Los hechos objetivos siempre vienen revestidos de los sentimientos de quienes los viven. ¿Cómo sentí yo mi proceso en la ex-Inquisición de Roma en 1984? Puntualmente, a las 9.00, hora oficial del Vaticano, vinieron a buscarme. Antes de poder despedirme de mi Superior, me agarraron y me metieron dentro del coche, que salió disparado hacia […]
Los hechos objetivos siempre vienen revestidos de los sentimientos de quienes los viven. ¿Cómo sentí yo mi proceso en la ex-Inquisición de Roma en 1984?
Puntualmente, a las 9.00, hora oficial del Vaticano, vinieron a buscarme. Antes de poder despedirme de mi Superior, me agarraron y me metieron dentro del coche, que salió disparado hacia el Vaticano, cerca de allí. Me sentí como alguien secuestrado por las «brigatte rosse».
Una escolta de guardias suizos me condujo al ascensor. En el piso de arriba, me esperaban otros dos guardias con el Cardenal Inquisidor, Joseph Ratzinger vestido con sus ropas de cardenal y yo con mi simple hábito. Le saludé en bávaro para aligerar la tension. Inmediatamente me condujeron a través de un salón de unos cien metros de largo, completamente alfombrado, con paredes repletas de cuadros renacentistas. Al final, una pequeñísima puerta, mal podía pasar por ella, y una sala rodeada de libros con un minúsculo podio donde se sientan inquisidor e inquirido. Abajo, el notario anota todo. Sin dilaciones, se comienza el trabajo. Yo corto al cardenal y le digo: Sr. Cardenal, en mi país somos aún cristianos; en cosas serias invocamos a Dios. Ante lo cual el cardenal, sorprendido, inicia ritualmente la recitación del Veni Sancte Spiritus. Para una visión jurídica de la Iglesia, Dios realmente sobra.
Empecé a leer lo que había preparado. El cardenal hizo sólo dos interrupciones. Una para saber lo que era una Comunidad Eclesial de Base, que él imaginaba una célula comunista donde se preparaban los militantes porque en ella se habla siempre de lucha, y otra en la que estoy en descauerdo con él hasta el día de hoy. Afirma él: sólo en la Iglesia Católica se encuentra la Iglesia de Cristo. En las otras hay únicamente elementos, como puertas y paredes pero sin llegar a formar una casa. Por eso no son llamadas iglesias ni deben, en derecho, ser llamadas así. Cosa que considero ofensiva, arrogante y simplemente errónea según la Tradición.
Se hizo una pausa para el café en el gran salón. De todos lados salían funcionarios con su ejemplar del libro condenado, «Iglesia: carisma y poder», pidiendo autógrafos, cosa que irritó mucho al cardenal. En todos escribí lo mismo: «Conserve la herencia de Jesús, la libertad, conquistada no con palabras sino con su propia sangre». A solas, el cardenal y yo mirábamos los tapices, hasta que nos paramos ante uno enorme con un San Francisco, todo laceerado, pero transfigurado en lo alto. En tierra, de rodillas, el Papa con la triple corona en su cabeza. Dije al Cardenal: he aqui el símbolo de la Iglesia que defendemos, la de los pobres, representada por San Francisco y el Papa de rodillas a su servicio. Y el Cardenal: tú, teólogo de la liberación, politizas todo; aquí tenemos una obra de arte y no una pieza de teología. A lo cual le respondí señalando las grandes ventanas cuadriculadas de hierro: usted no tiene ojos para la teología de la liberación porque ve el mundo de los pobres por esas ventanas cuadradas por donde no llega su grito.
Tuvimos otra hora de trabajo. Al final, un encuentro con los dos cardenales brasileros Arns y Lorscheider que vinieron a apoyarme. Dom Arns fue directo al punto: Sr. Cardenal Ratzinger, no nos ha gustado su documento sobre la teología de la liberación. Pedimos otro que haga justicia a las iglesias que toman en serio la opción por los pobres y por su liberación. Al construir un puente usted no llamó a un ingeniero sino a un gramático. Invite a nuestros constructores y ellos le ayudarán a hacer una buena teología de la liberación, útil a toda la Iglesia.