Sola, sola y triste, lejos de todas las almas, De todo lo tierno, de todo lo suave. I.V., 1937, a sus 17 años. Sola de toda soledad estará Idea. A pesar de la altivez delicada con que supo buscarla, esa soledad duele ahora porque somos nosotros los huérfanos. Aunque estuviese retirada del mundo […]
Sola, sola y triste, lejos de todas las almas,
De todo lo tierno, de todo lo suave.
I.V., 1937, a sus 17 años.
Sola de toda soledad estará Idea. A pesar de la altivez delicada con que supo buscarla, esa soledad duele ahora porque somos nosotros los huérfanos. Aunque estuviese retirada del mundo y reticente, saber que estaba todavía y era, daba intensidad a la vida. Y cierta fuerza sabernos sus contemporáneos. De pronto se hacía presente en una nota sobre los que se buscan alimento en la basura de los contenedores, porque «como dice Idea, acaso tiene delicadeza, vivir, romperse el alma», o privadamente la convocaba una secreta pérdida, el fin de algo, o aparecía, en cambio, su imagen proyectada sobre las multitudes en un concierto de rock, como una marca de la renovada adolescencia de sus lectores que, en ella como en Onetti, encuentran en estos tiempos de hastío y desencanto, una fuerza subversiva ajena a programas, porque nace desde la más honda subjetividad. Ese universo sin dioses es el legado de Idea. Esa poesía nocturnal hecha también de silencios, es la piedra pulida, dura y contundente que nos arroja desafiante al rostro. Pero esa dureza no lastima, sino que tienta (¿alienta?) a pedir lo imposible, a vivir sin cálculo, a amar sin reposo. Y a sufrir bellamente. Sí a enamorarse del dolor, esa invitación de juventud y rebeldía que procura lo más puro de cada uno de nosotros. Es por eso quizás que a pesar del pesimismo y la amargura, su poesía libera. No consuela, pero da dignidad y derecho al dolor de vivir. Y reivindica la olvidada pasión.
Contra corrientes hegemónicas en la poesía de su tiempo, Idea fue también en eso una figura solitaria y escribió de los grandes temas de la gran poesía de siempre (no del lenguaje que los dice). Tal vez por eso es difícil advertir la evolución de una obra que parece nacida enteramente ya, de una poeta que no exhibe fácilmente sus aprendizajes. Y aunque haya ordenado sus poemas en las ya famosas categorías de Poemas de amor, para sus cantos de desamor y sensualidad (Un pájaro me canta y yo le canto/ me gorjea al oído y le gorjeo/…y me vence y lo venzo/ y me acaba y lo acabo»; «Te estoy llamando amor, como a la muerte») , Nocturnos para los más metafísicos, «Noche sin nadie, noche en la espesura..»; «Como una sopa amarga, como una dua cucharada atroz/ empujada hasta el fondo de la boca»…; Pobre Mundo para la poesía social y el éxtasis de la naturaleza («Con los brazos atados a la espalda/ un hombre/ feo y joven…/ lo hundían en el agua de aquel río…/ahora mismo/ hoy/ lo están pateando«);y No para el brevísimo escepticismo, su decir es siempre incondundible, su obra sostiene una desusada unidad. Eros y thanatos, el amor y la muerte sutilmente enredados, fueron dichos, sin ampulosidad con las palabras sencillas del español rioplatense, con el tono austero y delicado de una música interior. Construyó así una poesía antiretórica y lacónica, -del temblor austerio, la llamó Gelman- hecha también de silencios, de espacios vacíos. Con ella la grandeza se hacía cercana y doméstica. Ahí en sus versos, decía su amigo argentino Gregoric «está el amor, puro, elemental y condenado, no ya en el jardín del Paraíso, ni en el pasado vertiginoso, sino en el duro presente de la ciudad americana, asediado por la tristeza, la ropa sucia, la rutina y el dinero».
Tal vez su ausencia, la lectura de Idea sin Idea, permita otras interpretaciones de su obra. Tal vez, liberada de su presencia poderosa (y soberana), la crítica de su poesía aprenda a articular una evaluación más rica y compleja y conflictiva. Queda todavía por explorar su tarea de traductora, sus filiaciones inconfesas, sus diálogos con otros poetas. Beatriz Végh ha hecho un estudio revelador sobre Idea traductora festiva de Quéneau. Queda por explorar su biografía, atravesar el corpus espiralado de una correspondencia inmensa y rica. Queda la herencia del diario que inició a sus 18 años, y dispuso que fuera publicado a su muerte. Otra Idea nos espera. Intuyo, sin embargo, que cuando todo pase, estas piedras pulidas de sus poemas, estos golpes como de dios, volverán a imperar, sobre su tránsito, sobre la leyenda que también construyó, sobre lo que hayamos podido desplegar de su tránsito. Y quedarán las palabras simples e irrevocables para que aprendamos a amar y a sufrir bellamente. A aceptar el deseo de «loco amor, que todos o que algunos, siempre, tras la serena máscara pedimos de rodillas».