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¿Es inevitable permanecer en el euro?

Fuentes: Sistema Digital

El comisario europeo Joaquín Almunia decía hace unos días que ningún país saldrá del euro y que nadie quería hacerlo. Lo afirmaba con la misma seguridad con la que el presidente de la comisión aseguraba casi al mismo tiempo que en materia económica y de deuda «no hay alternativa». Quizá se equivoquen. A nadie le […]

El comisario europeo Joaquín Almunia decía hace unos días que ningún país saldrá del euro y que nadie quería hacerlo. Lo afirmaba con la misma seguridad con la que el presidente de la comisión aseguraba casi al mismo tiempo que en materia económica y de deuda «no hay alternativa».

Quizá se equivoquen.

A nadie le cabe la menor duda de las ventajas que disponer de una unión monetaria en Europa puede traer para todos. Pero son ventajas que solo se pueden disfrutar cuando está bien diseñada y cuando dispone de los necesarios mecanismos compensatorios para evitar que las diferencias que inevitablemente suele haber entre los países o territorios que la compongan se conviertan en una amenaza para la propia unión y en una fuente de desigualdades sociales y personales, de desequilibrios territoriales, de conflictos económicos y, en suma, de empobrecimiento para algunos de ellos.

Desgraciadamente, tal y como multitud de economistas distinguidos y de diferentes posiciones ideológicas advirtieron en su día, la unión monetaria europea se diseñó desde el principio no para que diera frutos en el terreno de la cohesión y el desarrollo armónico de las economías y de los pueblos europeos sino para que las grandes empresas y los grupos financieros dispusieran de un espacio en donde obtener rendimientos más abundantes y con menos dificultades.

Con una situación de partida entre sus componentes muy desigual, la renuncia a disponer de mecanismos equilibradores (coordinación macroeconómica efectiva, hacienda integrada, presupuestos suficientes, supervisión financiera centralizada, potentes políticas redistributivas que hubieran impedido el aumento de la desigualdad interregional que se ha producido…) llevaría inevitablemente a generar una actividad económica cada vez más polarizada en torno a los grandes centros de gravedad, a destruir constantemente tejido productivo en las periferias y a incrementar la vulnerabilidad de los territorios más débiles ante los impactos que la coyuntura económica siempre depara con mayor o menor intensidad. Y cuando estos últimos han sido especialmente fuertes, como los que ha producido la crisis financiera, todo ello se ha manifestado con toda su crudeza: cuando sufren o se deterioran en exceso los espacios más débiles el mal se traspasa también al conjunto de la economía europea.

En lugar de optar por una estrategia auténticamente comunitaria, por una integración verdadera y mutuamente satisfactoria, es decir, en lugar de concebir al euro como un instrumento para el desarrollo integral de la economía europea, multipolar y no concentrado, creador de sinergias y no fragmentador del tejido productivo; en lugar de utilizarlo para hacer de la economía europea un espacio compensado en donde la agricultura, la industria y los servicios, la actividad empresarial y los centros de poder, se desarrollaran de modo armonioso en todo su conjunto, desde el primer momento se optó por someter a toda la economía europea a los intereses y directrices del gran capital europeo encabezado por el alemán. Su enorme poder y la sumisión de los gobiernos que se iban sumando a la unión, facilitaron un proceso que ha culminado con una «alemanización» del euro que puede terminar por destruirlo.

La enorme pujanza de la economía alemana requiere una demanda constante e igualmente potente. Para que esa demanda procediese de su interior se requeriría una distribución de la renta muy favorable a los salarios y un elevado gasto público, porque estos son los que pueden garantizar una potente demanda interna. Pero cuando el capital renuncia a ceder renta no cabe sino recurrir a la demanda externa, dirigiendo la producción hacia las exportaciones como motor del crecimiento.

Hace años, la ventaja tecnológica de la que gozaba Alemania hacía que esa fuese una salida natural de su economía, y que, por ello, no implicase un deterioro paralelo de los salarios. Pero cuando la globalización y la mayor integración europea tienden a homogeneizar las condiciones salariales y la norma tecnológica, para mantener la demanda externa es necesario una estrategia más combativa en el exterior, que es la que se ha manifestado en la gestación de la unión europea y, particularmente, del euro, basada en una auténtica «conquista» alemana de los mercados europeos.

Alemania ha impuesto la estrategia que permite que el euro sea el instrumento que garantiza la demanda exterior que necesita y eso lo ha logrado liquidando literalmente el tejido productivo de los demás países y especialmente de los periféricos, imponiéndoles políticas de austeridad que les han impedido generar ingresos endógenos para generar la suficiente acumulación de capital y obligándole a financiar entonces su crecimiento económico mediante los créditos provenientes del enorme superávit que lógicamente produce una pauta distributiva nacida de esta estrategia.

Alemania se ha quedado, o ha destruido, el tejido económico europeo y puede mantener su crecimiento gracias a la demanda de los demás países. Y como eso lógicamente merma la capacidad de generar los ingresos suficientes en estos últimos, pone a su disposición un gigantesco flujo de financiación nacido de la acumulación tan extraordinaria de rentas del capital que se obtiene en su economía, para que así puedan pagar el déficit en el que incurren constantemente.

La operación puede realizarse aparentemente sin demasiados problemas porque se produce en el marco del euro, como si fuesen déficit o superávit registrados dentro de un mismo país: cuando muchos advertimos que el déficit exterior español es insostenible porque muestra que nuestra capacidad de generar ingresos endógenos disminuye peligrosamente los defensores del status quo nos dicen que eso no es problema porque el déficit español respecto a Alemania es tan problemático como el que Cuenca pudiera tener con Zaragoza.

Es un argumento falaz. Las consecuencias de estos déficits constantes y en aumento que produce la estrategia que domina el euro sí son un gravísimo problema económico y social (aunque no lo sean desde el punto de vista contable) porque provocan, al menos o principalmente, tres problemas que antes o después pueden hacer que todo salte por los aires en Europa:

– El primero es que genera una deuda privada en aumento que es insostenible desde cualquier punto de vista que se contemple. Algo que nunca ha preocupado a las autoridades porque a la banca le interesa que crezca cuanto más mejor. Por eso la han dejado crecer, y lo seguirán haciendo aunque lleve al saqueo de los pueblos porque cuanto más alta sea mayor será, como estamos viendo, la capacidad de extorsión a los poderes representativos y la esclavitud que imponen a los ciudadanos.

– El segundo es que en una situación de deterioro de la capacidad productiva y de los ingresos por las razones que he apuntado, es preciso imponer el grillete de la austeridad, so pena de imponer a las rentas del capital un régimen impositivo al que de ninguna manera están dispuestas a someterse. Estas políticas también merman los ingresos, disminuyen la actividad y coadyuvan a incrementar el endeudamiento que, como acabo de decir, es el negocio de los bancos. Con tal de dar salida rentable a sus excedentes el capital alemán condena así al resto de Europa a la atonía y ella misma se cava su tumba, o se obliga a involucrarse en estrategias de conquista de mercados que desvirtúan (como ha pasado con la última ampliación de la UE) el espacio del euro. En concreto, esta estrategia es la responsable del continuado deterioro de las condiciones de trabajo y del aumento del paro.

– El tercero es que puesto que sería impensable que el flujo de crédito que viene de los bancos alemanes (en realidad también de otros franceses pero como en una estrategia de seguimiento de los primeros) se dirigiera a financiar la actividad económica, industrial o de servicios, que compitiera con la exportadora alemana (es decir, que Alemania se hiciera la competencia a sí misma), su destino termina siendo o la financiación del consumo (en contra de la cínica defensa de la austeridad que se proclama) o la de burbujas como la inmobiliaria que proporcionan altos rendimientos pero no solidez a la estructura productiva sino todo lo contrario, una gran volatilidad.

En el periodo 2000-2007 la renta nacional alemana aumentó en unos 300.000 millones de euros, de los cuales el 72% fue a rentas del capital. Y en ese mismo periodo más de 270.000 millones de euros de media al año salieron de Alemania para financiar negocios en otros lugares de Europa, pero lo hicieron dirigiéndose a destinos puramente especulativos, a inflar, como he dicho, burbujas inmobiliarias y a promover la evasión y la inversión improductiva. La consecuencia es que ahora los bancos alemanes están al borde del abismo y para tratar de recuperar el capital que prestaron fuera en lugar de invertirlo en su país, ponen en peligro la recuperación del resto de las economías e imponen un saqueo criminal a las naciones de las que han obtenido en estos últimos años beneficios incalculables.

A nadie se le escapa que salirse del euro es una opción de costes extraordinarios que llevaría al país que lo hiciera a sufrir agresiones sin precedentes en Europa y a vivir algunos años de caos financiero y de empobrecimiento. Nada más cierto. Pero ¿acaso está propiciando otra cosa mejor un euro al servicio exclusivo del capital financiero y de las grandes empresas? ¿Acaso le ha dado seguridad y bienestar a Grecia a Portugal o a Irlanda? ¿Acaso no hizo España los deberes del euro y no puso sin rechistar en manos del capital alemán y europeo sus mejores empresas y centros de producción? ¿Acaso el euro nos está protegiendo de la extorsión y de los ataques especulativos? ¿no alentó el euro, en beneficio de la banca europea, el endeudamiento privado imponiendo los recortes salariales en lugar de la estabilidad financiera?

El euro, y las políticas que se vienen imponiendo para sostenerlo en la función servil que viene desempeñando, es hoy día la fuente del desastre en que vive Europa y lo que impone un saqueo criminal a los pueblos al que hay que enfrentarse por dignidad y sentido de supervivencia. El euro y la incompetencia con que los dirigentes europeos están gestionando la crisis para salvar los intereses del gran capital no da ya ningún tipo de seguridad ni puede proporcionar bienestar sino la ruina generalizada de los trabajadores, de las clases pasivas y de las pequeñas y medianas empresas. Es un expolio que hará que una Europa se levante contra otra. Dentro del euro tal y como está constituido y en el marco de las políticas que implica es imposible que países como España (y por supuesto Irlanda, Portugal o Grecia, y posiblemente también otros como Italia o incluso Francia) tengan salidas que no impliquen más sufrimientos, más sobresaltos y peores resultados macroeconómicos y sociales. No es posible.

Si no hay un giro urgente en la política europea, si no se impone la cooperación, la armonía y el reparto equitativo de la riqueza, si no se admite que quien debe gobernar Europa es el pueblo mediante sus representantes y no los grupos de presión y los poderes financieros, tenemos la obligación de salir a la calle también a reclamar que nos salgamos del infierno, como ahora el de Grecia, que quieren imponernos a todos.

Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y miembro del Comité Científico de ATTAC España. Su web personal: www.juantorreslopez.com