El Covid-19 se quedará por ahí, tumbará vidas, nos repondremos con un buen surtido de anticuerpos. ¿Y qué cambiará? Como el dinero la contrarrevolución sistémica nunca duerme.
Moja[1]
No fue como en el breve relato de Augusto Monterroso, ocurrió al revés: el dinosaurio se aburrió de esperar, porque el durmiente no despertó. Algunos filósofos, sin academia oficial y bastante de barrio, dicen sus dichos a quienes queramos escucharlos y guardarlos en la memoria pronta. “Son tiempos de episodios inversos”, dicen herméticos. Ellas y ellos. Habrá que buscarle la vuelta a la frase. Los Gobiernos imploran que nos aislemos, descubren que palanquear la fuerza produciría rencores perdurables al menos en estas sociedades americanas (¿perdono pero no olvido?). Al fin para la ciudadanía muerta se reclama la dignidad deseada que para la ciudadanía andariega, en exacta dimensión. Necroconsideración, neologismo de la insensibilidad. Las frases tienen voluntad de boomerang, lanzadas se devuelven para el aprendizaje perdurable en las comunidades. Otra vez: ¿Pueblo vs Oligarquía de la incompetencia? Un resultado para posteridad: esas vidas siempre harán falta al menos para el vecindario más próximo y sus familiares. O “la letra con sangre entra”, se dictaba en tiempos de abuso gubernamental en las Américas. Por estos días, en algunas páginas de papel y digitales, se siente aquella nostalgia política por esas épocas en que patriarcas primaverales y otoñales las cumplían fáciles. Aunque no siempre. Advertencia en el Primer Círculo: todavía no concluye la justicia por la operación cóndor.
Ojalá que esta frase maldita no tenga más aceptación: “volteemos la página”. ¿Voltearla sin leerla con los ojos críticos de los ofendidos? A la inversa de otras dificultades sociales, en esta clasificada como Covid-19, vimos la política como hacer inútil. Inútil elocuencia de la clase política de la mayoría de los países americanos. La derecha política inservible como el hacha de bronce. Bueno, el hacha serviría para decorar salas con antigüedades. O sea de lujo. La ostentación palabrera para adornar la inoperancia con el nombre del gobernante que quiera y elección caprichosa del país con alta mortalidad causada por el Covid-19. Inutilidad sin importar el tamaño de su importancia o su tendencia, el alcance del liderazgo, su fraseología o su creencia en ciencias de pacotilla. Ellos y ellas son el chiste perverso del drama mundial. Los farsantes con aires de seriedad. Sin importar sus cogotes anaranjados, la exhibición de una pesada biblia de un cuarto de quintal o mentarle la madre al bicho no-vivo. El festival de la clase política absurda con una trágica cuota de vidas humanas. Esta es la América del Covid-19. La clásica tribu política ha fracasado, esté al mando o en oposición al mando. Las excepciones quedan a discreción.
Mbili[2]
La ventana que, salvo las variaciones de luz, nos obliga a consumir la estética del mismo trozo de paisaje de calle. Aquello nos revuelve las lecturas cortazarianas[3]: aquel lugar de La Mancha sí recuerda al escribidor y caballero andante y el día de encierro completa su rotación en 24 mundos. Esta realidad casi cotidiana se burla de la literatura que acompaña a generaciones sin importar si es baby boomer, millennial o Gen Z. O qué sé yo. Esa literatura de nuestros días y nuestras noches, de conversaciones e imitaciones se reversa a esta realidad de pandemia en el umbral de cada casa. La realidad literaria que se permitió esos espasmos mágicos y maravillosos a la vez no ocurrirá más; algo se afincará: un tropel de viejas ansias y miles de ojos que mirarán con una misma y angustiosa mirada[4]. El peso literario de los años ’70 y ’80, del siglo XX, no olvidó sostenerse sobre la cotidianidad irreal y asombrosa por las técnicas de ejecución política en nuestros países americanos. El arte heroico de la contestación fue como rebelión política, resistencia cultural y referencia social. Y la estética literaria comportaba cierto trasvase en poesía, novela y ensayo. Jugando al fatalista: ese ayer aún es mejor.
Tatu[5]
Ya somos más del vecindario y creo que estamos reconociéndonos por los breves diálogos. En la tienda barrial de abastos se vuelve a hablar de política, eso es mejor que consumir las intrepideces de la vida ajena; sin dudas hay más seriedad humorística que los analistas habituales de la televisión y las radios. La frase para escalofrío: “la calle está dura y se pondrá peor”. Oidor privilegiado siento el mea culpa de no ser el izquierdista come-candela de antes y plan pasivo escucho: “todo esto del bicho es tramufia política”. Cumplo mi rol de mirón con oído largo; asombra y fastidia, da igual. La desconfianza es universal, ‘todos dicen que dijeron’, de nadie se puede fiar salvo que los hechos sean más que inequívocos. Sean verdades evidentes… La parroquia está para el mitin, pero la distancia social anuncia que estamos en la mira del Covid-19. La advertencia baja la calentura mitinera y nos devolvemos al individuo cauteloso. ¿Hay, quizás, un sentimiento y un pensamiento cimarrón que no percibimos los escribidores?
No me lo tomé a mal cuando un amigo me mando a leer a K. Marx, después de soltarle el párrafo anterior. Bueno, ¿y qué? Los izquierdistas también somos de catecismo y menú cognitivo cuando la historia inmediata y a filo de ventana parece indescifrable. No fui de los botaron sus libros de Editorial Progreso. Encontré la cita muy al uso: “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”[6]. Obvio, el Covid-19 no determina nuestra conciencia, matiza la ingeniería social de detalles, pero es lo que hemos experimentado como seres culturales y políticos aquello que nos matará o salvará como país o como comunidad urbana o rural. Y también como individuos. Dicen que la frase es de Tatu: “el capitalismo es el genocida más respetado del mundo”[7]. Está demostrado: el capitalismo es la expresión económica del antropoceno.
Nne[8]
Mi ciudad, Esmeraldas, no es particular también le cayó el Covid-19 como a las demás. Cada ciudad afectada por la pandemia como a la mía, en sus barrios de arquitectura inclasificable, tuvo o tiene ese aire impreciso de melancolía espesa y urbana. Tiempos imprecisos e invernales, ahí mismo, en la punta de la nariz la geografía de la angustia. De acuerdo, cada prometeo cuarenténico con su tema, si el vecino de por allá amanece a discutir que la Tierra (o sea este planeta) es plana, un plato llano y el sol un farol sideral que rota a su alrededor, qué voy hacer, a mí no me hace daño. La carcajada cruzando la puerta me oxigena el complejo circulatorio. La alarma se dispara si ese dato se convierte en big. Si los diarios corporativos lo difunden para desinformar con la marquesina canalla de ‘seriedad informativa’. ¡Horrible! Esos medios tienen el botón de mando de la repetición falsa hasta convertirla en duda razonable de la ciudadanía. Y ya, a hablar de lo que menos importa. La política, como evento de los Gobiernos, es otro bicho invisible, inasible, inenarrable.
Tano[9]
Hasta ahora fue así, pero la cotidianidad radical por los tres golpes de estómago nos hace escuchar con oídos túnel, entra por uno y sale más rápido por el otro. El panorama sanitario cifrado como Covid-19 nos ha devuelto a sospechas legítimas de la verba gubernamental y sus voceros aliados de ocasión. Es acá y allá. Hasta cambiamos de percepción y sensación. El bichito de la desconfianza nos obliga a la gramática de los hechos, si son derechos, si contienen afrecho o está contrahecho en su valoración. Ahora es el malvado que está en los detalles. Y les vemos las costuras, sus corbatas estridentes, sus dislates y sus naderías a centavo. Aprendemos rápido la sagrada desconfianza hasta en las pausas y en los galillos desafinados.
Falta una izquierda precisa en este instante preciso. Por cada país según su purgatorio, aun continental si se cree que la solidaridad no es sentimiento político fósil. Un cimarronismo añejo como guarapo de mi tierra. Desde luego que las trovas de Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Luis Eduardo Aute, Milton Nascimento o los versos de estas calles de Jalisco González no envejecen. O las lecturas de los libros de Editorial Progreso: “Por eso la humanidad se plantea siempre únicamente los problemas que puede resolver, pues un examen más detenido muestra siempre que el propio problema no surge sino cuando las condiciones materiales para resolverlo ya existen o, por lo menos, están en vías de formación”[10]. Es mejor que te manden a leer que a otro sitio bastante desagradable por olor y color.
En este Domingo Universal de las Madres: Madre, en tu día tus muchachos barren minas de Haiphong[11]. Ahora hacen palenques cimarrones en Chuao, Venezuela.
Sita[12]
Se nos extravía la mirada por la porfía en observar el estar y el ir, parafraseando a Silvio. Es el espacio y el tiempo dedicado al Covid-19 y sus posibles réplicas y sus repetidos traspasos desde el mercado de Wuhan hasta Guayaquil, New York, México o Buenos Aires. También hasta Esmeraldas, mi ciudad. Uno ve las cosas en clave shakesperiana: tragicomedia en estos sueños de invierno que casi no es. ¿Se han percatado ustedes de ese algo que está por ahí? La mayoría ciudadana quiere ese algo indescifrable en apariencia. Se siente que los políticos en funciones son una carga odiosa. Ellos no tienen ese algo. Definitivamente no. Está ahí, en nuestras calles desoladas. En las conversaciones, mucho más sinceras que los remitidos a las redes sociales. El algo es como el descontento, la preocupación, la impaciencia y la irritación sin discernimiento. Cumplido ese tránsito comienza a calentarse la calle.
Mientras el bus se mueve esquivando pasajeros para no incumplir mandatos sanitarios expresos, este jazzman concluye que ese algo viral tiene tres explicaciones concluyentes. Una: ya nadie sale loco (o loca) de contento a buscar su Madre de Dios, así el marimbeo corporal y verbal aún sea una fiesta; no se crea la procesión camina escondida corazón adentro. Dos: el chorro de malas noticias parece inagotable y el otro bicho, el de la depresión colectiva está de ronda. Tres: unos políticos, con sus corbatas de colorines, han trasladado la política a chismes esotéricos; adrede, porque ellos ganan. Salvo el Papa, los Metternich y Guizot de ahorita culpan a China y a los pecadores impenitentes por el Covid-19. Al fin los comunistas son inocentes de un algo.
Saba[13]
La
frase fue hecha para desperdiciarla en conversaciones inútiles, es un idiotismo
o es la inercia oral de la mala fe. No sé, ahí se las dejo: después del Covid-19
nada será igual. Todo y nada. No hay definición. ¿Qué será distinto? O mejor,
¿en cuánto será distinto? Da para mucho hablar sin encontrar una caleta de
razón. El Covid-19 se quedará por ahí, tumbará vidas, nos repondremos con un
buen surtido de anticuerpos. ¿Y qué cambiará? Como el dinero la
contrarrevolución sistémica nunca duerme. Sus opinadores, sus medios de
comunicación y sus encorbatados académicos cumplen con el manido: miente, miente, miente hasta que la mentira
sea aceptada como verdad. Es un
deseo cruel y contagioso del neoliberalismo. Sí, son tiempos de
episodios inversos.
[1] Uno en swahili.
[2] Dos en swahili.
[3] Por Julio Cortázar
[4] Parafraseando unos versos del poema Matábara del hombre bueno. De sol a sol, Antonio Preciado, Colección Antares, Quito, 1998, pp. 112-113.
[5] Tres en swahili.
[6] Contribución a la crítica de la economía política, Carlos Marx, Editorial Progreso, Moscú, 1989, pp. 7-8.
[7] Frase atribuida al Che. Tatu fue el pseudónimo del Che cuando estuvo en el Congo. O sea el número tres.
[8] Cuatro en swahili.
[9] Cinco en swahili.
[10] Óp. Cit., p. 8.
[11] Versos de la canción Madre de Silvio Rodríguez.
[12] Seis en swahili.
[13] Siete en swahili.