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El economista Antonio Sanabria analiza las enseñanzas de los dos pensadores en el Seminario de Ciencias Sociales de ATTAC y el CEPS

Entre Keynes y Marx

Fuentes: Rebelión

    «Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y a la revolución social, no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente. En lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige […]

 

 

«Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y a la revolución social, no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente. En lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua».

Estas palabras de Rosa Luxemburgo resumen la dialéctica reforma/revolución, que bien podrían encarnar dos grandes pensadores, Marx y Keynes. A pesar de que se les considere dos economistas enfrentados (Keynes, un «médico» del capitalismo, que pretende reparar sus averías; y Marx un partidario de la ruptura radical y la revolución), pueden extraerse lecciones de la obra de ambos para arrostrar la actual crisis.

El economista crítico «de vocación» (como se define), miembro del consejo científico de ATTAC, del colectivo Novecento y colaborador del portal econonuestra.org, Antonio Sanabria, ha analizado algunas de estas aportaciones en el Seminario Crítico de Ciencias Sociales que organizan ATTAC-País Valencià y el CEPS. Entre los principales campos de investigación del ponente destacan la economía del desarrollo, sobre todo en América Latina, la economía financiera y los programas de ajuste estructural. Es, asimismo, uno de los autores de «Lo llamaban democracia», libro del colectivo Novecento editado por Icaria.

Antonio Sanabria califica a John Maynard Keynes como un científico social «honesto», un reformista «interesante» al que se debe leer. Aunque es cierto, matiza, que otros economistas coetáneos de este autor, como el polaco Michel Kalecki, lleguen más lejos al combinar en sus análisis factores como los estímulos a la demanda y la lucha de clases. Pero la historia no les ha otorgado los mismos honores. Aunque reacio al socialismo y a las revoluciones, Keynes devino un gran crítico de la economía ortodoxa. Consideraba el capitalismo como un sistema histórico acotado, es decir, con principio y final. Pero ello no quiere decir que fuera partidario del socialismo y las revoluciones: siempre fue reacio a los mismos.

Antonio Sanabria caracteriza de este modo a Keynes: «un partidario del gradualismo y las reformas; no tenía prisa porque llegara el final del capitalismo; ahora bien, adquirió conciencia de que algunas cosas no funcionaban en el sistema económico y pretendía contribuir a su reparación». Tampoco le agradaba el ambiente rígido e hipócrita de la sociedad victoriana que le tocó vivir. Alérgico en un principio a las lecturas de Marx, acabó leyéndolo con bastante provecho.

De entrada, una paradoja. ¿Por qué ha de resultar interesante para la izquierda un economista millonario, de clase alta, que además de poseer conocimientos en el campo de las matemáticas y el mundo financiero, especulaba en bolsa? Finalizada la primera guerra mundial, Gran Bretaña declina como principal potencia del planeta al tiempo que Estados Unidos emerge hasta llegar a desbancarla. En ese contexto, Keynes se fija en un problema hasta el momento desatendido por la ciencia oficial: el desempleo. Antonio Sanabria resalta que hasta los años 70, la ortodoxia económica explicaba el paro, simplemente, por el lapso de tiempo en el que un trabajador pasaba de un empleo a otro; o por supuestos en los que el trabajador rechazaba las condiciones de un mercado que se suponía «perfecto».

Pero Keynes observa en Gran Bretaña, en la década de los años 20 del pasado siglo, tasas de desempleo superiores al 20% y, aunque la economía experimente una mejora, estas índices siempre pasan del 10%. A ello se añadía una protección social muy precaria. El economista británico se interrogaba entonces por una economía que, aparentemente, funcionaba de manera adecuada, pero coexistía con tasas de paro muy elevadas. En este punto puede extraerse una de las primeras lecciones de Keynes para encarar la crisis actual, según Antonio Sanabria: «pensaba que no eran sostenibles cifras de desempleo tan altas como aquéllas, y que la ciencia económica no considerara el paro una prioridad».

También por una cuestión de pragmatismo, es decir, para que los soviets no llegaran a implantarse en Londres (en sus conversaciones con políticos del partido Liberal y Laborista, Keynes confesaba su preocupación por la amenaza de procesos revolucionarios). Pero, en todo caso, pensaba que priorizar el paro no era tanto una cuestión técnica como de voluntad política. ¿Y Marx? «Consideraba el desempleo como algo intrínseco a la lógica del capitalismo; e incluso llegaba más lejos; pensaba que el paro podía suponer una ventaja para el funcionamiento del sistema, ya que presionaba los salarios a la baja; en relación con esta idea acuñó la expresión ejército de reserva«, subraya el economista de ATTAC.

Antonio Sanabria también recuerda que en la obra «Teoría General del empleo, el interés y el dinero» (1936), Keynes acierta a romper con el paradigma liberal que hoy se mantiene para explicar el desempleo, por ejemplo, en la periferia europea: salarios por encima de la productividad, que se juzga baja, lo que lleva a una elevación de los precios y, por extensión, a una pérdida de competitividad. «Keynes nos señala cuestiones que actualmente resultan obvias; que el salario no es sólo un coste para el que contrata, sino también una renta que se traduce en capacidad de compra», explica Sanabria. Por eso se centró en la demanda y en los estímulos a la misma.

Otro dogma de la ortodoxia económica, en la época de Marx, de Keynes y hoy: el mercado funciona como una reunión de sujetos libres, que intercambian mercancías desde su libertad individual. Un supuesto teórico que rechazan tanto Keynes como Marx. La libertad de los trabajadores sólo es tal si se asocian entre sí para tener alguna fuerza en la contratación. Partiendo de esta premisa, Keynes viene a defender la intervención en el mercado laboral. Recupera, asimismo, algunos postulados de teóricos anteriores a los economistas clásicos, que le sirven para romper con éstos. Por ejemplo, el hecho de observar la economía como un medio y no como un fin en sí mismo.

Antonio Sanabria advierte de la cautela con la que se debería encarar la lectura de Keynes y Marx. «Ninguno de los dos hizo recetarios». Al contrario, «se cuestionaban las cosas, se hacían preguntas científicas». Por ejemplo, ¿Resulta viable el capitalismo como sistema económico y social? ¿Lleva la suma de egoísmos individuales, por la acción de la «mano invisible», al beneficio colectivo? Sin embargo, comenta Sanabria, «algunos economistas marxistas y keynesianos se limitan -desgraciadamente- a reinterpretar lo que en su día pudieran decir estos autores; yo prefiero extraer enseñanzas de lo que dijeron; y destacar sobre todo algo: que se atrevieran a dudar». Después de interrogar a la realidad como científico social, Marx concluyó que el capitalismo no representaba el orden natural de las cosas y, además, que no era un sistema económico viable.

El filósofo de Tréveris aporta otras claves para hacer inteligible el funcionamiento del capitalismo. A partir de la teoría del valor-trabajo y la formación de los precios -cuestiones todavía hoy no resueltas, que Marx estudió después de Adam Smith y David Ricardo- el economista germano nos recuerda algo esencial: que es la clase trabajadora la realmente necesaria para que la economía funcione y, más aún, es la que realmente (como decía algún economista) crea a las clase de los empresarios. Según Antonio Sanabria, la pregunta que subyace a «El Capital» es si el sistema capitalista y la democracia resultan compatibles. O, planteado en otros términos, si tiene sentido reparar el capitalismo (un motor seriamente averiado) para que continúe funcionando. Estudiando la economía capitalista como formación histórica, Marx aporta otra gran lección para el presente: Nunca se propuso como una solución para la humanidad, sino que se trata de un sistema económico que una clase social implanta, en un periodo histórico, en función de sus intereses.

Tirando del hilo argumental, estas reflexiones llevan a rotundas conclusiones políticas: existen derechos democráticos por encima de la economía, según Antonio Sanabria. Por eso, añade, «cuando se nos dice que determinadas reivindicaciones, como las auditorías de la deuda, no son técnicamente viables, hemos de responder apelando a principios democráticos generales». Y, siguiendo a Marx, reconocer la existencia de las clases sociales (Vicenç Navarro recuerda a menudo que se identifican las clases sociales con «lo antiguo»; pero igual de antigua es la Ley de la Gravedad, sin que esto la convierta en una falacia).

La obra de Keynes y de Marx sirve en el dramático presente para ejercer la crítica, dudar de las verdades oficiales, romper tópicos y dogmas. Sobre todo, concluye Antonio Sanabria, para cuestionar la posición que exhiben los economistas, «casi unos gurús a los que se tiene un respeto reverencial; pero realmente los economistas hemos de estar al servicio de la gente, que es la que finalmente ha de tomar las decisiones». «Los supuestos expertos en economía han acumulado un gran poder respecto a la sociedad y la democracia», remata.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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