Estimados compañeros de AP: Ya son más de once años desde que empezamos este sueño colectivo llamado Alianza PAÍS: Patria Altiva i Soberana, soporte de nuestra Revolución Ciudadana, la cual recuperó la Patria y asombró al mundo. Por darle la voz a los humildes, oportunidades a los pobres, derechos a los trabajadores, dignidad a nuestros […]
Estimados compañeros de AP:
Ya son más de once años desde que empezamos este sueño colectivo llamado Alianza PAÍS: Patria Altiva i Soberana, soporte de nuestra Revolución Ciudadana, la cual recuperó la Patria y asombró al mundo.
Por darle la voz a los humildes, oportunidades a los pobres, derechos a los trabajadores, dignidad a nuestros campesinos, por arrancarles el poder a los que siempre habían usufructuado de él -la banca, los medios de comunicación, la partidocracia-, nos granjeamos poderosos enemigos, y nos acusaron de «polarizar» el país. Olvidan que, por la mitad de lo logrado, hace pocas décadas hubiéramos tenido una guerra civil. Nosotros lo hicimos cansándonos de ganar elecciones.
No recuerdan el país que nos dejó el neoliberalismo y la partidocracia, convaleciendo aún de una terrible crisis económica por la cual perdimos la moneda nacional y la quinta parte de la población tuvo que emigrar; con una corrupción tolerada e institucionalizada en Educación, Salud, Aduanas, Registro Civil, Petroecuador, telefónicas, Justicia, Política, etc.; y con una desastrosa inestabilidad institucional, en la que en diez años tuvimos siete presidentes, sin que ninguno de los gobiernos electos terminara su mandato.
El triunfo electoral del 2 de abril pasado sólo fue posible por la voluntad de un pueblo que siguió apostando por la Revolución y los cambios logrados en una década de gobierno, y permitió abrazar la esperanza de continuar con el proyecto transformador.
Esas elecciones las ganamos confrontando la más grande ofensiva de la derecha, la oligarquía y los poderes fácticos -nacionales e internacionales- que conoce nuestra historia moderna. No fue en medio de abrazos ni claudicaciones.
Como nunca antes, dos modelos y visiones del país estuvieron en disputa, y el pueblo nos volvió a refrendar y reiterar su confianza, e indudablemente nos marcó la ruta que espera de la Revolución Ciudadana en este nuevo período, y esa es la ruta de los 10 años que preceden a la actual Gobierno. Si fuera lo contrario, no estuviéramos contando ni este triunfo ni esta historia.
Es evidente que se ha traicionado esa voluntad popular, esa victoria histórica, esa Revolución Ciudadana. Se aplica el programa político de la derecha, sumando todos sus apoyos. Esto bastaría para saber de qué lado estar.
Con la impúdica complicidad del Gobierno, los poderes fácticos han logrado filtrar nuestro propio imaginario. Ahora resulta que todo lo hicimos mal; que la partidocracia y los medios de comunicación corruptos tenían razón; resulta ser que fuimos los «sembradores de odio» y los «perpetradores de la división entre ecuatorianos». Todo es tan paradójico que ahora los saqueadores de la riqueza nacional, los causantes de la debacle económica y de la migración de millones de ecuatorianos, pretenden dar cátedra de ética y honradez. En un gran engaño se sentaron a «dialogar» con ellos, cuando los acuerdos eran ocultos y previos, y mostraron un «sentimiento de culpa» otorgándoles una razón que jamás tuvieron, deslegitimando nuestra lucha por transformar la Patria.
Nos volvimos diez años atrás, a las «mayorías móviles», al «toma y daca». Eso también es corrupción. El viejo país está de vuelta, y a esto se prestan oportunistas y desleales con los más inverosímiles argumentos, tratando de robar nuestros símbolos y referencias, como que si con aquello pudieran acallar sus conciencias.
Hemos ganado 14 elecciones en diez años, algo sin parangón en la historia. Siempre nuestros enemigos fueron derrotados, pero jamás esperamos que estuvieran en nuestras propias filas. Su arma más canallesca: ponernos como un gobierno corrupto, cuando pertenecieron a él, y saben que jamás toleramos la corrupción.
¿Se olvidan que el prófugo Ramiro González fue alto directivo de izquierda Democrática, prefecto de Pichincha, y binomio de León Roldós para las elecciones del 2006? ¿Esto hace a León Roldós «corrupto»?
¿Se olvidan que Carlos Pareja Yanuzelli fue editorialista de Diario Expreso durante dos décadas, y supuesto referente de honradez en el sector petrolero? ¿Esto hace a todos los editorialistas de aquel diario, «corruptos»? ¿Olvidaron ya que el jefe de la mafia en el caso Refinería es Carlos Pareja Cordero, altísimo dirigente socialcristiano?
¿Acaso la corrupción de Odebrecht no ocurrió en doce países, como ocurrió en Europa el caso Siemens?
Pero nos quieren hacer creer que fue aquí que se «permitió» la corrupción, y un inocente se encuentra preso, el compañero Vicepresidente Jorge Glas. Hasta la oposición dijo que su prisión es un abuso, pero ciertos «compañeros», en lugar de exigir el debido proceso, pidieron su renuncia. El objetivo: apoderarse de la Vicepresidencia.
Si tenemos que perderlo todo por defender a un hombre honesto, habrá valido la pena. Nosotros no somos Judas ni Pilatos. Si, como se pretende, la opinión «mayoritaria» es la verdad, entonces Cristo fue correctamente crucificado.
La historia se repite dos veces, decía Marx, la una como tragedia, y la otra como comedia. Acordémonos que nuestra fundación como república es fruto de un magnicidio, el que se comete en contra del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. Casi un siglo después, serán los herederos de esas mismas oligarquías los que asesinen a los Alfaro, junto a Paéz, Coral Serrano, Montero, bajo el pretexto de que había que terminar, a cualquier costo, al alfarismo y lo que éste representaba, que no era otra cosa que seguir transformando la sociedad.
Actualmente estas oligarquías vienen detrás de la Revolución Ciudadana, y de lo que denominan «correísmo», al que buscan exterminarlo como proceso revolucionario, no por otro motivo que haber cuestionado y desafiado a los sacrosantos poderes erigidos por la oligarquía y sus testaferros, recuperando el Estado de sus garras, e iniciando la construcción de alternativas, gobernando con y para los pobres, los marginados, los excluidos por el capital y los poderes fácticos.
Toda revolución trae aparejada la contrarrevolución. Podríamos ver hasta como natural la reacción de las clases dominantes ante una nueva hegemonía popular en la sociedad, y también la de supuestos «luchadores sociales» que, con banderas de izquierda, nunca batallaron por el bien común, sino por sus mezquinos intereses de grupo, victimizándose en sus desafueros, en complicidad con la oligarquía.
Para las clases dominantes no hay peor delito que «desafiar» su poder. Se trata de «matar» el «mal ejemplo». Vienen con odio. Están dispuestos a repetir viejas historias de persecuciones y crímenes.
Por ahora la contrarrevolución está en nuestras entrañas, y es mucho más mortífera. Los escenarios son muy parecidos a los que se crearon a comienzos del siglo pasado, cuando Plaza Gutiérrez, desde lo interno de la Revolución Alfarista, empieza su destrucción, episodio que culmina con la Hoguera Bárbara, y el retroceso de las transformaciones sociales y políticas que se había forjado.
La ruptura no es formal ni de estilo, es una traición profunda, el placismo del siglo XXI, y, si no lo entendemos, terminaremos echando por la borda todo lo construido estos diez años.
No lo buscamos, ni siquiera lo imaginamos, pero se presentó, y es necesario enfrentarlo: hay que expulsar a los traidores. Estaremos menos, pero seremos más. Tal vez lo necesitábamos, para volver a nuestros orígenes, que no es el poder, sino la ciudadanía.
La tarea será durísima y peligrosa, cuentan con la complicidad de la prensa y de los grupos de poder, que callan ante la evidente persecución política y los más claros atentados al Estado de Derecho, pero menos dura y peligrosa que, cuando hace doce años, ante un país destruido por los mismos de siempre, un puñado de soñadores dijimos: la Patria vuelve.
No podemos dejar ganarnos la guerra moral. A tenernos fe. Hemos hecho lo correcto, con los errores inevitables de toda obra humana. Intentan destruirnos moralmente, y no lo podemos permitir. La única batalla que un revolucionario jamás puede perder, es la batalla moral.
Saludo a todos los compañeros y compañeras que han resistido valientemente a la persecución, el chantaje y el amedrentamiento de la peor especie. A aquellos que han sido expulsados de la gestión pública, compañeros que lucharon con bienes y persona para el triunfo que, paradójicamente, hoy se vuelve en contra de todos nosotros, debido a esta infame traición.
«La hora más oscura es la más cercana a la aurora», decía el Viejo Luchador. Nuestro pueblo desprecia a los traidores, que, para destruir la Revolución Ciudadana y a sus líderes históricos, están haciendo tabla rasa del Estado de derecho, atacando principios constitucionales, legales e institucionales. Por ello debemos organizarnos, unirnos, y romper el silencio.
Es hora de iniciar la gran segunda etapa de la Revolución Ciudadana, que comienza nuevamente desde las bases, desde la calle, el barrio, la esquina, y que defenderá y continuará lo logrado, superando este momento duro que vivimos, derrotando a los traidores.
Compartimos un proyecto por el que hemos dado y seguiremos dando lo mejor de nosotros, un proyecto político que es también un compromiso vida. Oportunistas y acomodaticios, lamentablemente, existen en todos los procesos revolucionarios, pero a esa militancia auténtica de la Revolución Ciudadana, le pido que trabajemos para fortalecer el Movimiento Alianza PAÍS en coherencia con su historia y con su identidad.
Podemos tener dudas de lo que ocurrirá, pero la absoluta certeza de dónde estarán nuestras lealtades: con la Patria, con el pueblo, con la Revolución, con las espadas de Bolívar y Alfaro.
¡Hasta la victoria siempre!
Rafael Correa