Si uno o varios drones cargados con el potente explosivo C4 sobrevuelan el palco donde estaba el presidente Nicolás Maduro y el alto mando militar bolivariano, y además dos de esos aparatejos al ser desviados de su objetivo principal (asesinar al Presidente y a muchas más personas) se estrellan o explotan en el aire e […]
Si uno o varios drones cargados con el potente explosivo C4 sobrevuelan el palco donde estaba el presidente Nicolás Maduro y el alto mando militar bolivariano, y además dos de esos aparatejos al ser desviados de su objetivo principal (asesinar al Presidente y a muchas más personas) se estrellan o explotan en el aire e hieren a siete concurrentes a la ceremonia, ¿alguien que esté en sus cabales puede creer que se trata de una farsa o un autoatentado?
Si además, casi al mismo tiempo que ocurría este frustrado intento de magnicidio, desde Miami, la infaltable pseudo periodista Patricia Poleo, con gesto de dramaticidad, por su red habitual procedía a leer un comunicado redactado por los mismos que pergeñaron la idea siniestra de atentar contra un mandatario que en las urnas les ganó varias veces por nocaut, ¿es posible que varios países que se dicen democráticos de Latinoamérica y el mundo, se hagan los distraídos y no condenen el hecho?
Si un presidente, que de «santo» tiene poco y nada, que además, por esas cosas inexplicables de la política, posee un premio Nobel por una paz que él mismo ha saboteado. Si ocurre que ese hombre que en casi todos sus últimas intervenciones se complacía en sentenciar que «a Maduro le queda poco en el Gobierno, ¿puede seguirse negando que el grave atentado de Caracas es un invento de los propios que resultaron heridos en la acción terrorista?
Si para más pruebas, el arrodillado (ante el Imperio) Luis Almagro, tan presuroso él en condenar cuanto hecho de avance revolucionario ocurre en Venezuela, ahora se haya convertido en el ciego, sordo y mudo de la OEA frente a un suceso que no terminó en tragedia porque todos los Dioses protegen a Maduro y la Revolución. Los Dioses y quienes colocaron los elementos tecnológicos de autodefensa que le impidieron a los drones y sus impulsores llenar de más muertos las calles de Caracas.
Está claro que quienes hablan de autoatentado y los que no condenan lo obvio, estaban esperando festejar la muerte. Ellos mismos son la muerte. Y la impulsan todos los días, hambreando y reprimiendo a sus pueblos, generando la idea de que además de aplicar estrategias letales a nivel masivo, cuentan con la protección de poderes judiciales y muchas veces legislativos que les aseguran impunidad. Los ejemplos están a la orden del día: Macri, Temer, Piñera, Peña Nieto, Jimmy Morales,Santos (y muy pronto Duque), Trump, Macrón y la lista se hace interminable.
Por eso están empeñados en borrar al chavismo del mapa venezolano y después de intentarlo por todos los medios (cada uno más brutal que el otro) ahora quisieron demostrarle al mundo que podían atravesar el mayor de los limites y asesinar a quienes tanto odian. Porque Venezuela, así como lo ha sido Cuba siempre, es el «mal ejemplo» en donde millones de luchadores y luchadoras se autoreferencian para no bajar los brazos. Lo hacen con la dignidad de los que se saben en el buen camino de las ideas, y la misma serenidad que tuvo Maduro cuando las explosiones comenzaron a verse y oírse desde el palco presidencial.
Los yanquis y su Comando Sur, la OEA, el dueto Santos-Uribe. y cada uno de los mandamases del Grupo de Lima, se quedaron sin festejar, sencillamente porque el mayor escudo protector que tiene Nicolás Maduro es el propio pueblo venezolano. Esa masa de sufrientes cotidianos de la guerra económica y sobrevivientes heroicos de las guarimbas violentas de meses atrás. Ellos y ellas, que están dispuestas a bajar cuantas veces sea necesaria de los cerros para defender una Revolución que les pertenece más que a nadie.
Frente a esta «Bahía Cochinos» a la venezolana, el Gobierno sale más fortalecido y deberá aprovechar el subidón de adrenalina que provocan las solidaridades internas y externas, para arremeter contra los conspiradores, los golpistas y los asesinos del pueblo, pero a la vez generar las condiciones para romper el bloqueo imperialista y que la comida y los medicamentos no sean un factor de ruptura con quienes apoyan la Revolución con su propio cuerpo. En estas circunstancias hay que vencer la duda y escapar de los consejos de los subordinados a los comportamientos «políticamente correctos». La Revolución se salva si se profundiza hacia el socialismo. Allí está el ejemplo de la Marcha Campesina Admirable, cuando después de ciertos titubeos e intentos de invisibilizar a quienes recorrieron «a pata» cientos de kilómetros, Maduro, Diosdado Cabello y Delcy Rodríguez, les reconocieron sus reivindicaciones (que son las de muchos sectores populares) y ahora hace falta ejecutar planes de urgencia para que el latifundismo y el sicariato sean tratados como lo que son: enemigos del pueblo bolivariano.
Son tiempos de definiciones como cuando Hugo Chávez volvió de la muerte en La Orchila. No hay que desaprovechar la oportunidad de que los golpistas volvieron a fracasar. Nicolás Maduro tiene la altísima responsabilidad de dirigir esta ofensiva hasta la victoria final, caiga quien caiga, sean ellos los enemigos declarados o esas quintas columnas encaramadas en el propio chavismo: como esos gobernadores que mandan a reprimir campesinos o consideran «invasiones de tierras» lo que son acciones de recuperación frente a los terratenientes, como bien enseñaba el Comandante Chávez. Urge hacer lo que hay que hacer para solidificar las propias filas y convertirlas en muro inexpugnable.
Con el pueblo y con Maduro, sin ningún tipo de dudas, nos alineamos todos y todas quienes consideramos a la Revolución Bolivariana como uno de los arietes fundamentales para golpear al imperio.
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