El 21 de noviembre nos despertaremos, una vez más, después de una noche de simulacro democrático. El resultado superficial de las elecciones ya lo conocemos hoy con bastante exactitud: la derecha subirá ligeramente en su número de votos, pero el centro-izquierda se desmoronará, perdiendo entre dos y tres millones de votos que se quedarán mayoritariamente […]
El 21 de noviembre nos despertaremos, una vez más, después de una noche de simulacro democrático.
El resultado superficial de las elecciones ya lo conocemos hoy con bastante exactitud: la derecha subirá ligeramente en su número de votos, pero el centro-izquierda se desmoronará, perdiendo entre dos y tres millones de votos que se quedarán mayoritariamente en casa. Mientras tanto, la izquierda «alternativa» arañará unos pocos cientos de miles de votos, lo que servirá de coartada para la supervivencia de sus pequeñas élites dirigentes.
El resultado de fondo no es menos desconocido: el bipartito seguirá copando las cúpulas del poder institucional, es decir, del Ejecutivo, del Legislativo, del Judicial, del Tribunal Constitucional, así como de la inmensa mayoría de los demás cargos políticos y puestos de designación política.
Mientras tanto, la población será de nuevo invitada a que vuelva a su papel constitucionalmente previsto de convidado de piedra en este simulacro de democracia, hasta que dentro de cuatro años sea consultada de nuevo sobre si prefiere que siga el Real Madrid o el Barça… quiero decir, el PP o el PSOE.
Claro está que este juego es preferible a la dictadura que hubo que sufrir anteriormente y claro está que, con variaciones, éste es el juego que se practica en la mayoría de las denominadas «democracias representativas».
Sin embargo, después de haber repetido este juego ya bastantes veces, creo que debemos alcanzar la madurez suficiente para decir ¡basta! Este sentimiento de hartazgo late detrás de mucho del 15M. Es la sensación compartida de que el bipartito no nos representa y el deseo de una mayor participación política.
La izquierda política e intelectual debería dejar de rasgarse las vestiduras por su permanente derrota, buscando las causas de la misma en cuestiones accesorias que «pervierten» el sistema electoral y clamando por soluciones adjetivas que lo mejorarían (proporcionalidad, listas abiertas, primarias…).
También debería dejar de buscar el cáliz de la salvación en herramientas de democracia directa (referenda, recall, iniciativa legislativa popular, etc.) que sabemos, por experiencia ajena, que no mejorarán sustancialmente el autogobierno.
La izquierda, si se considera auténticamente democrática, debería reflexionar en profundidad y cuestionar la clave de bóveda del sistema: la elección.
Desde Aristóteles a Rousseau, los filósofos políticos han sabido que la elección sólo sirve para seleccionar a los «distinguidos», a los que se distinguen, por su riqueza, belleza, poder, influencia, organización, de los demás. La elección sirve para seleccionar élites preexistentes, que, por su esencia, no forman parte del común de las gentes.
La distinción es contraria a la igualdad y, por tanto, intrínsicamente incompatible con la esencia igualitaria de la democracia, del poder del pueblo, del autogobierno del pueblo.
La izquierda radicalmente democrática debe mirar de frente a este problema y dejar de ocuparse y confundirse en cuestiones accesorias.
Debemos buscar e imaginar herramientas políticas que se fundamenten radicalmente en la igualdad política de los ciudadanos y que sean impermeables a los intentos de colonización por parte de los poderes fácticos.
Los atenienses clásicos comprendieron bien que el sorteo reconoce a todos los ciudadanos como iguales para participar en el autogobierno del pueblo. Es hora de que nos quitemos las orejeras y de que nos sacudamos el yugo de las élites, al menos, en el terreno institucional.
Es hora de que concentremos nuestra imaginación en confrontar la esencia del problema del autogobierno democrático y centremos nuestro potencial creativo en desarrollar instituciones políticas fundadas en el sorteo y que dejemos de engañarnos una y otra vez con los espejismos y sombras lanzadas por el sistema electivo.
Las miles de personas que han despertado a la realidad política en los últimos meses son la base social para un nuevo discurso político y democrático que se antoja cada vez más necesario. La izquierda no debería desaprovechar esta oportunidad.
Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-95/notas/es-hora-de-repensar-la-democracia