El pasado 30 de abril murió en Yakarta el gran escritor revolucionario Pramoedya Ananta Toer. Tariq Ali recuerda la tragedia de Indonesia, retrata la vida combativa del genial novelista y glosa la extraordinaria obra narrativa de quien, salvo por su tenaz disidencia política, acumuló méritos más que suficientes para recibir el Premio Nóbel de Literatura.
La muerte del escritor Pramoedya Ananta Toer es una enorme pérdida para la literatura mundial. Fue un prominente intelectual de la izquierda indonesia y un brillante escritor de ficción, siempre en pos de un tiempo que nunca llegó. A veces, creyó haber entrevisto el futuro, y se apresuró a magnificarlo reflejándolo en su ficción. Jamás disimuló su entusiasmo por la política radical.
En «Diajang menjerah» (La que abandonó), una breve narración publicada en una colección en 1952 (Tjerita dari Blora, Historias de Blora) escribió:
«En esos tiempos, también el ardimiento político rugía como una marea, fuera de control. Todos sentían como si estar realmente vivo fuera imposible sin compromiso político, sin debatir cuestiones políticas. En verdad, era como si pudieran vivir hasta sin arroz. Incluso los maestros de escuela, inveteradamente acostumbrados a vivir ‘neutralmente’, se habían infectado de ardor político, y en la medida de sus posibilidades, instilaban en sus discípulos la política con la que ellos mismos se habían comprometido. Todos se afanaban en reclutar más miembros para su partido. Y las escuelas fueron fértiles campos de batalla para sus combates. ¡Política! ¡Política! En nada se distinguía del arroz, bajo la ocupación japonesa.»
Indonesia, el más grande país musulmán del mundo, contó en otro tiempo con el más grande partido comunista fuera del mundo oficialmente comunista. En 1965, los militares se apoderaron del país y lo bañaron en sangre: al menos un millón de personas, sobre todo comunistas y simpatizantes, fueron masacradas. En Bali y en otros sitios la cúpula militar pro-occidental buscó la colaboración con los vigilantes islamistas para asegurarse de que pocos quedaran con vida. Veinte años después, un escritor de otra generación más joven, Pripit Rochijat Kartawidjaja, recordaba la noche infernal:
«Normalmente, los cadáveres no podían ya reconocerse como humanos. Descabezados. Desventrados. El hedor del putrílago, inimaginable. Para asegurarse de que no se sumergirían, los esqueletos eran deliberadamente atados a varas de bambú, o ensartados con ellas. Y el desplazamiento de los cadáveres desde la región de Kediri, río abajo por el Brantas, alcanzó su momento aúreo cuando los cuerpos estacados fueron religados a modo de almadías, sobre las que fue desplegada por lo magnífico la bandera del PKI [Partido Comunista Indonesio]. (…) Puesta por obra la purga de los elementos comunistas, los clientes de prostíbulos dejaron de buscar allí alivio sexual. Razón: el grueso de los clientes -y de las prostitutas- estaban demasiado aterrorizados para pensar en sexo, ante el espectáculo ofrecido por miríadas de genitales comunistas masculinos colgando arracimados ante los prostíbulos, como pencas de bananas en mercado».
Toer, nacido en 1925 en Blora, en la Java central, fue el más destacado novelista y, significativamente, publicó en EEUU. Salvó la vida. Los generales no se avilantaron a ejecutarle, en la esperanza de que las condiciones de su cautiverio resolverían el problema.
Luego recordaría cómo cada noche, de las tres mil y una noches que duró el cautiverio (ocho años), luchó contra la crueldad, la enfermedad y la caída en el pozo de la locura narrando cuentos a sus compañeros de desgracia. Mantuvo viva la esperanza, para sí mismo y para ellos. Escuchándole, los presos se olvidaban por unos momentos de dónde estaban y de quién les había condenado.
Pasó 12 años en total en Buru. No fue su primera estancia en prisión, lo que le indujo a comparar las condiciones presentes con las imperantes en el pasado colonial. No había sombra de duda. Eran cualitativamente peores que las sufridas casi dos décadas antes, cuando fue encarcelado entre 1947 y 1949 en el campo de trabajos forzados de Bukitduri. En aquel entonces, estaba activamente comprometido con la lucha revolucionaria contra los holandeses desde el final de la II Guerra Mundial.
Los holandeses, a diferencia de sus imitadores postcoloniales, no le habían privado de los medios necesarios para escribir, y allí escribió su primera novela , Perurban (1959), traducida al inglés como El fugitivo (1975, 1990; publicada en el Reino de España en lengua euskara por la editorial vasca Txalaparta), una obra maestra de 170 páginas, superior en punto a composición y contenido a la ficción homónima de Albert Camus con la que los críticos occidentales a veces la comparan.
En Nyanyi sunyi seorang bisu (1995; traducida al inglés en 1999 como The Mute’s Soliloquy, «Soliloquio del mudo»; publicado en castellano como Canción triste de un mudo por la editorial vasca Txalaparta) -un conmovedor relato de su vida en prisión-, Toer describe con prosa lacónica y contenida la brutalidad institucionalizada del Nuevo Orden de Suharto. El viejo carguero con que él y otros 800 presos fueron trasladados a la isla de Buru le trae a la memoria:
«los coolies en el barco del capitán Bontekoe, los chinos secuestrados en el barco de Michener con destino a Hawai (…), los cuatro millones de africanos cargados en barcos británicos y americanos para ser transportados por el Atlántico.»
En momentos extremos del período colonial, los inseguros y amedrentados funcionarios holandeses, conscientes de la obsesión javanesa con la limpieza, acostumbraban a arrojar excrementos a los nativos, a fin de humillarles y degradarles. El buque-prisión del Nuevo Orden dio un paso más. La celda de los presos estaba adyacente a la letrina, y con los temporales, ambos espacios se fundían. Los presos recibían regularmente malos tratos y eran mantenidos en condiciones de práctica inanición, para que solo los más aptos lograran sobrevivir. Toer describe un menú indecible:
«Imaginaros una dieta compuesta por ratas de albañal, excrecencias enmohecidas de árboles de papaya y plantas de banano, y li-chis ensartados en nervaduras de hoja de palmera, a modo de aperitivo. Incluso J.P, uno de los presos más instruidos entre nosotros, se vio reducido a comer flores de cicak, aunque siempre empezaba desmenuzando uñas de pies de lagartija. Se había convertido en todo un experto en cazarlas. Tras amputarles las uñas, estrujaba a la infortunada criatura entre su índice y su dedo gordo, la colocaba en lo más hondo del gaznate, y se la tragaba. La voluntad del hombre para defenderse del hambre, era ya una victoria en sí misma».
En ningún momento dejó el régimen de enviar allí a predicadores y periodistas islamistas para que inspeccionaran los espíritus de los presos, urgiéndoles a regresar a la fe:
«No tengo la menor duda de que este año, como los anteriores, al comienzo del mes de ayuno, mis compañeros y yo seremos agasajados con un sermón de algún funcionario religioso especialmente traído del mundo libre sobre la importancia de ayunar y poner bajo control el hambre y los deseos. ¡Tiene gracia el asunto,
Tras 15 años de prisión en su país, una campaña de Amnistía Internacional y de otros grupos en Occidente contribuyó a que Toer fuera liberado en 1979. Una libertad condicional: hasta 1992 estuvo confinado en condiciones de arresto domiciliario en Yakarta, obligado a presentarse regularmente ante la policía. Pero el tiempo era ahora suyo, y podría volver a escribir.
Las alegorías que ensayó oralmente con sus compañeros de cárcel política en tiempos sin esperanza, se convirtieron en un celebrado cuarteto de novelas, conocido como El cuarteto de Burú [traducción castellana en la editorial Destino, Barcelona, a partir de 1981; luego, la tetralogía entera, en la editorial vasca Txalaparta]. La primera de ellas, Bumi manusia [Tierra humana, trad. Gloria Méndez, Destino, Barcelona, 1981, 2004] fue publicada en 1980 y encabezó la lista de libros más vendidos durante 10 meses. La segunda, Anak semua bangsa [Hijo de todos los pueblos, asimismo en la editorial Txalaparta], también se convirtió en un best-seller. De tal modo decidieron miles de ciudadanos indonesios dar la bienvenida a «Pram», su más celebrado disidente, en su regreso a la vida literaria.
Las novelas -en parte realistas, en parte históricas (los sucesivos volúmenes de la tetralogía fueron traducidos como Hacia el mañana, en 1990, y La casa de cristal, en 1992)- se situaban en el período colonial. La fuente de inspiración fue la legendaria figura de Tirto Adi Surya, el padre del periodismo nacionalista indonesio. La dimensión y la profundidad de la obra fueron tales, que para el grueso de los lectores indonesios, obligados por el clima político a disimular sus propias ideas, el efecto resultó espectacular. Toer escribía sobre el pasado, pero mucho de lo escrito resonaba en el presente. ¿Eran Suharto y el Nuevo Orden una continuación del régimen colonial? En 1981, los libros fueron proscritos. Los editores se vieron obligados a cerrar. Uno de ellos fue encarcelado durante tres meses.
Si Pramoedya Ananta Toer hubiera sido un disidente soviético, habría recibido el Premio Nóbel de Literatura, pero su categoría de maestro literario está asegurada, y a diferencia de algunos contemporáneos latinoamericanos, jamás cayó en arrepentimiento:
«Así como la política no puede separarse de la vida, la vida no puede separarse de la política. La gente que se considera impolítica no es distinta; ha sido ya asimilada por la cultura política dominante: lo que pasa es que ha dejado de darse cuenta.»
Tariq Ali es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO
Traducción para www.sinpermiso.info : Antoni Domènech