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El potencial revolucionario de Internet está lejos de ser evidente

En ti más que tú mismo

Fuentes: In These Times vía Indymedia Barcelona

El autor pretende desarrollar una réplica a la reciente elección del «internauta» (¡tú!) como personaje del año por la revista TIME, y los problemas y contradicciones de la construcción ideológica subyacente de democracia digital.



En Diciembre, el honor de «Persona del Año» de la revista Time no les cayó a Ahmadinejad, Chavez, Kim Jong-Il, ni a ningún otro de los sospechosos habituales, sino que fue para «tí»: para todos y cada uno de nosotros, creadores de contenidos en la World Wide Web. La portada del Time mostró un teclado en blanco con un espejo como monitor del ordenador, permitiéndonos a cada uno de nosotros vernos como reflejo. Para justificar esta elección, los editores citaron el giro global de las instituciones terrestres a la emergente democracia digital donde los individuos -tú- son ambos ciudadano y rey.

Hubo más en esta decisión de lo que parece a primera vista, y más que el sentido habitual del término. Si hubo en algún momento una elección ideológica, consistió en esto: El mensaje -la nueva ciberdemocracia permite a millones que se comuniquen y organicen, circunvalando al control estatal centralizado- enmascara una serie de inquietantes huecos y tensiones.

Primero, la ironía obvia, todo el que mira la portada del Time no ve a los otros con los que se supone que ha de estar en comunicación directa. Ven la imagen espejada de sí mismos. No es sorprendente que Gottfried Leibniz, el filósofo alemán del siglo XVIII que inventó el sistema binario, sea una de las referencias filosóficas predominantes para los teóricos del ciberespacio: Consideremos su concepto metafísico de «mónadas», esas entidades de la percepción que son al reino mental como son los átomos a lo físico, pero «sin ventanas» que se abran directamente a la realidad exterior. ¿No tiene eso un inquietante parecido con aquello a lo que somos reducidos al sumergirnos en el ciberespacio? La típica persona que navega hoy sentándose sóla frente a la pantalla de un PC, está convirtiéndose cada vez más en una mónada sin una ventana directa a la realidad, encontrando sólo simulacro virtual, y aun así cada vez más inmersa en la red global, comunicándose sincronizadamente con el planeta entero.

Una de las últimas modas entre los radicales sexuales es el «masturbathon», un evento colectivo en el que cientos de hombres y mujeres gozan por motivos de caridad. Los masturbathones construyen un colectivo de individuos que están preparados para compartir algo con otros. ¿Pero que están compartiendo? El solipsismo de su propio gozo estúpido. Uno puede conjeturar que el masturbathon es la forma de sexualidad que se adapta perfectamente a las coordenadas del ciberespacio.

Esto, sin embargo, es sólo parte de la historia. Además, el «tú» que se reconoce a sí mismo en su imagen en la pantalla se encuentre profundamente dividido: nunca soy simplemente la persona que soy en la pantalla. Primero se encuentra el (obvio) exceso de mí como persona física «real» sobre mi persona en la pantalla: a los marxistas y otros pensadores en disposición a la crítica les gusta destacar que la supuesta «igualdad» en el ciberespacio es engañosa. Ignora todas las disposiciones materiales complejas (mi riqueza, mi posición social, mi poder o su falta, etcétera). La inercia de la vida real desaparece magicamente en la navegación sin fricción en el ciberespacio. Lo que la Realidad Virtual provee es la realidad en sí misma deprivada de su sustancia. Del mismo modo en que el café descafeinado huele y sabe como el café real sin ser la cosa real, mi persona en la red, el «tú» que veo ahí, siempre es ya un Yo descafeinado.

En segundo lugar, está el efecto opuesto y a la vez mucho más inquietante: el exceso de mi persona en la red sobre mi persona «real». Nuestra identidad social, la persona que asumimos ser en nuestra interrelación social, es ya de por sí una «máscara», ya que implica la represión de los impulsos que no nos resultan admisibles. Sin embargo, es precisamente bajo las condiciones de «tan sólo jugar» que las reglas que regulan los intercambios en nuestra «vida real» son suspendidos temporalmente, que podemos permitirnos desplegar estas actitudes reprimidas. Pensemos en el proverbial impotente y tímido que mientras participa en un juego interactivo en el ciberespacio, adopta la identidad de un asesino sádico o de un seductor irresistible. Es demasiado simple decir que esta identidad es tan sólo un suplemento imaginario, una huída temporal de la impotencia en su vida real. La cuestión no está ahí; y es que puesto que él sabe que el juego interactivo dentro del ciberespacio es «tan sólo un juego», entonces puede «mostrar su verdadero yo» y hacer cosas que nunca haría interactuando en la vida real. Tras la apariencia de una ficción, se articula la verdad sobre uno mismo. El propio hecho de que perciba mi propia autoimagen virtual como mero juego me permite suspender los obstáculos habituales que evitan que haga efectivo mi «lado oscuro»; en el espacio, se dan alas a mi «Ello».

Y lo mismo sucede con la gente con la que me comunico en el ciberespacio: nunca puedo estar seguro de quién son. ¿Son «realmente» de la forma en que se describen a sí mismos? ¿Hay una persona «real» detrás de la persona de la pantalla, o es esa identidad virtual una máscara para varias personas distintas? ¿Posee y manipula la misma persona «real» varias identidades virtuales distintas? ¿O quizá estoy tan sólo relacionándome con una entidad digitalizada que no se corresponde a ninguna persona «real»? Brevemente, «interfaz» significa precisamente que mi relación con el Otro nunca es cara a cara, que se encuentra siempre mediada por la maquinaria digital interpuesta cuya estructura es la de un laberinto. Yo «navego», errante en este espacio infinito donde circulan los mensajes libremente sin destino fijo, mientras que el Todo de ello -esta circuitería inmensa de «murmullos»- permanece siempre más allá del alcance de mi comprensión. El anverso de la democracia directa del ciberespacio es esta magnitud impenetrable y caótica de mensajes y sus circuítos que siquiera el mayor esfuerzo de mi mente puede comprender. Emmanuel Kant lo habría llamado un Sublime del ciberespacio.

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Hace más o menos una década, hubo un llamativo anuncio de cerveza en TV en Inglaterra. Su primera parte ponía en escena el conocido cuento de hadas: una chica caminaba por un riachuelo, veía una rana, la tomaba con cuidado en su seno, la besaba, y por supuesto, la fea rana se convertía milagrosamente en un bello hombre jóven. Sin embargo, la historia aún no había terminado: El hombre joven lanza una mirada codiciosa a la chica, se le acerca y la besa tal que ella se convierte en una botella de cerveza que el sostiene triunfante en su mano. Para la mujer, su amor y afección (señalado por el beso) puede convertir una rana en un hombre bello, mientras que para el hombre, es reducir a la mujer a lo que el psicoanálisis llama un «objeto parcial», aquello en tí que me hace desearte. (Por supuesto, la contrarréplica obvia feminista sería que lo que la mujer percibe en su experiencia diaria del amor es exáctamente lo opuesto: Una besa a un bello hombre jóven y, después de acercarse demasiado a él, cuando ya es demasiado tarde, se da cuenta de que basicamente es una rana).

La pareja real de hombre y mujer está pues bajo el embrujo de la figura estrafalaria de una rana abrazando una botella de cerveza. Lo que escenifica el arte moderno es precisamente este espectro subyacente: Se puede imaginar facilmente a un Magritte pintando una rana abrazando una botella de cerveza, con el título «Un hombre y una mujer» o «La pareja ideal» (la asociación aquí con el famoso «burro muerto sobre un piano» de Luis Buñuel está plenamente justificada). Ahí reside la amenaza del juego en el ciberespacio en su punto más elemental: Si un hombre y una mujer interactúan en él, lo hacen bajo el espectro de una rana abrazando una botella de cerveza. Ya que ninguno de los dos es consciente de ello, estas discrepancias entre lo que «tú» realmente eres y lo que «tú» pareces ser en el espacio digital puede acabar en una violencia salvaje. Después de todo, cuando descubres de pronto que el hombre que estás abrazando realmente es una rana, ¿no te tienta aplastar a la viscosa criatura?


Traducido por http://www.decondicionamiento.org