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¿Es «correísmo» o «correato»?

Fuentes: Rebelión

Dedicado a todos los castigados, por cualquier poder, debido al delito de cuestionar, disentir y decreer. Al experimento político-institucional conocido como «correísmo» -así lo llaman algunas de las oposiciones locales y varios analistas internacionales- decidí tipificarlo en mis textos y análisis, desde el mes de marzo de 2016 en adelante, como «correato«. Tal decisión la […]

Dedicado a todos los castigados, por cualquier poder, debido al delito de cuestionar, disentir y decreer.

Al experimento político-institucional conocido como «correísmo» -así lo llaman algunas de las oposiciones locales y varios analistas internacionales- decidí tipificarlo en mis textos y análisis, desde el mes de marzo de 2016 en adelante, como «correato«.

Tal decisión la tomé tras analizar la superficialidad gratuita con la que todo apellido, de cualquier mandatario, político o showman del orbe, sea de la calidad o catadura que sea, es convertido por sus zalameros cortesanos o sus encarnizados enemigos en todo un ‘ismo’, como lo han sido el cristianismo, el fascismo o los socialismos.

Entre uno y otro sufijo, es decir entre «ismo» y «ato», me decidí por este último a la hora de acuñar este experimento que, a la manera del «fujimorato» en el Perú, es absolutamente local y temporal, como el «febrescorderato»; y que adolece de un insalvable defecto: no contiene la perennidad de una utopía, sino la prórroga de una ambición, aunque al estilo Keiko Fujimori en Lima o Daniel Ortega en Managua, levante expectativas y vuelva a ganar terreno político o elecciones, incluso décadas después.

Me perdonan los rivales y los áulicos del «correato», pero unos y otros no ven algo que yo tampoco vi sino a finales de 2013, después de mi equivocadísimo y entusiasta análisis de mayo del mismo año («Ecuador en el nuevo mandato de Rafael Correa«), cuando se produjo el inicio del irreversible Viraje endógeno a la derecha como lo llamaron algunos, o la etapa pragmática del proceso como lo etiquetaron otros.

Ya a finales de 2013 el mandatario ecuatoriano no quiso dar, o ya no dio la talla, para ser considerado un ‘ismo’ político que rebasase fronteras; o, peor aún, ya no pudo lograr la estatura conceptual que le permitiera convertir a este experimento en corpus ideológico perdurable -por lo menos en los Andes- que significase una ruptura sistémica con el orden gentleman del capitalismo.

Al no poseer un perfil geoestratégico vigoroso ni un sustento filosófico-político estructurado, como sí lo fueron -más allá de sus errores- el guevarismo y el castrismo en los 60, el «cardenismo» mexicano en la segunda mitad del siglo XX, el tan debatido «peronismo» argentino de un siempre, o incluso el «chavismo» del -a punto de fenecer- período posneoliberal del continente; el «correato», en cambio, a contrapelo de toda filosofía duradera y toda estrategia geoeconómica distinta, se afincó (¿provincianos con PhD?), en el más acá, en el cercado propio, en el «Yo mando en mi casa«, donde no tema que alguien pueda disputarle o arrebatarle el liderazgo monopólico informativo o el brillo de la lentejuela y bambalina posneoliberal.

Es más, desde 2015 en adelante tuve un pálpito: que Correa nunca quiso aparecer en evento académico oficial alguno, en ningún país del mundo, sentado junto a Álvaro García Linera, el intelectual y estadista boliviano, para que nadie notase sus costuras y -usemos sus términos- para que no se oyera, al lado del marxista boliviano, lo «limitadito» de su tosca cosmovisión filosófica.

Es, especialmente a partir de la segunda mitad del año 2013, luego de afianzarse el experimento en la victoria electoral de medio tiempo, para la cual nos vendió la gaseosa idea, falaz además, de la radicalización de la revolución, que no volvió a esforzarse nunca más por intentar emular un liderazgo continental de un Fidel Castro o un Hugo Chávez, quien no tuvo posta alguna en ningún otro gobernante: le quedaron chicos y provincianos todos, incluso el otrora gran estadista Lula y el querendón Mujica.

En ese lapso, el caudillo local decidió sumergirse en las aguas profundas del provincianismo global a través de sus inconsultos acuerdos comerciales preferenciales iniciados con la UE, luego los coqueteos con Corea del Sur y al final hasta con Turquía, entre otros. Es sintomático que solo hasta el año 2014 hiciera aislada mención a los BRICS, pero desde entonces y a pesar de la fuerte crisis económica del país no volvió a citarlos, a sabiendas que en política toda mención es un apoyo y toda omisión es una distancia.

El ismo ecuatoriano se halla a años luz de ser un todo teórico como el marxismo, el liberalismo, el anarquismo e, incluso, el fascismo; y las difusas contribuciones del economista de Illinois están a distancia cósmica de los aportes de una Rosa Luxemburgo, un Mariátegui, un Gramsci, un Subcomandante Marcos, un Ernesto Guevara, y -sobre todo- una Alexandra Kollontai; revolucionarios todos ellos que dudo hayan sido estudiados seriamente por el capitán de la llamada revolución ciudadana.

Pero es obvio que todas esas limitaciones, repliegues y deslealtades, solo pudimos ver y examinar cuando el giro estratégico hacia un proyecto autoritario, oportunista y mezquino de poder, había hecho irreversible nuestra distancia crítica y ética; y -desde su orilla- cuando ellos no tuvieron más opción que ejecutar las múltiples formas de castigos a la disidencia.

 

Alexis Ponce des efensor de los derechos humanos ecuatoriano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.