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El combustible asesino de la ocupación militar

En la raíz del choque

Fuentes: Il Manifesto

Traducido para Rebelión por Susana Merino

En Europa, los Jefes de Estado, los grandes bancos, los especuladores financieros, los economistas al servicio de las grandes empresas no han concluido aún que la crisis económica que comenzó en 2008 haya sido superada. Los eslabones más débiles de la cadena occidental podrían romperse en cualquier momento y causar el colapso de todo el sistema económico-financiero. La crisis se mantiene y además se ha expandido a nivel mundial y socava las bases mismas de la existencia humana.

Incluso en las democracias de bienestar reinan la inseguridad y el miedo. Las estructuras de protección y de solidaridad social no parecen ser ya capaces de proteger la vida de los ciudadanos. La competencia es despiadada la represión policial cada vez más agresiva, mientras que la exclusión de los «diferentes» viola los más elementales derechos humanos. Piénsese en el racismo del presidente francés, inmediatamente aprobado por el racismo de los gobernantes italianos. Una creciente marea de soledad, de frustración, de desesperanza que se traduce en una febril demanda de seguridad y de indemnidad.

En este mundo asustado, el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 se proyecta todavía un cono de sombra. Sin embargo, debe quedar bien claro que se trata especialmente de la sombra terrorista de las guerras de agresión provocadas por las principales potencias occidentales, especialmente de Estados Unidos y Gran Bretaña. Desde la Guerra del Golfo de 1991 hasta las «guerras humanitarias» de los Balcanes y el ataque contra Afganistán e Iraq, los EE.UU. y sus aliados europeos han llevado a cabo contra el «terrorismo» una guerra global despiadada y tenebrosa

Pero el terrorismo -esto es central- no es ciertamente la causa principal de la crisis social, de la inseguridad, del miedo, del derramamiento de sangre. El terrorismo -especialmente el terrorismo de raíces islámicas- es una consecuencia y no una causa. El terrorista es, en primer lugar, un aterrorizado. Como ha demostrado de manera irrefutable el investigador estadounidense Robert Pape, la violencia terrorista ha sido en gran parte una reacción a la ocupación militar de los países islámicos. Un intento de salvar sus propias culturas y tradiciones resistiendo al colonialismo occidental.

El número incalculable de civiles y soldados muertos, el bombardeo de ciudades enteras, el encarcelamiento, la tortura y el asesinato de cientos de personas acusadas, sin pruebas, de ser militantes terroristas: masacres «democráticas» que han sido y son todavía infinitamente más crueles y aterradoras que el llamado «terrorismo internacional».

En realidad, lo que a menudo se denuncia como una amenaza terrorista es una farsa de los servicios secretos, de las autoridades policiales, de los gobiernos y de los ministros: basta pensar en un ministro como el italiano, Ignazio La Russa, que exalta el derramamiento de sangre afgana e, indirectamente, la de decenas de soldados italianos. Piénsese también en el demencial arresto de cinco barrenderos británicos de origen magrebí acusados de atentar contra la vida del pontífice romano.

Esta farsa trágica se prolongará todavía, ante nuestros ojos, durante mucho tiempo. La guerra de Afganistán continúa aún por voluntad del presidente Barack Obana, mediante el uso de armas cada vez más sofisticadas y mortales. Considerese el uso -incluso por el ejército italiano  de aviones no tripulados, de aviones teledirigidos equipados con misiles. Y también en los «minisatélites asesinos» y en los aviones hipersónicos Falcon que pronto serán capaces de librarse de la atracción terrestre, de orbitar y caer sobre el objetivo, partiendo de cualquier lugar de la tierra, después de una hora de vuelo. Y es indudable que estas armas serán utilísimas en la ya próxima guerra contra los «terroristas» en Pakistán.

En el mercado global de la muerte el valor de cambio de la vida se diferencia bien entre la de los agresores, normalmente ricos y «civilizados» y la de los llamados «terroristas» normalmente pobres e «incivilizados» que se arrastran secretamente por el subsuelo del mundo.

Los apologistas de la globalización occidental ignoran deliberadamente la «vida miserable, brutal y breve» -como diría Thomas Hobbes- de quienes viven en el sufrimiento y el miedo.

Fuente: http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20101006/pagina/09/pezzo/288415/

rCR