En materia de regalos navideños hay dos escuelas principales. Una es la de quienes prefieren que la entrega de los obsequios se produzca en los primeros días de las fiestas y toman como referentes míticos a San Nicolás, a Papa Noel, a Santa Claus… o al modesto Olentzero, en tierras de tradición vasca. La otra […]
En materia de regalos navideños hay dos escuelas principales. Una es la de quienes prefieren que la entrega de los obsequios se produzca en los primeros días de las fiestas y toman como referentes míticos a San Nicolás, a Papa Noel, a Santa Claus… o al modesto Olentzero, en tierras de tradición vasca. La otra es la de quienes defienden que los presentes deben venir de la mano de los Reyes Magos, tal día como hoy.
Algunos se toman esta opción como una batalla en la que se dirimiría nuestra capacidad para defender las costumbres locales frente a los intentos extranjeros de colonizarnos culturalmente. Triple error. Primero, porque entre nosotros hay costumbres locales navideñas para todos los gustos: los Magos de Oriente no tienen el monopolio de los regalos. Segundo, porque, puestos a resistirse a la colonización cultural, hay frentes infinitamente más importantes que éste, que es tan insulso e intrascendente como el de la eñe de los teclados y el del toro de Osborne de las carreteras. Y tercero, porque la colonización cultural de España está consumada desde hace ya muchos decenios.
Cuando fui crío -cosa que puedo demostrar que se produjo, aunque ciertamente hace mucho-, envidiaba a los niños franceses vecinos nuestros, a los que les ponían los juguetes el día de Navidad, lo que les daba la posibilidad de romperlos antes de volver al cole. No tenía nada en contra de que hubiera regalos también el día de Reyes, e incluso varios días más, pero, de tener que elegir una sola fecha, prefería una que pillara al comienzo de las vacaciones.
En los últimos años, alcanzada mi edad provecta, he cambiado de costumbres. Ya no me apunto ni a la Navidad ni a los Reyes. No regalo nada en estas «tan señaladas fechas», que diría Su Majestad, el otro Rey. Me parece mucho más divertido hacer regalos cualquier otro día del año. Estás paseando, ves en un escaparate algo que piensas que podría venirle bien a alguna persona querida y se lo compras. Precisamente porque no tienes ninguna obligación de hacerlo. No sé si la receptora del regalo imprevisto lo agradecerá más o menos, pero de lo que no podrá dudar es de que es espontáneo y sincero.