La fiebre futbolística dominante estos días ha hecho que algunos de los más curiosos entre los aficionados al balón abran el atlas para situar las ciudades sudafricanas en cuyos estadios se dirime el honor nacional. Pero quizá pocos de los que hayan localizado Durban (la ciudad en cuyo estadio se congeló temporalmente el optimismo hispánico […]
La fiebre futbolística dominante estos días ha hecho que algunos de los más curiosos entre los aficionados al balón abran el atlas para situar las ciudades sudafricanas en cuyos estadios se dirime el honor nacional. Pero quizá pocos de los que hayan localizado Durban (la ciudad en cuyo estadio se congeló temporalmente el optimismo hispánico frente a la escuadra helvética) hayan advertido una curiosa anomalía geopolítica, situada a unos 300 km al oeste de esa ciudad: el reino de Lesotho.
Su más evidente característica es la de ser un enclave en el interior de Sudáfrica. No menos sorprendente es su naturaleza política: un reino cuya dinastía se remonta al primer tercio del siglo XIX. Fue instaurado para unir a los basutos ante las amenazas de otros pueblos vecinos y rivales, sobre todo el poderoso reino de los zulúes. Cuando el panorama se agravó con la amenaza de los boers, el soberano basuto creyó conveniente pedir la protección británica. Y esto fue lo que ha permitido a su reino sobrevivir hasta hoy, pues al Imperio británico le convenía impedir que el Estado Libre de Orange tuviera salida al mar a través de las tierras de los basutos. Como es común en gran parte de África, muchas fronteras fueron arbitrariamente trazadas para satisfacer los intereses de las potencias colonizadoras y acabaron definiendo el mapa político africano cuando el continente alcanzó la independencia.
Regresando ahora de la geopolítica al fútbol, el hecho es que hace ya algunas semanas Sudáfrica endureció los requisitos para entrar en su territorio, por motivos de seguridad, durante el desarrollo de la competición. Por esta razón, miles de lesothenses se vieron privados de su medio habitual de vida, trabajando en la vecina Sudáfrica y atravesando a diario la frontera.
Si Lesotho es considerado uno de los más bellos países africanos, su pueblo roza los límites del desastre general. Entre sus dos millones de habitantes sobreviven más de 400.000 niños a los que el sida ha dejado sin familia. Un tercio de la población es seropositiva. La esperanza de vida ha bajado a 34 años, según se informa en The Guardian Weekly. Los salarios son miserables: un trabajador que gana 300 $ al mes en Sudáfrica, se tendrá que conformar con unos 90 $ mensuales en las plantas textiles chinas instaladas en Lesotho.
Ante esta situación no debe extrañar que muchos ciudadanos hayan pedido a Sudáfrica que se anexione Lesotho. En los tiempos que corren, esto es también una novedad geopolítica, ya que las tendencias centrífugas de las nacionalidades tienden a moverse en sentido contrario. Además de buscar en el exterior el modo de salir de un infortunio galopante que avanza en el interior, hay otras razones que apoyan la demanda. Al fin y al cabo, en la Sudáfrica segregacionista lo que hoy es Lesotho fue un bantustán cuya principal misión era proveer de mano de obra al país gobernado por y para la población blanca.
Un reciente informe de la Unión Africana relativo a la situación en Lesotho advierte de que en este país existe «una amenaza permanente de conflicto interno», denuncia problemas de corrupción y falseamiento de las cuentas públicas y aconseja «su integración económica en Sudáfrica». Un destacado jefe local opinaba que el pueblo se sentía unido a la monarquía pero no a sus políticos. Y añadía: «El maloti [moneda local] no vale nada. Ni siquiera lo imprimimos y lo traemos de Inglaterra. Tiene el mismo valor que el rand [moneda sudafricana], así que podríamos suprimirlo». Un dirigente del movimiento unionista insistía en que no hay «razón alguna para que Lesotho exista como un Estado con moneda y ejército propios».
En apoyo de la demanda de integración se resalta también el hecho, a la vez sentimental e histórico, de que el Congreso Nacional Africano -origen de la resistencia armada al apartheid y del fin del Estado racista- fue fundado precisamente en Lesotho por el rey Letsie II. Se trata de reforzar los argumentos que vinculan Lesotho a Sudáfrica. El objetivo final consistiría en convertir el reino lesothense en la décima provincia sudafricana.
La miseria y el subdesarrollo son incompatibles con el desarrollo de la soberanía y todo lo que de ésta se deriva: ejercicio del poder, relaciones exteriores, justicia y ordenación política, entre otras cosas. Primum vivere, deinde philosophare podría traducirse en este caso, y en muchos otros similares, como «primero comer y luego organizarse políticamente». Cuando el brillante foco de la atención mundial abandone Sudáfrica, concluido el torneo, pocos serán los que se preocupen por el destino de ese pueblo pequeño, olvidado y casi siempre manipulado desde fuera, sobre el que parecen abatirse todas las desgracias de los tiempos modernos. Gracias al fútbol hemos podido dedicarle un mínimo de atención, y con esto seremos capaces de olvidar el hecho estremecedor de que solo con los ingresos anuales de las opulentas estrellas del llamado «deporte-rey» que hoy pasean por Sudáfrica, el reino de Lesotho vería algo de luz al final de un túnel, hoy por hoy tan negro como la muerte.
Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/piris/entre-el-futbol-y-la-geopolitica