El 31 de julio el premio Nobel de Economía de 2008 y profesor de Princeton publicaba en el diario matutino global-imperial un artículo sobre el porvenir del euro. «El batacazo del abejorro» era su título [1]. La semana pasada, señalaba PK, el presidente del Banco Central Europeo, declaró que su institución «está preparada para hacer […]
El 31 de julio el premio Nobel de Economía de 2008 y profesor de Princeton publicaba en el diario matutino global-imperial un artículo sobre el porvenir del euro. «El batacazo del abejorro» era su título [1].
La semana pasada, señalaba PK, el presidente del Banco Central Europeo, declaró que su institución «está preparada para hacer lo que haga falta a fin de proteger el euro». Los mercados lo celebraron: los tipos de interés de los bonos españoles cayeron en picado y las bolsas de todo el mundo subieron como la espuma (no fue exactamente así pero es igual). Su pregunta: «Pero, ¿se salvará realmente el euro? Eso sigue siendo muy cuestionable». Su razonamiento:
La moneda única europea, afirma el premio Nobel, es una construcción con fallos muy graves. Lo mismo que ha señalado y señaló Pedro Montes e Izquierda Unida. ¡Qué cosas nos enseña la vida! El mismo Draghi lo ha reconocido: «El euro es como un abejorro. Este es un misterio de la naturaleza porque no debería volar, pero lo hace. Y el euro era un abejorro que ha volado muy bien durante varios años». Ahora, ha dejado de volar. ¿Qué se puede hacer? La respuesta de Draghi: transformarlo del abejorro en una abeja de verdad.
La traducción de PK de la metáfora: «a largo plazo, el euro solo será viable si la Unión Europea se convierte en algo mucho más parecido a un país unificado». El ejemplo comparativo mil veces repetido: «Fíjense, por ejemplo, en la comparación entre España y Florida. Ambos tuvieron enormes burbujas inmobiliarias que fueron seguidas de quiebras espectaculares. Pero España está en crisis de un modo en el que no lo está Florida. ¿Por qué? Porque cuando la crisis los golpeó, Florida pudo contar con Washington para seguir pagando la Seguridad Social y Medicare, para garantizar la solvencia de sus bancos, para ofrecer ayuda de emergencia a sus parados, etcétera. España no tenía una red de seguridad así y, a largo plazo, eso tiene que arreglarse».
La cuestión, este es el punto o uno de los puntos, es que la creación de unos Estados Unidos de Europa es lenta, si llegara a ocurrir (¿existe voluntad para ello?), «mientras que la crisis del euro está teniendo lugar ahora». Por tanto, pregunta de nuevo PK, ¿cómo puede salvarse esta moneda dadas las circunstancias realmente existentes?
Su respuesta: ¿por qué pareció funcionar el sistema del euro durante sus ocho primeros años? Porque los fallos de la estructura, del diseño, «estaban ocultos por un periodo de auge económico en el sur de Europa. La creación del euro convenció a los inversores de que era seguro prestar dinero a países como Grecia y España, que antes se consideraban un riesgo, por lo que el dinero fluyó hacia esos Estados (principalmente, por cierto, para financiar los préstamos privados más que los públicos, con la excepción de Grecia)». Y, durante algún tiempo, añade PK, «todo el mundo fue feliz». Insisto: todo el mundo fuimos felices.
¿Todos felices? Sí, según PK: «En el sur de Europa, las descomunales burbujas inmobiliarias hicieron crecer el empleo en la construcción, aun cuando el sector industrial se volvía cada vez menos competitivo. Mientras tanto, la economía alemana, que había estado languideciendo, se reanimó gracias al rápido aumento de las exportaciones a estos países del sur que contaban con burbujas especulativas». Vuelvo sobre esta (falsa y falsaria) felicidad generalizada.
Entonces, señala PK, «las burbujas estallaron. Los empleos de la construcción se esfumaron y el paro aumentó vertiginosamente en el sur; ahora está bastante por encima del 20% tanto en España como en Grecia». Al mismo tiempo, los ingresos se hundieron. En su mayoría, matiza, «los grandes déficit presupuestarios son una consecuencia, no una causa, de la crisis. Sin embargo, los inversores se dieron a la fuga e hicieron subir los costes del préstamo». En un intento, remacha, «por calmar los mercados financieros, los países afectados impusieron duras medidas de austeridad que agravaron sus crisis. Y el euro en su conjunto parece peligrosamente débil».
¿Qué podría revertir esta delicada situación? Su respuesta, clara como el agua clara en su opinión: «los responsables políticos tendrían que: (a) hacer algo para reducir los costes del préstamo en Europa y (b) ofrecer a los deudores europeos el mismo tipo de oportunidad de escapar a sus problemas mediante la exportación que tuvo Alemania durante los años de la bonanza; es decir, generar un auge económico en Alemania que imite el del sur de Europa entre 1999 y 2007». Y sí, señala abiertamente, eso conllevaría una subida temporal de la inflación alemana. El problema, PK no tiene un pelo de tonto, «es que los responsables políticos europeos parecen reticentes a hacer (a) y absolutamente reacios a hacer (b)».
Recuerda además que con sus comentarios, Draghi lanzó la idea de hacer «que el banco central compre grandes cantidades de bonos del sur de Europa para reducir los costes que conlleva la adquisición de préstamos». Pero, durante los dos días siguientes «los funcionarios alemanes echaron un jarro de agua fría sobre esa idea». Las compras de bonos, por lo demás, son la parte fácil. En opinión de PK, «el euro no puede salvarse a menos que Alemania también esté dispuesta a aceptar una inflación considerablemente más alta durante los próximos años». No hay indicios de ello. «En lugar de eso, siguen insistiendo, a pesar de los sucesivos fracasos… en que todo irá bien si los deudores simplemente se atienen a sus programas de austeridad».
Conclusión de PK: ¿podrían salvar el euro? «Sí, probablemente. ¿Deberían salvarlo? Sí, aun cuando ahora su creación parezca un tremendo error. Porque un fracaso del euro no solo causaría problemas económicos; sería un golpe descomunal para el proyecto europeo en general, que ha traído la paz y la democracia a un continente con una historia trágica. Pero, ¿lo salvarán realmente? A pesar de las muestras de determinación de Draghi, esto es, como he dicho, muy cuestionable».
Dejando aparte este escenario idílico de democracia y paz que describe, absolutamente inexistente si pensamos esas nociones políticas como hay que pensarlas, el punto al que quiero referirme es el de la felicidad de la que hablaba anteriormente el Premio Nobel usamericano:
¿Todo el mundo estaba feliz en aquellos años? ¿Quiénes formaban parte de este todo? ¿Los trabajadores y trabajadoras precarizados? ¿Los que cobraban menos de mil euros en España por ejemplo? ¿Los que se hipotecaban por 200 mil euros con deudas a pagar en más de 35 años? ¿Los que no tenían contratos legales? ¿Los que cobraban, ya antes de la crisis, la hora a 8 euros? ¿Los que trabajaban más de 50 horas por semana? ¿Los que eran tratados despóticamente en fábricas y empresas? ¿Los que eran perseguidos por posiciones sindicales? ¿Los que sufrían una y otra reconversión? ¿Los que trabajaban en la construcción en condiciones inenarrables? ¿Los que hincaban su lomo en contratas de subcontratas de subcontratas de otras subcontratas? ¿Las mujeres españolas que no se atrevían -ni se atreven- a quedarse embarazadas? ¿De quien habla realmente PK cuando habla de gente feliz?
De los de siempre. Vale, de los de siempre, no de los trabajadores.
Y eso que no hemos hablado de los desempleados de entonces (en España en torno al 8% en el «mejor» año -2007- de nuestra historia reciente), de las desigualdades sociales de escándalo y de la pobreza extendida en algunas capas sociales de reciente llegada a nuestra país, por no hablar de la explotación a la que fueron sometidos. Y claro está: de los sectores más débiles: muchas mujeres, niños y niñas de familias pobres y jubilados con poco margen.
No hubo ninguna Arcadia antes de la crisis. España no iba bien. Era cuento de chulos y aprovechados. No hay Itacas en el capitalismo: cuando hay crisis o sin ellas, cuando las burbujas fraudulentas nos engañan y explotan con el tiempo.
De hecho, el capitalismo siempre está en crisis para amplios sectores sociales. El capitalismo nunca es un humanismo generalizado.
Nota:
[1] El País , 31 de julio de 2012, pp. 18-19.
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