Algunas veces, entre los libros que te llegan, te encuentras sorpresas que hacen restregarte los ojos. Mira uno de los libros, el título te llama la atención, por lo que sea, comienzas a leerlo, te sorprende; vuelves atrás, efectivamente habías entendido bien lo leído; vas leyendo con avidez, con sobresaltos, con asco, con miedo, te […]
Algunas veces, entre los libros que te llegan, te encuentras sorpresas que hacen restregarte los ojos. Mira uno de los libros, el título te llama la atención, por lo que sea, comienzas a leerlo, te sorprende; vuelves atrás, efectivamente habías entendido bien lo leído; vas leyendo con avidez, con sobresaltos, con asco, con miedo, te preguntas: ¿cómo es posible?, no puedes dejar de leer. Sigues y, de pronto, te brota una media sonrisa, te relajas, sonrisa entera, te ríes, te vuelves a preguntar: ¿cómo es posible?, sigues hacia el final de la lectura; piensas: ¡que pena! Acabas, miras al cielo y mil cuestiones te asaltan y vuelves a interrogarte: ¿cómo es posible?
Esa fue la secuencia de mi lectura de Calla y respira. Una historia que hace reconciliarte con algunas personas y «¿odiar?» a otras. Situemos temporal y espacialmente la que se narra en ella.
Coordenadas temporales: Década de los años 80, del siglo pasado, más concretamente el periodo comprendido entre 1984 – 1988. Coordenadas espaciales: Hispanoamérica, centrados en Ecuador, 1985. El presidente Febres Cordero ha instaurado una política de represión inédita contra todos los opositores políticos.
Una vez situados, vayamos con el relato. Dos partes perfectamente diferenciadas tienen este libro. La primera trata sobre el secuestro/desaparición del autor, Hernando Calvo. La segunda su estancia en la cárcel.
El 24 de septiembre de 1985 es detenido Hernando en Quito (Ecuador), un joven estudiante de periodismo amante de las ideas progresistas, de la salsa, el ron y de reírse de todo. Desaparecido y torturado, después de doce días llega a la cárcel de Quito. Antes de llegar a la cárcel fue golpeado, vejado, apenas le dieron de comer y apenas lo dejaban dormir. Lo torturaron con corrientes aplicadas en cabeza, oídos, boca, genitales.
El presidente socialcristiano León Febres Cordero era considerado por las organizaciones de derechos humanos como el mandatario más represivo de la historia ecuatoriana. Estaba obsesionado en eliminar a los guerrilleros del movimiento «Alfaro Vive ¡Carajo!», y veía enemigos por doquier. Al líder de ese movimiento lo mataron a garrotazos, choques eléctricos, quemaduras en los testículos, y el «submarino», técnica consistente en maniatar al reo introduciéndole de cabeza en un tanque con agua salada, orina u otro líquido, con las piernas suspendidas hacia arriba, hasta la asfixia.
No llegaron a tanto con Calvo Ospina, pero casi, ya que lo enviaron a la cárcel de Quito durante tres meses donde se encontró y se mezcló con aquel mundo de miserias, donde reinaban (y reinan) los robos y las drogas, pero también el cariño, la solidaridad. No falta un secuestrado en ese camino, pero, en especial, la preparación de una fuga donde unos travestís hacen parte esencial.
Todo esto lo habremos de leer con distanciamiento emocional. Distanciamiento que el propio autor pone, no en balde han pasado 28 años. Sin ese distanciamiento es imposible escribir sobre lo peor que se le puede hacer a un ser humano por parte de otro. Felicito al autor por arrancar sonrisas y risas a pesar de todo.
Ante la masiva presión internacional, el gobierno del presidente León Febres Cordero debió permitir que saliera de la cárcel, aunque en un avión directo a Lima, Perú, el 28 de diciembre de 1985. A los dos meses de estar en esta nación, protegido por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, el gobierno del presidente Alan García lo consideró persona non grata, exigiendo su salida del país. Bajo el amparo del gobierno francés, el 15 de marzo de 1986 llegó a Paris.
No obstante ha sido inscrito en una lista negra norteamericana No Fly List que prohíbe sobrevolar el espacio aéreo de Estados Unidos a todos los que figuran en ella.
Hernando Calvo Ospina (Cali, Colombia, 1961) Colaborador permanente del mensual francés Le Monde diplomatique, ha participado en la realización de documentales para las cadenas de televisión: la británica BBC; la franco-alemana ARTE; y la alemana ADR.
Ha compartido conferencias con personalidades como el dirigente cubano Fidel Castro Ruz, y el presidente de Venezuela Hugo Chávez Frías. Ha entrevistado al presidente de Ecuador Rafael Correa, y otras destacadas figuras como: los franceses Danielle Mitterrand, el actor Pierre Richard, y monseñor Jacques Gaillot;al sociólogo estadounidense James Petras; y el periodista franco-español Ignacio Ramonet.
Entre sus libros publicados nos encontramos:
- Salsa. Esa Irreverente Alegría. Txalaparta, España.
- Don Pablo Escobar. EPO, Belgica, 1994.
- Perú: los senderos posibles. (co-autor Katlijn Declercq) Txalaparta, España, 1994.
- Ah, die Belgen!. EPO, Belgica, 1996.
- ¿Disidentes o Mercenarios?. (co-autor Katlijn Declerc) Vosa-Sodepaz, España, 1998.
- Bacardí: la guerra oculta del Ron Bacardí. (Prefacio de James Petras). Red de Consumo Solidario,
- Sur un air de Cuba. (Prefacio de Pierre Richard). Le Temps des Cerises.
- Colombia, democracia y terrorismo de Estado. (prefacio de Ignacio Ramonet). Foca, España, 2008.
- El equipo de Choque de la CIA. El Viejo Topo, España, 2010.
Hernando Calvo ha aceptado, desde Paris, a contestar a nuestro cuestionario.
-¿Por qué ha tardado tanto tiempo en escribir el libro? o debería preguntarle ¿por qué tanto tiempo para dar a conocer públicamente sus impresiones?
-Existieron varios motivos que tardaron ese parto de impresiones. Escribir en primera persona no fue fácil, quizás por una falsa humildad. En realidad esto fue lo que más tardó su redacción. Luego, el qué contar y hasta dónde, aunque terminé contando bastantes cosas. Otro motivo fue encontrar a las personas con las cuales compartí esos momentos. Unos no tuvieron problema en remojar mi memoria y, además, narrar situaciones que por sus responsabilidades políticas, legales o clandestinas, yo no tenía por qué saber. Algunos no quisieron testimoniar por diversos motivos, pero me entregaron datos, copias de documentos y anécdotas. Mientras que a otros no los pude encontrar.
-¿Ha podido perdonar a los que tanto daño le hicieron? ¿Ha olvidado?
-No soy rencoroso. Además eso no es algo personal, así las torturas y otras violencias las haya recibido mi piel directamente. Quizás parezca ilógico, pero en bastantes países latinoamericanos muchos en el mundo, incluidos europeos y Estados Unidos, el ser militante de izquierda, el actuar buscando una sociedad más justa, verdaderamente democrática, te puede llevar a la cárcel, la tortura y hasta la muerte. En mi caso, yo era un activista político en dos países, Ecuador y Colombia, cuyos gobiernos eran altamente represivos (Colombia lo sigue siendo). Y a pesar de que mis actividades políticas eran legales fueron enmarcadas como subversivas por los organismos de represión, ya que de una u otra manera coincidían en muchas cosas con las estrategias de las organizaciones guerrilleras de esos países.
Yo sé que los estados tienen todo el derecho de defender sus intereses, su sistema, pero no así. Sus propias leyes lo prohíben. Por tanto, esas personas que me torturaron, pero que también violaron y asesinaron a cientos de personas en Ecuador, deben ir a tribunales. No siento odio hacia ellas, pero como varias siguen vivas e impunes, sí deseo que la justicia las castigue por el mal que hicieron a tantas personas y familias.
-¿Lo que cuenta en el libro sobre su secuestro/desaparición, antes de ir a la cárcel, es tal cual o fue peor?
-Creo que fue así. Claro, el dolor, la angustia, los temores, las lágrimas, la impotencia ante la indefensión no se puede trasladar al papel como se vivieron, pero traté de que quedara lo más cercano a la realidad.
-¿Sabe quiénes fueron sus secuestradores? ¿Sabe que fue de ellos?
Mientras me tuvieron los militares no veía nada. La venda en los ojos me lo impedía. Pero las lágrimas y el sudor las fueron soltando de la piel, junto a la nariz, bajo los ojos. Por eso cuando me pasaron a la policía secreta pude verlos a todos. Así, unos días después, ya sin vendas pero aún sin poder tener a un abogado o ver a los familiares, me los crucé en los pasillos mientras me trasladaban esposado de una oficina a otra. Eran altos oficiales. Años después se supo que hacían parte de un grupo paramilitar llamado «SIC 10», entrenados por «expertos» de laCIA, del Mossad israelí y de la policía española.
-¿Por qué el título de Calla y respira?
Mientras te torturan y te preguntan lo que sabes es muy difícil aguantar. Si decides abrir la boca sólo para gritar o patear por el dolor, pues «calla y respira». No es fácil. De una parte el dolor es tremendo, pues ellos saben dónde y cómo producir sufrimiento. Y una delación puede costar vidas.
Pero en la cárcel también aprendí que se debía ver, callar y respirar. Eso es una ley que nadie escribió pero que funciona en todas las prisiones del mundo.
-¿Cómo ha sido acogido el libro? ¿Se está traduciendo, se que está la edición francesa?
-Me tiene sorprendido su acogida. A comienzos del 2014 será publicado en Italia, Alemania, Brasil y Venezuela. Y en este noviembre el Ministerio de Cultura de Ecuador lo publicará, y será presentado durante la Feria del Libro de Quito, lo que para mí es algo muy importante.
-¿Cómo puede escribir sobre hechos tan viles con la tranquilidad que se respira al leer el libro?
-No sabía que el libro respiraba tranquilidad, aunque en muchos pasajes existen situaciones jocosas y hasta eróticas, particularmente en el segundo capítulo, cuando ya estoy en la cárcel. No le niego que lloré describiendo algunas situaciones. Por ejemplo, al recordar el sufrimiento y la valentía de mis padres, así como de la madre de mi hija mayor. También recordando la solidaridad y los abrazos que se encuentran en medio de tanta miseria humana.
-En muchos momentos me he sonreído y reído al leer su paso por la cárcel ¿qué sentía en ella? ¿Cómo era su relación con aquella maravillosa «fauna»?
-Las mañanas en la cárcel son larguísimas. No sé por qué. De suerte mi temperamento me llevó a mezclarme en el día a día de los presos «comunes». Ha sido una de las experiencias más grandes de mi vida. Ví llorar por pasión o tristeza a matones, a machos bien machos, esos a quienes no les temblaba la mano para cortarle la cabeza a cualquiera. Escuchar sus historias, compartir sus risas, sus robos, sus ventas de marihuana. Aprendí a conocer y hasta querer a ese «lumpen», como les dicen ciertos sociólogos. Fue muy emotivo cuando ya salía libre: me faltaron brazos y palabras para tantos cariños demostrados esa mañanita.
-¿Ha vuelto a saber de algunos de sus compañeros de prisión?
-De los presos políticos que estuvieron conmigo, sí. Con unos me volví a comunicar y tengo buenas relaciones. Y aunque parezca increíble, los más cercanos de aquella época se acomodaron económicamente y se olvidaron de los ideales, y hasta me dejaron de hablar.
-¿Siente alguna pena/sensación al no poder sobrevolar suelo estadounidense?
¿Sobrevolar? El mayor «problema» es que muchos pasajes son más baratos si uno pasa por allá. Quería ir a conocer San Francisco y el Cañón del Colorado. También deseaba volver como turista a Nueva York, pues en las tres ocasiones anteriores el trabajo no lo permitió. También es una pena no poder visitar a muchos «gringos» que aprecio como personas o por su trabajo intelectual y político. Por lo demás, no. Me parece un país muy agresivo, para decir lo menos.
-¿Trabaja en alguna otra novela, en la actualidad?
-Sí. Es la historia de una mujer llamada «Olga». Contiene erotismo, risas y algo de violencia.
-¿Tiene alguna manía a la hora de escribir? ¿Alguna curiosidad que no haya confesado hasta ahora?
-¿Manías para escribir? Voy a tenerlo que pensar. Lo cierto es que a veces llega la media noche y me doy cuenta que aquello que me tuvo ocupado desde las 7am no me gusta. Y que le di vueltas a una frase, para reafirmarme que no era la adecuada.
Ah, ya me acordé de una manía: me cuesta escribir sin escuchar música salsa. Es mi única droga.
Y no creo que soy muy original al repetir lo que ya han dicho otros: la sensación que se siente cuando se termina un libro es muy extraña. Pero cuando está impreso y en venta, esa sensación se multiplica. Es como si un hijo llega a mayor de edad y se va de la casa: cualquier cosa le puede pasar y no tenemos mucho para protegerlo.