Jesús Mosterín y Roberto Torretti, Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia. Alianza Editorial, Madrid 2003, 670 páginas Este Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia (DLFC) no es sólo un diccionario de lógica y filosofía de la ciencia sino que incorpora además conceptos de las ciencias físicas, de la matemática, de la […]
Jesús Mosterín y Roberto Torretti, Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia. Alianza Editorial, Madrid 2003, 670 páginas
Este Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia (DLFC) no es sólo un diccionario de lógica y filosofía de la ciencia sino que incorpora además conceptos de las ciencias físicas, de la matemática, de la biología y de la filosofía en un sentido amplio. No hay en él entradas de nombres propios y cabe destacar, en primerísimo lugar, su rabiosa actualidad (en el buen sentido del término, que también lo tiene). Por ejemplo, al desarrollar la entrada «estado» se introducen recientes distinciones entre el estado dinámico de un sistema físico y su estado propiamente tal debidas a Z. Albert y fechadas en 2000.
Los autores de DLFC, Jesús Mosterín y Roberto Torretti, gozan de todas las condiciones, nada fáciles de alcanzar, que permiten emprender una tarea de dimensiones tan enormes y que suele ser fruto de colectivos heterogéneos y coordinados de investigadores. Mosterín es profesor de investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC, miembro titular de la Academia Europea y autor de más de veinte libros entre los que son de cita obligada Racionalidad y acción humana, Conceptos y teorías de la ciencia y ¡Vivan los animales!. Torretti es profesor emérito de la Universidad de Puerto Rico, miembro titular del Institut International de Philosophie y autor de The Philosophy of Physics, El paraíso de Cantor y Creative Understanding.
Los autores señalan en el prólogo de la obra la novedad no sólo hispánica de DLFC: «La necesidad ampliamente sentida de un diccionario de lógica y filosofía de la ciencia a la altura de nuestro tiempo nos llevó a buscar una obra de este tipo en otras lenguas, a fin de recomendar su traducción al castellano. Pronto nos dimos cuenta de que tal obra no existía, por lo que decidimos ponernos manos a la obra y redactarla nosotros mismos» (p.9). Dado que, en opinión fácilmente compartible con algún matiz, es en el ámbito de la filosofía de la ciencia el terreno donde se sitúa muchas de las cuestiones más fascinantes del pensamiento actual, para seguir algunas de estas discusiones y acaso tomar partido en ellas, es necesario entender «las cuestiones fundamentales que se plantean en las ciencias más avanzadas, al menos en sus líneas generales», y para ello se necesita una comprensión básica de las nociones más centrales. Mosterín y Torretti entienden, con criterio discutible, que matemática, lógica, ciencias físicas y biología son esas ciencias más avanzadas y, por tanto, no se incluyen en este diccionario conceptos o categorías de disciplinas como la química, la paleontología, la economía o la sociología, por ejemplo, o categorías usuales de la historia del pensamiento filosófico. El lector encontrará en DLFC la voz ‘inflación cosmológica’ pero no, en cambio, la voz ‘inflación’ económica. Tampoco se hallarán en este diccionario voces como alienación, consciencia, materialismo o teoría hilemórfica de la materia, pero sí, en cambio, materia oscura, álef, tautología, teorema de incompletud o entropía. Igualmente, los asuntos epistemológicos tratados se centran básicamente en los ámbitos científicos señalados. Seguramente, la verdad está en el todo, pero, con prudente criterio, los autores han creído, con toda probabilidad, que usualmente el Todo más que una totalidad cognoscible es una entidad inabarcable.
La extensión de las voces sin duda es indicativa de los intereses intelectuales de los autores de DLFC. Así, la entrada «lógica de segundo orden», con casi 7 páginas, juntamente con la voz «verdad», es una de las voces que presenta un desarrollo mayor; la voz «antinomia», por el contrario, es presentada en una sucinta pero sustancial explicación de 14 líneas. Más claramente aún: si la voz «átomo» exige un pequeño artículo de cuatro páginas, la entrada «atomismo lógico» se despliega en apenas 21 líneas.
Como es comprensible, DLFC, que aspira al rigor y a la conceptuación exacta, no evita el uso de simbolismos lógicos y matemáticos en sus definiciones, por lo que su lectura exige atención y toma de apuntes. El lector tiene la garantía de que, salvo error por mi parte, no hay erratas ni despistes en las formulaciones presentadas.
La selección de voces puede ser cuestionada como podría ser discutida cualquier otra elección. Como los mapas borgianos, no existen los diccionarios filosóficos, novedosos o tradicionales, que contengan todas las voces necesarias para satisfacer todos los gustos. DLFC, empero, contiene algunas entradas nada usuales y que vale la pena destacar. Por ejemplo, lógica paraconsistente, marco de referencia, mereología o paradoja de Einstein, Podolsky y Rosen.
Tiene interés remarcar que, además del riguroso tratamiento sin errores ni erratas frecuentes de voces lógicas, matemáticas y afines, al igual que de los mismos conceptos físicos y algunas categorías filosóficas, los autores dan aquí y allá algunas muestras de coraje y sentido del humor filosófico-epistémico que es obligado destacar y acaso agradecer. Daré algunos ejemplos:
1. Mosterín y Torretti definen éter de la forma muy singular: «Nombre asignado sucesivamente a diversas criaturas de la fantasía científica» (p. 215). Posteriormente nos ofrecen unas breves pinceladas de cuatro de estas fantásticas criaturas y finalizan señalando que la física del siglo XX seguirá el camino abierto por «Einstein cuya «electrodinámica de los cuerpos en movimiento» (1905b) revela «superflua la introducción de un éter lumínico» (p. 216).
2. Al definir «evolución» los autores no sólo señalan con frío distanciamiento que «fuera del restringido ámbito de la psicología, el Universo más bien parece ayuno de cualquier intencionalidad», sino que se alejan de cualquier teleologismo ya que «la teoría darwinista de la evolución por selección natural no explica ni predice el curso concreto de la evolución biológica. Simplemente muestra que es consistente con las leyes de la física» (p.218).
3. Todo un gato, si bien se trata del gato de Schrödinger -experimento diseñado de tal modo que la muerte o supervivencia de este animal encerrado en una caja depende de que se produzca o no un determinado fenómeno cuántico de ocurrencia incierta, tiene una entrada propia que merece esta singular (y divertida) aproximación «Víctima de un experimento mental, diseñado por Schrödinger (1935) para ilustrar una dificultad de la mecánica cuántica» (p. 261).
4. Al definir inconmensurabilidad, después de presentar la noción para magnitudes geométricas -el lado y la diagonal de un cuadrado, por ejemplo-, los autores señalan que Kuhn usó el término metafóricamente para referirse a la relación la ciencia normal surgida tras un período revolucionario y la ciencia normal practicada en la etapa previa a la revolución científica. Según leen Mosterín y Torretti las tesis del autor de La estructura, éste sostiene que los reemplazos de paradigma generan entre los modos de hacer ciencia un abismo «a través del cual no es posible la comunicación inteligente y el debate racional» (p.285), añadiendo a continuación, con escasa represión expresiva, que «Los científicos practicantes suelen opinar que esta idea es ridícula», matizando inmediatamente que seguramente «lo sería si ‘paradigma’ fuera sinónimo de ‘teoría científica'». No es cambio ridícula la idea kuhniana si paradigma significa, como quería el propio Kuhn, «un dechado individual de investigación científica» que combina elementos epistemológicos, ónticos y metodológicos. La propuesta de Kuhn de sustitución de ‘paradigma’ por ‘matriz disciplinaria’ socava, en opinión de los autores, las bases de la inconmensurabilidad de las teorías científicas.
5. Al dar cuenta el teorema de Fermat (p. 549), una de las conjeturas más simples y hermosas de la matemática, Mosterín y Torretti señalan que durante los tres siglos siguientes a su postulación por Fermat muchos matemáticos se afanaron en hallar una solución de la conjetura de tal modo que la misma búsqueda de una solución -que casa difícilmente, como mínimo en el ámbito de las ciencias formales, con la idea popperiana del espíritu científico como alma en tensión falsadora permanente-, dio pie a numerosos e importantes descubrimientos, apuntando finalmente que en «la última década del siglo XX Andrew Wiles encontró por fin una demostración, la cual utiliza conceptos y recursos a los que Fermat -con toda seguridad, remarcan los autores con convicción decidida- no tuvo acceso» (p.549).
DLFC no es pues un libro que forzosamente debamos leer de la primera a la última página pero sí en cambio un excelente y riguroso diccionario que puede ayudarnos en momentos de dificultad científica y filosófica, especialmente, desde mi punto de vista, en ciertos ámbitos de las ciencias físicas y en desarrollos no trillados de la lógica y la matemática. Es cierto, por otra parte, como se señala en la solapa de DLFC, que algunas de las voces presentadas -concretamente las relativas a la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica- se convierten en sintéticos ensayos actualizados sobre la cuestión.
DLFC incluye una utilísima relación de voces (pp.645-670) donde no sólo se da cuenta de todas las entradas incluidas en él sino de otros términos de interés, indicando los conceptos donde estas nociones son comentadas o presentadas sucintamente. Antes de ello (pp.637-643), se nos ofrece una relación alfabética y cronológica de filósofos y científicos destacables, si bien «sólo se incluyen nombres de personas fallecidas». Entre los 264 relacionados se han incluido cinco pensadores hispánicos: Severo Ochoa, Ramón y Cajal, Ortega y Gasset, Ferrater Mora y Manuel Sacristán. Tal vez la proporción no se corresponda con exactitud matemática -y con cierta inconsistencia con el espíritu de este Diccionario tan matetizado- con la contribución efectiva de los pensadores de Sefarad al desarrollo de la ciencia y la filosofía pero, sin duda, la elección no sólo merece se recibida con aplausos sino que, creemos gozosos, no puede ser discutida con éxito.