Este fin de semana resultó novedoso encontrar circulando por redes sociales la entrevista que Carlos Vera realiza al Secretario Anticorrupción del Gobierno, Iván Granda, en la que entre otra cosas afirma, con la vehemencia de quien tuvo un buen media training, que lo que él hace lo hace porque «no es Correa». Siendo honestos, uno […]
Este fin de semana resultó novedoso encontrar circulando por redes sociales la entrevista que Carlos Vera realiza al Secretario Anticorrupción del Gobierno, Iván Granda, en la que entre otra cosas afirma, con la vehemencia de quien tuvo un buen media training, que lo que él hace lo hace porque «no es Correa».
Siendo honestos, uno espera que en una entrevista un representante que tiene a cargo una responsabilidad tan grande como la lucha contra la corrupción diga cosas que no sabemos y que además sus afirmaciones sean sustentadas en las convicciones y no en las negaciones psicoanalíticas. Pero no, el Secretario Granda es radical es autodefinirse como un «no Correa». Y basta un pequeño conocimiento de la realidad -no de la realidad política, de la realidad nomás- para darnos cuenta que el Secretario efectivamente no es Correa. Además de que la falta como medio metro, 20 kilos aproximadamente, la carencia de convicciones y personalidad no permite la mínima duda de que Granda no es Correa.
Más, no se trata de colocar a Correa y Granda en las antípodas de los modelos de ser humano posible, o de beatificar a uno y crucificar a otro. Talvez sirva para reírse un poco de la suerte de complejo edípico de ciertos personajes de la política nacional que orbitan su existencia en torno a Correa. Una especie de secta fundamentalista que construye sus valores, principios y metas en torno a un anticristo. Si Correa se llegase a morir, pobre gente, van a enfrentar una crisis existencial tan profunda. ¿A quién van a acusar de su dolor de cabeza? ¿A quién le van a maldecir si el día amanece lluvioso?
No obstante, yendo al fondo complejo del asunto. La política ecuatoriana está carcomida de unas subjetividades tan antipolíticas que nos ubican en una arena similar a la de los «juegos del hambre», donde vale todo con tal de que quedes en pie; ¿para qué? ¿Por qué?… eso se verá luego.
A diferencia de muchas de estas corrientes populistas, tan latinoamericanas, de construir un cuerpo ideológico a partir de la idea de una persona; el caso ecuatoriano debe ser uno de los pocos en los que el «correismo» fue construido desde sus detractores. Ha sido la derecha el sector desde el que se enuncia, se carga de contenido, se construye esa identidad correista.
Pero, lejos de ser un ejercicio pueril de generar un foco de odio como el que practica Iván Granda, la construcción de este relato del correismo omnipresente ha sido la herramienta más potente con la que se ha operado la contrarreforma neoliberal pues ha explotado las propias contradicciones del personaje para deslegitimar lo -poco o mucho, ya depende de cómo se lea- que el tejido social ecuatoriano fue construyendo en el transcurso trágico de las últimas décadas.
La situación llega a tal nivel de absurdo instrumental, que incluso se le acusa a Correa de las cosas que no hizo. El oligopolio corporativo mediático planta permanentemente tópicos para el debate nacional como si lo que hoy se está haciendo es para arreglar lo que se hizo en el gobierno de la Revolución Ciudadana. Pero la realidad es que Correa no implementó la «ideología de género» (entiéndase formación con enfoque de género y DDHH) en los colegios sino que incluso implementó el Plan Familia, Correa no liberalizó la venta de drogas, incluso se modificó el COIP en la ley de drogas para aumentar las penas, Correa no aisló la inversión extranjera y hasta firmo un TLC con la UE; un largo etcétera más, y lo más importante Correa no implementó el socialismo en el Ecuador.
Es impensable suponer, mucho más afirmar que el gobierno de Correa estuvo exento de inconsistencias, cambios de posiciones, errores, limitaciones de la realidad concreta. Y lo que se requiere es que el juicio de ese periodo de tiempo se realice con justicia y ecuanimidad. Ser implacables en reconocer lo que faltó, lo que no se hizo, lo que se hizo mal; y a la vez con la mesura de admitir que lo que se hizo fue posible por una correlación de fuerzas sociales y no por obra y gracia de un personaje.
El correismo es una categoría política que cumple un rol paradójico, pues mientras más atacan al nombre más lo fortalecen, y al mismo tiempo mientras más atacan al nombre, más se diluye el contenido ideológico y programático que supuso una lucha en las que, incluso muchos de los hoy anticorreístas, participaron.
Juzgar a la Revolución Ciudadana no es el juicio a Rafael Correa. Simplemente es una injusticia, con las señoras que defendían el estado democrático desde su ventana el 30S; con las personas que lucharon a favor de ese gobierno, pero también las que lucharon en contra. Es reconocer y poner en el lugar que corresponde a cada uno de los sujetos que tomaron posición al respecto, aun así hoy renieguen de la misma. Ese juicio será y necesitará de muchas cosas, menos de lo que Granda y otros barrabravas del anticorreísmo hacen hoy en día.
Lo que llama la atención es la falta de vergüenza de estos vengadores de la historia para argumentar que para derrotar al correismo hay que subir el IVA, privatizar empresas, acabar con los textos y desayunos escolares; disminuir la atención básica y fundamental de los ministerios. Al menos si hicieran el intento de proponer algo para «arreglar», pero son los auténticos vende gato por liebre, al puro estilo de un grafito en alguna exrepública de Europa del Este: «Pedimos democracia nos dieron capitalismo»
Es que a toda persona le asiste el derecho de cambiar de pensamiento, aunque sorprenda no han faltado cosas de personas que a lo largo de su vida política han transitado por varias representaciones ideológicas diversas, otros que han hecho del camisetazo su modus operandi, pero lo que la historia y los pueblos no perdonan es el ridículo, por eso este gobierno ha puesto en su delantera a Grandas, Cuestas, Morenos; quienes cual quijotes del ridículo montan sus batallas contra molinos, mientras que los tipos Nebot guardan prudencia, incluso silencio mientras el circo cumple su trabajo, aguardando les llegue el momento.
Por estas razones es que, aunque cueste esfuerzo y los resultados parezcan tomar más tiempo, necesitamos vocerías políticas que superen la binaridad correa/no-correa que ha sembrado la derecha y que posibiliten que nos volvamos a encontrar como ya lo hizo el país contra el feriado bancario, las privatizaciones y la amenaza de los derechos de la gente.
Esta semana tuve que llamar al ECU911 para una emergencia grave, no me preguntaron si era correísta, morenista, lassita, socialcristiano, comunista o cualquier cosa, lo que si me dijeron fue que no había una ambulancia disponible y que vea como acercar al paciente al hospital más cercano. Seguramente Granda estará tranquilo porque ahora faltan más ambulancia que con Correa; de la misma forma que convencernos del derecho a tener una ambulancia no es una prerrogativa correísta. Lo sé, suena ridículo. Pero es lo que hay, pero no pierdo la esperanza de que podremos salir de estos tiempos de farsas.
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