globo, así como el 35 por ciento de las reservas de divisas. (China ha devenido la gran acreedora de Estados Unidos y otras naciones industrializadas.) Por si no bastara, dispone de crudo, gas, bauxita, oro, plata, manganeso, níquel, fosfato, platino, tungsteno, plomo, zinc, estaño, uranio, carbón, diamantes, energía eléctrica… Asimismo, se erige en anchuroso granero, en medio de la crisis alimentaria, y sus miembros se complementan proverbialmente.

Pero los signos de los tiempos no se reducen a lo anotado. El colega Umberto Mazzi nos recuerda, en ALAI AMLATINA, que algunos suministradores de hidrocarburos han comenzado a separarse del petrodólar, «como se llamó a la emisión de dólares inorgánicos para pagar el alza del petróleo que produjo el abandono definitivo del patrón oro por Estados Unidos, en 1973. Las grandes economías exportadoras y algunas instituciones internacionales, como la ONU, ya se han planteado la necesidad de una nueva moneda de reserva mundial».

Sucede que la riqueza de EE.UU. se deteriora desde hace décadas y el esfuerzo financiero por salvar los bancos ha desviado y esterilizado la bolsa de recursos que la habría estimulado. «El creciente desempleo, la desindustrialización norteamericana y una balanza comercial en déficit crónico recomiendan un alejamiento del dólar como moneda de reserva».

Hoy por hoy, el yuan ha sido aceptado para el intercambio bilateral entre China -cuyas empresas, por cierto, lo utilizan ya en el trasiego con sus socios en 181 Estados- e incluso aliados de los gringos, como Japón y Australia. Y lo más importante: aumenta por día el número de acuerdos al respecto. Sí, algo estaría por trocarse a mediano o corto plazo.

Conforme a diversos analistas, en un ámbito colmado de pobreza y desigualdades, la consolidación del BRICS insufla esperanza a la humanidad, porque propone un enfoque de desarrollo diferente, con énfasis en la instauración de infraestructuras y la aplicación de resultados científicos, tecnológicos. La coordinación del ente supone un elemento de contención a la plataforma unipolar diseñada por Washington y sus adláteres europeos desde el fin de la Guerra Fría, «e inserta en las relaciones internacionales un freno al hegemonismo estadounidense, lo que no excluye un aumento de tensiones ante la expansión de la OTAN hacia Rusia y el Oriente Medio»…

Ah, la guerra como fatum de un orbe donde la multipolaridad sigue siendo el gran conjuro. ¿Se avendrán las potencias establecidas a un pacífico traspaso en la carrera de relevos que sostienen con las llamadas emergentes? Lo más distinguible desde la atalaya del presente es que definitivamente nos encontramos en un parteaguas. Un punto de inflexión. Y que para afrontarlo, o aprontarlo, tendremos que empezar por sobreponernos al síndrome del ajedrecista. Digo yo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.