Para las y los guevaristas del mundo, que siguen siendo legión en pie de resistencia y dignidad Yo tuve un hermano, no nos vimos nunca, pero no importaba. Yo tuve un hermano que iba por los montes mientras yo dormía. Lo quise a mi modo, le tomé su voz libre como el agua, caminé de […]
Para las y los guevaristas del mundo, que siguen siendo legión en pie de resistencia y dignidad
Yo tuve un hermano,
no nos vimos nunca, pero no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los montes mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo, le tomé su voz libre como el agua,
caminé de a ratos cerca de su sombra.
No nos vimos nunca, pero no importaba,
mi hermano despierto mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome detrás de la noche
su estrella elegida.
Julio Cortázar (octubre 1967)
Salvo error por nuestra parte, Manuel Sacristán (1925-1985) sólo escribió sobre Ernesto Guevara en una ocasión, tras su asesinato el 9 de octubre de 1967. Hay, eso sí, en conferencias, algunas de ellas inéditas, referencias indirectas a su hacer o a algunos de sus conceptos. El del «hombre nuevo» por ejemplo.
El escrito al que hemos referencia, una nota propiamente, se publicó sin firma y traducida al catalán -por Francesc Vallverdú (1935-2014) probablemente- en Nous Horitzons, la revista teórica del PSUC, en 1969 [1], aunque, seguramente, fue escrita poco después de la muerte de Guevara.
Se abre la nota con unos versos de V. Maiakovski: «Como si para siempre/ te llevases contigo (…)/ tu huella de héroe/ luminosa de sangre/ (…) Pero esto/ de golpe da vida a las «quimeras»/ y muestra/ la médula y la carne/ del comunismo» (Al camarada Nette), y dice así:
No ha de importar mucho el cobarde sadismo complacido con el que la reacción de todo el mundo ha absorbido los detalles macabros del disimulo, tal vez voluntariamente zafio, del asesinato de Ernesto Guevara. Posiblemente importa sólo como experiencia para las más jóvenes generaciones comunistas de Europa Occidental que no hayan tenido todavía una prueba sentida del odio de clase reaccionario. Pero esta experiencia ha sido hecha, larga y constantemente, en España, desde la plaza de toros de Badajoz hasta Julián Grimau [2].
Importa saber que el nombre de Guevara ya no se borrará de las historias, porque la historia futura será de aquello por lo que él ha muerto. Esto importa para los que continúen viviendo y luchando. Para él importó llegar hasta el final con coherencia. Los mismos periodistas reaccionarios han tributado, sin quererlo, un decisivo homenaje al héroe revolucionario, al hacer referencia, entre los motivos para no creer en su muerte, en sus falsas palabras derrotistas que le atribuyó la estulticia de los vendidos al imperialismo.
En la montaña, en la calle o en la fábrica, sirviendo una misma finalidad en condiciones diversas, los hombres que en este momento reconocen a Guevara entre sus muertos pisan toda la tierra, igualmente, según las palabras de Maiakovski, «en Rusia, entre las nieves», que «en los delirios de la Patagonia». Todos estos hombres llamarán también «Guevara», de ahora en adelante, al fantasma de tantos nombres que recorre el mundo y al que un poeta nuestro, en nombre de todos, llamó: Camarada.
En cambio, su amigo, compañero y discípulo, Francisco Fernández Buey, escribió en extenso sobre el revolucionario internacionalista argentino [3]. Veamos algunos ejemplos.
El 9 de octubre de 2007, con ocasión del 40 aniversario del asesinato del Che, el diario El País publicó un editorial muy duro contra el guerrillero argentino-cubano, titulado «Caudillo Guevara», donde entre otras cosas se acusaba al «romanticismo europeo» de haber adulado a la figura del Che bajo la pretensión de «dotar al crimen de un sentido trascendente», y a los movimientos guerrilleros de liberación nacional inspirados en el Che de que su única aportación destacable fue que «las dictaduras militares de derechas pudieron presentarse a sí mismas como un mal menor» [4]. Dos días después, Paco respondía en una muy significativa «Carta al Director» publicada en El País, donde señalaba lo siguiente:
No hace falta haber sido guevarista o serlo hoy para considerar su nota editorial de ayer, Caudillo Guevara (EL PAÍS, 10-10-2007), un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad, un ejemplo más del tipo de discurso «autorizado por la policía y vedado por la lógica», que decía Marx. Para empezar, es de una ignorancia supina atribuir en exclusiva al romanticismo europeo el prejuicio de que entregar la vida por las ideas es digno de admiración y elogio. Sólo un inculto puede escribir eso. En segundo lugar, es sectario denominar muerte al asesinato de Guevara en La Higuera y encima atribuirle el propósito de dotar al crimen de un sentido trascendente. En tercer lugar, es una manipulación incalificable identificar lo que hizo el internacionalista Guevara con movimientos terroristas, nacionalistas o yihadistas de ahora. En cuarto lugar, es un infundio, digno del peor revisionismo histórico, presentar la vida y la acción de Guevara y de sus seguidores como mera coartada para un autoritarismo de signo contrario, que no germinaba entonces, como dice su editorial, sino que existía ya en el continente americano. En quinto lugar, es absurdo presentar a Guevara como puesta al día del caudillismo latinoamericano: los extremos sólo se tocan en la cabeza del editorialista de EL PAÍS. Y, por último, es falso, literalmente falso, que hoy ya sólo se conmemore la muerte de Guevara en Cuba, Venezuela o Bolivia. Sobre el uso indiscriminado del término «populismo» [5] dije ya lo que tenía que decir aquí mismo hace unas semanas. Ahora quiero añadir que tanta ignorancia y tanta tergiversación de la historia y del presente me parecen indignas de un periódico que se quiere «global».
Claro y rotundo. Defendiendo la verdad y la figura del Che.
De igual modo, en un artículo escrito en aquellas fechas, «Guevara en Bolivia. Cuarenta años después» [6], el autor de Marx sin ismos, se refería al Ché en los términos siguientes:
Una de las cosas curiosas de eso que llamamos Historia es la de vueltas que da sin que quienes la vivimos, pensando en ella, acabemos de darnos cuenta de en qué giro de la noria nos hallamos. Digo esto a propósito de la fortuna de Ernesto Guevara de la Serna, por todos conocido como el Che. Y no tanto a propósito del mito o la leyenda, que eso es algo universalmente reconocido, sino más bien pensando en sus ideas sobre el socialismo.
Hace diez años, cuando se cumplían treinta de la muerte del Che en Bolivia, los maestros del pensar en la Academia se hacían una composición de lugar más o menos como esta que sigue. Guevara fue parte de una historia finiquitada, la de la ilusión del socialismo marxista que atrajo a tantos allá por la década de los sesenta. Y si algo queda de él –se decía entonces– es, en el mejor de los casos, el espíritu utópico, el idealismo, el romanticismo, el espíritu aventurero, aquel espíritu crítico tan suyo que le llevó a alejarse del poder y a denunciar dogmatismos y ortodoxias.
Vivíamos entonces, señala FFB, una época en que la mayoría de los filósofos europeos habían decretado el fin de las utopías, no fue su caso desde luego, y por lo general (siempre hay excepciones, matizaba) «de las ideas del Che sólo se hablaba o se escribía con una sonrisa misericordiosa, la que se suele poner al hablar o escribir de las personas que, habiéndose equivocado en todo (o casi todo), muestran con su propia vida que son mejores que nosotros: más libres, más críticos de la realidad existente, más valientes». Eso, y no las hagiografías hechas por encargo, «es la base espiritual (porque también hay bases espirituales, y el joven Marx lo sabía) de la universalización de la leyenda del Che».
Eso, el que fuera más libre, más crítico y más valiente en los años que a él le tocó vivir, es lo que explica algo que siempre se suele presentar como contradictorio: el que un marxista-leninista (vade retro!) aparezca como icono en las camisetas en serie de jóvenes que se supone que no tienen ni idea de la cosa y que se cruzan sin reconocerse con otros (pocos) para quienes el Che es un símbolo de la revolución.
Habían pasado otros diez años, ahora veinte, y ahí seguía, por supuesto, el mito, el icono, la leyenda.
Lo que era sorprendente en 1997 después de todos las tentativas desmitificadoras realizadas en nombre de todas las banderas de los poderosos es hoy objeto de sesudas investigaciones sociológicas ya no sobre los desvaríos del héroe de ayer sino sobre los desvaríos de los jóvenes de hoy, tan despolitizados y desideologizados, que se dice. Pero eso no es nuevo: es parte del mismo giro de la noria de siempre. Lo nuevo, el chorrito de agua que sale de los cangilones y que ahora brota de la noria de siempre, movida por los asnos que somos, ay, nosotros, debemos buscarlo en otra parte. ¿Y qué es lo nuevo, por lo que hace al Che, en 2007? Algo tan elemental como que su leyenda vuelva a vincularse, en algunos países y lugares, al socialismo. Algo tan elemental como que vuelva a hablarse no sólo de su figura sino de sus ideas en relación con lo que podría ser el socialismo del siglo XXI. Nadie sabe a ciencia cierta qué puede ser eso. Pero quienes hacen el esfuerzo de saberlo intuyen, creo que con razón, que lo que pueda llegar a ser el socialismo del siglo XXI tiene mucho que ver con lo que dijo, escribió e hizo Ernesto Guevara.
Lo nuevo, y llamativo, para los aficionados a la historia de las ideas y para los amantes de las utopías, en el mejor sentido de la palabra, FFB también nos enseñó sobre eso, era que se hablase y se escribiera «sobre Guevara y la construcción del socialismo precisamente en el país (no sólo en él, pero sobre todo él) en el que Guevara fue derrotado y murió: Bolivia». Y que se hablase y escribiera sobre él, no como sobre un icono sino como de alguien cuyas ideas había que volver a tener en cuenta, «personas que no eran ni fueron nunca guevaristas», aunque sí, desde luego, socialistas. Aún más:
Digo que eso es llamativo y se puede argumentar en una frase: nadie que leyera el Diario del Che en Bolivia cuando éste fue publicado, ni siquiera quien lo leyera treinta años después de su muerte, podía imaginar que allí, justamente allí, donde Ernesto Guevara debió sentirse tan solo y aislado, su ideario volvería a reaparecer años más tarde. Parece una paradoja histórica. Y, sin embargo, no es tan rara. De las (buenas) utopías, como de las profecías, se puede decir que, con el tiempo, acaban cuajando en un lugar distinto y muy alejado de aquel para el que fueron pensadas. Ya pasó eso con la primera utopía moderna, la de Thomas More, que fue pensada para la Inglaterra de la época y acabó cuajando, décadas después, en Michoacán, México de la mano de Vasco de Quiroga. Pasó también con algunos de los falansterios socialistas inicialmente imaginados, en el siglo XIX, para Francia o Gran Bretaña y que emigraron a América.
Si eso ocurrió, preguntaba finalmente FFB, «¿qué de extraño tendría el que una utopía de la que casi todo el mundo dijo en su momento que había elegido para su realización el lugar equivocado acabara cuajando precisamente en el lugar equivocado?» No estaba diciendo, por supuesto que no, que «si hay socialismo en el siglo XXI en Bolivia ese socialismo vaya a ser un calco de lo que Guevara intuyó equivocándose en vida». No era eso. Lejos de él esa concepción «aseadilla de la historia».
Lo que quiero sugerir, modestamente, es que en este giro de la historia hay algo nuevo, a lo que se ha prestado poca atención hasta ahora. Y que, si se la prestamos, tal vez aún estamos a tiempo los marxistas (guevaristas o no) de aprender algo de los procesos reales de la historia, tan sorprendentes, tan inesperados, más allá del viejo cuento aquel que el poeta satirizó recordando el recurrente y ocioso «mi Marx tira de la barba a tu Marx y el tuyo de la barba al mío».
FFB, sabido es, escribió mucho más sobre el revolucionario internacionalista. Desde el prólogo a un libro de Manolo Monereo sobre Guevera (Con su propia cabeza. El socialismo en la obra y la vida del Che, Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2001) hasta su «Discurso sobre Guevara como mito» pasando por su presentación de los Escritos revolucionarios [7] de este gran filósofo y activista de la praxis, editado este último por los Libros de la Catarata en la colección, Clásicos del Pensamiento Critico, que él mismo codirigió con Jorge Riechmann.
Ni Sacristán ni Fernández Buey fueron guevaristas en sentido estricto, no es imposible que pudieran señalar algunas críticas a sus reflexiones y a algunas de sus acciones, pero, lo más esencial, supieron reconocer la honestidad y grandeza poliética de este gran revolucionario, de este gran clásico del hacer y pensar alternativos, y también su intento de pensar siempre con la propia cabeza… y con la ayuda de las cabezas de los demás.
Nosotros, por nuestra puerta, no podemos dejar de decir y escribir que Guevara sigue viviendo. Entre nosotros y para siempre.
Notas:
(1) «En memoria de Ernesto «Che» Guevara», NH 16, 1er trimestre, 1969, p. 39. No hemos podido localizar el original en castellano. La traducción (de la traducción) es de Salvador López Arnal.
(2) Julián Grimau (Madrid, 1911) fue asesinado (fusilado por la Guardia Civil) por el fascismo español el 20 de abril de 1963. Manuel Fraga, el fundador del PP, fue uno de los firmantes de la sentencia de muerte.
(3) Una sugerencia editorial: recoger en un solo libro todos sus ensayos guevaristas.
(4) El texto completo de este editorial de El País es el siguiente:
El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio. Amparados desde entonces en esta convicción, y a lo largo de más de un siglo, grupúsculos de las más variadas disciplinas ideológicas han pretendido dotar al crimen de un sentido trascendente, arrebatados por el espejismo de que la violencia es fecunda, de que inmolar seres humanos en el altar de una causa la hace más auténtica e indiscutible.
En realidad, la disposición a entregar la vida por las ideas esconde un propósito tenebroso: la disposición a arrebatársela a quien no las comparta. Ernesto Guevara, el Che, de cuya muerte en el poblado boliviano de La Higuera se cumplen 40 años, perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición del asesino bajo la del mártir, prolongando el viejo prejuicio heredado del romanticismo.
El hecho de que el Che diera la vida y sacrificara las de muchos no hace mejores sus ideas, que bebían de las fuentes de uno de los grandes sistemas totalitarios. Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte, tanto en el único sitio donde triunfaron, la Cuba de Castro, como en los lugares en los que no alcanzaron la victoria, desde el Congo de Kabila a la Bolivia de Barrientos. Y todo ello sin contar los muchos países en los que, deseosos de seguir el ejemplo de este mito temerario, miles de jóvenes se lanzaron a la lunática aventura de crear a tiros al «hombre nuevo».
Seducidos por la estrategia del «foquismo», de crear muchos Vietnam, la única aportación contrastable de los insurgentes seguidores de Guevara a la política latinoamericana fue ofrecer nuevas coartadas a las tendencias autoritarias que germinaban en el continente. Gracias a su desafío armado, las dictaduras militares de derechas pudieron presentarse a sí mismas como un mal menor, cuando no como una inexorable necesidad frente a otra dictadura militar simétrica, como la castrista.
Por el contexto en el que apareció, la figura de Ernesto Guevara representó una puesta al día del caudillismo latinoamericano, una suerte de aventurero armado que apuntaba hacia nuevos ideales sociales para el continente, no hacia ideales de liberación colonial, pero a través de los mismos medios que sus predecesores. En las cuatro décadas que han transcurrido desde su muerte, la izquierda latinoamericana y, por supuesto, la europea, se ha desembarazado por completo de sus objetivos y métodos fanáticos. Hasta el punto de que hoy ya sólo conmemoran la fecha de su ejecución en La Higuera los gobernantes que sojuzgan a los cubanos o los que invocan a Simón Bolívar en sus soflamas populistas.
(5) FFB hace referencia al artículo «Sobre populismos» publicado el 7 de mayo de 2007 en el global-imperial-antiguevarista ( https://elpais.com/diario/2007/05/07/opinion/1178488811_850215.html )
(6) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=57477
(7) «Che Guevara, ayer y hoy». Madrid, Los libros de la Catarata, 1999, páginas 7 21.
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