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Erase una vez…

Fuentes: Rebelión

1.- Un tal Rodrigo (Ruy) Diaz de Vivar, apodado El Cid (el señor), el héroe nacional español (1043-1099). El Grande de Castilla fue pronto enaltecido, su eco ha quedado plasmado sobre todo en el «Poema del Mío Cid», una obra maestra de la literatura de unos 3730 (!) versos anisosilábicos, que vienen a ser la […]

1.-

Un tal Rodrigo (Ruy) Diaz de Vivar, apodado El Cid (el señor), el héroe nacional español (1043-1099).

El Grande de Castilla fue pronto enaltecido, su eco ha quedado plasmado sobre todo en el «Poema del Mío Cid», una obra maestra de la literatura de unos 3730 (!) versos anisosilábicos, que vienen a ser la mitad de la epopeya española conocida. En Francia lo inmortalizó la tragicomedia «Le Cid» en cinco actos de Corneille y Johann Gottfried Herder lo tradujo al alemán. Apodado por los españoles «el Campeador», el loado combatió unas veces a favor y otras en contra de los moros.

Desde 1090 el Cid anheló su propio domino en Levante. Y porque Alfonso VI pudo tomar Toledo en 1085 pero no Valencia en 1092, el Cid fue a por ella. Por aquel entonces era bastante común que para forzar la entrega de una ciudad fortificada, se saqueara y destruyera inmisericordemente un vasto campo de los alrededores. Y el Cid ordenó pegar fuego a los pueblos del entorno y a dos barrios de Valencia. Se estableció allí y llevó a cabo masacres.

Mientras tanto en la ciudad cercada -que bajo el gobierno de Abdal-aziz, un nieto de al Mansur, que duró cuarenta años y floreció culturalmente- el hambre comenzó a hacer estragos. Se comieron perros, gatos y animales impuros. Se «buscó alimento en las bostas de los viejos desagües romanos, se pagó un denario de oro por un ratón enano y por los cereales 70 veces el precio de lo que se pagaba al inicio del sitio, precio que ya para entonces había subido. Los más pobres incluso se alimentaron con la carne de los cadáveres, que era lo único que abundaba en Valencia. De día en día crecieron las tumbas alrededor de la mezquita. Quien osaba huir de la miseria de la ciudad, era apresado por los asaltantes y vendido por una libra de carne, por un pan o una jarra de vino. En el mercado de esclavos eran poco cotizadas estas figuras famélicas. Con pocos de ellos se pudo trapichear en el comercio europeo, negocio organizado, entre otros, por musulmanes de los alrededores, comerciantes duchos en negocios sucios. A otros presos les amenazó un porvenir peor como la esclavitud, o se les cortó la lengua, se les cegó o se les arrojó como comida para perros. Fueron numerosos los habitantes que se arrojaron muro abajo, acuciados por un hambre desesperante. El Cid ordenó que diecisiete de estos cadáveres se quemaran en un solo día», nos narra Alheim K. Por cierto, cuando tras casi dos años de asedio entró él en junio de 1094 en la Valencia desolada, quemó no sólo cadáveres sino también, por ejemplo, a Ibn Gahhaf, el juez supremo de la ciudad y de inmediato convirtió la mezquita principal musulmana en catedral católica.

Moraleja: Con frecuencia, como en este caso, lo héroes son grandes criminales; los mayores los más grandes.

2.-

San Bernardo de Claraval, el doctor melifluo de la Iglesia

El 1 de diciembre de 1145 el papa Eugenio III mediante la «Quantum praedecessores», la primera bula de cruzada para el oriente que se conserva, convocó a una nueva guerra ofensiva, en la que garantizaba a los participantes el perdón total de los pecados, la demora en las obligaciones de pago, la supresión de pago de intereses y la protección de sus posesiones. Le recordó también al rey francés Luis en conmovedora carta que el difunto «papa Urbano de feliz memoria» ha hecho ya «sonar las trompetas celestiales» para liberar el glorioso sepulcro del salvador, para liberar Jerusalén y otras muchas ciudades «de la asquerosidad de los paganos» (a paganorum spurcitia). Y el rey «tomó la cruz de manos del abad Bernardo. Tras aquel papa débil se encontraba su maestro Bernardo de Claraval, quien una vez pudo escribir a Eugenio con desvergonzado orgullo aquello de que por ahí «se dice que no seríais vos el papa sino yo» (Aiunt, non vos esse papam, sed me); ya en su silabario caballeresco envió a todos los posibles criminales y también a los profanadores de iglesias y ateos a tierra santa, su partida produce alegría y alivio en occidente y su llegada lo hace en oriente. Mediante su oratoria deslumbrante impulsó al rey francés, Luis VII, y al emperador alemán, Conrado III, a la guerra, que fue un desastre para Europa. Bernardo, loado por su oratoria meliflua, reclutó en Francia con tanto furor en pro del gran derramamiento de sangre, que fue capaz de augurar arrebatado: «Las ciudades y castillos van a quedar vacíos y no va haber ni siquiera un hombre para siete mujeres»; expresión, digamos de paso, que muestra su odio sádico por la mujer, que prefiere ver mil veces más a los hombres muertos en el campo de batalla que yaciendo vivos en los brazos de una mujer. Escribe: «Es más difícil vivir con una mujer que resucitar un muerto a la vida». Es tan enemigo de la sensualidad que enseña que la persona por el placer pecaminoso se sitúa por debajo de los cerdos. ¡En cambio la guerra divina le encumbra por encima de todas las cosas! Aquella guerra que a Bernardo le hace de nuevo gritar: «en vida de sus maridos las mujeres están viudas». Por su propia cuenta el maestro de la mística y del asesinato prosigue su viaje propagandístico por Alemania, prometiendo premio en la tierra y en el cielo.

«Oíd, vosotros, hermanos, insiste, ahora es el momento, ha llegado el día de la salvación, de la plenitud de la salvación. La tierra se halla temblorosa y estremecida porque el Dios del cielo comienza a perder su tierra». «¿Qué hacéis vosotros, hombre valientes? ¿Qué hacéis, servidores de la cruz? ¿Acaso queréis entregar el santuario a los perros o arrojar las perlas a los cerdos? ¿Cuántos pecadores confesaron allí sus pecados entre lágrimas y pidieron perdón desde que la espada de los padres arrojó a la inmundicia pagana?». «Tú, caballero valiente, tú, hombre de la guerra, ahora tienes tú una pelea exenta de peligro, donde la victoria produce honor y la muerte beneficio. Si eres un hombre inteligente, un hombre de provecho en este mundo, te anuncio un gran mercado; cuida no perder la ocasión».

Alejandro III elevó a santo a Bernardo en 1174 y Pío VIII proclamó al propagandista más activo y catastrófico de la segunda cruzada doctor de la Iglesia, el máximo honor que concede el catolicismo.

Recordatorio: En la lista del santoral cristiano actual de la Iglesia católica se encuentran muchos de los grandes asesinos de su época.

3.-

Santiago de Compostela. El rey Alfonso II el Casto (791-842) reemprendió de nuevo la dura política antiislámica de Alfonso I. En Alfonso II, condicionado por sus guerras contra el islam, se apoyan los inicios del santuario mundialmente conocido de Santiago de Compostela. Bajo el rey Alfonso el apóstol Santiago el Mayor se convierte en patrón de los cristianos y se edifica la primera iglesia de Santiago de Compostela. No existe ninguna duda de que aquí todo lo referente al apóstol Santiago, el compañero de Jesús, y a Compostela es patraña, y fraude su supuesta actividad misionera en España y el supuesto traslado de su supuesto cadáver al oeste del país -estas mentiras, sin duda muy lucrativas, surgen por primera vez en los textos latinos del siglo VII, la referencia más concreta a la actual Compostela aparece por primera vez en el siglo IX-. Piénsese en el efecto de toda esta leyenda gloriosa y patrañera sobre el santo Santiago, sobre el «descubrimiento» del sepulcro del apóstol, en sí todo ello ya un increíble milagro maravilloso y fantástico: comenzando por la edificación de diversas catedrales, fortalezas, del traslado de una sede episcopal hasta el florecimiento grandioso del gigantesco culto de peregrinación, que abarca a todo Europa -a veces incluso a Oriente- casi comparable con Jerusalén y Roma (¡Carlomagno es considerado como el primer peregrino de Compostela!); piénsese en el lejano grito de guerra «¡Por Santiago!», uno de los más sanguinarios de la historia; Hernán Cortés, que en la «propagación de la fe católica» con sus bandas de asesinos católicos en México, como él mismo confiesa siempre se abalanzaron sobre ellos, sus víctimas desprotegidas, «al grito de: ¡Por Santiago!». «Tras el grito de ¡por Santiago! cabalgábamos por la plaza amplia y matábamos todo lo que se ponía al alcance de la lanza…», se degolló, se mató a golpes, se ahorcó, se colgó, se ahogó, se quemó, se despedazó entre los caballos y perros, se pulverizó delante de las bocas de los cañones una vez a «500 enemigos»,otras…

La historia divina y eclesiástica, legada por la Iglesia es, a menudo, una gran mentira y un gran engaño, que no tiene empacho en seguir pregonando hoy con el silencio de estados, jueces, universidades y medios.

La santurronería entorno al «sepulcro de Santiago» en Santiago de Compostela, que desde principios del siglo IX se divulga cada vez con más fastuosidad fantasmagórica, así como el héroe el Cid Campeador y la santidad de Bernardo, proclamada por la Iglesia, son tres ejemplos de manipulación, de mentira y cuento. Sus historias contadas debieran comenzar con un: Érase una vez…

Ya lo dijo Erich Fried en verso:

El disparo de la policía,

que el Frankfurter Rundschau[1],

todavía osó

denominar

«ejecución en la calle«,

oficialmente se dijo

«tiro mortal asestado por la policía«

En el nuevo proyecto de ley

se ha rebautizado.

Ahora se denomina:

«tiro liberador definitivo«

¡Oh, genio incansable

de nuestro lenguaje alemán,

que todo lo hermoseas,

lo transfiguras

y proteges!



[1] Periódico alemán, en su lugar ponga tranquilamente El País