La respuesta al enunciado de la pregunta del título es complicada, pero, ineludible. Es complicada porque las respuestas simples, sea por sí o por no, son insatisfactorias. E ineludible porque la esencia de la lucha electoral es saber si el próximo gobierno irá o no a llevar adelante el programa de ajustes económicos y sociales […]
Evidentemente, las elecciones serán en dos turnos, y la pregunta deja implícita dos premisas inciertas, en este momento, porque estamos ante una lucha electoral. La primera premisa es que la hipótesis más probable es que el segundo turno no será entre dos candidaturas del campo político que apoyó el golpe. Una hipótesis y una conjetura. El cálculo en este análisis es que la candidatura del PT será beneficiada por la transferencia de votos de Lula en una escala tal que permitirá ir a la disputa en el segundo turno. La segunda premisa es que es posible, pero, todavía muy indefinido, que el rechazo a Temer, después de años en el poder, sea mayor que el rechazo al PT.
Esto, si consideramos, por ejemplo, el no, sin mediaciones, se trata de una respuesta parcial y políticamente sectaria. Porque subestima el impacto monumental que una eventual victoria electoral de la candidatura del PT tendría sobre el estado de ánimo de los sectores más organizados de la clase trabajadora y de las masas populares, dos años después del impeachment, y de la terrible experiencia con el gobierno Temer. Equivale a decir «revolución o nada», lo que es un discurso ultimatista. Peor, en función de la actual relación de fuerzas desfavorable, en que no hay, siquiera remotamente, disposición para una confrontación de esa gravedad, se trata de un ultimátum dirigido a los trabajadores, y no al enemigo de clase.
La izquierda radical tiene como una de sus consignas clásicas el slogan «sólo la lucha cambia la vida». Es un slogan justo. Debe ser repetido, incansablemente, porque es educativo e inspirador. Pero este slogan no autoriza la conclusión de que las elecciones no cambian nada. Porque, simplemente, eso no es verdad. Las elecciones son, también, un terreno en el cual la lucha de clases se desarrolla y la indiferencia con su resultado revela una inocencia inadmisible. Y tiene como consecuencia la incomprensión de que se debe combatir, prioritariamente. Como si todas las candidaturas fuesen, igualmente enemigas. No es posible luchas contra todos con la misma intensidad, todo el tiempo, En política es preciso elegir contra quien luchamos, prioritariamente, si queremos vencer.
Una respuesta opuesta, el sí, sin mediaciones, es insuficiente y, políticamente, ingenua. Sobrestima el significado de las elecciones presidenciales, e ignora el peso de la mayoría reaccionaria que, probablemente, será electa para el Congreso Nacional. Desconoce el peso político que el Poder Judicial conquistó con la operación Lava Jato, desconsidera la fuerza económico-social de la clase dominante, y subestima la presión imperialista sobre el Brasil. Olvida el desplazamiento de una parcela importante de la clase media hacia la derecha y disminuye el impacto del surgimiento de un movimiento neofascista. No menos importante, fantasea que un posible futuro gobierno liderado por el PT estaría dispuesto a ir hasta una anulación de la obra del golpe. Lo que sólo sería posible apelando a la movilización popular permanente, una condición indispensable para previsibles confrontaciones, comenzando por el indulto a Lula. Ocurre que el PT está autolimitado por las propias contradicciones internas de su dirección, evidenciadas durante el año 2015, cuando Dilma Rousseff nominó a Joaquim Levy y su plan económico.
Respuestas simples sin mediaciones son autoengaño. Un respuesta más compleja depende de cómo comprendemos lo que fue el golpe del impeachment de Dilma Rousseff. Y depende, también, de cómo definimos lo que sería su derrota. Si entendemos que el golpe fue solamente la derrocada del gobierno de coalición liderado por Dilma, y si entendemos que su derrota equivale simplemente a la elección de la candidatura del PT, entones la respuesta es sí, y punto final. Solo que esa conclusión es superficial, por varias razones. Y una media verdad. Medias verdades son respuestas falsas.
Si percibimos que el golpe fue más que el impeachment, si percibimos que la votación en el Congreso Nacional fue la forma súper-estructural de un cambio en la relación de fuerzas entre las clases y, en consecuencia, de una transformación de la relación política de fuerzas entre los partidos, entonces, la respuesta es más complicada. La clase dominante brasilera se unió para derrumbar a Dilma Rousseff, después que algunos millones de personas de los sectores medios salieron a las calles, porque se unificó en torno a un programa: crear las condiciones económico-sociales internas, a través de un ajuste fiscal recesivo brutal, para que el Brasil pueda disputar una parcela de la gigantesca masa de capitales disponibles en el mercado mundial, ahora que los antagonismo entre Estados Unidos y China se intensifican.
Un victoria electoral del campo político del golpe, o sea, de las fuerzas políticas que apoyaron el programa de ajuste resultará, ciertamente, todavía en 2019, en: (a) una ofensiva para la aprobación de una reforma de la previsión social que establezca la edad mínima de jubilación a los 65 años; (b) una ofensiva para nuevas privatizaciones de las empresas estatales, desnacionalización de la economía, facilitando la entrada y salida de capitales; (c) una ofensiva sobre la universidad pública y privatización de la educación; (d) una ofensiva sobre él SUS (Sistema Único de Salud) y facilitación de la privatización de la salud, etc.
Claro que una derrota electoral de las candidatura del golpe -Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal-PSL), Geraldo Alckmin (Partido de la Social Democracia Brasileña-PSDB), Marina Silva (Red de Sustentabilidad-Rede), Henrique Meirelles (Movimiento Democrático Brasileño-PMDB), Álvaro Fernandes Dias (Podemos)- sería un desenlace extraordinario y muy positivo. En verdad, será espectacular y hasta sorprendente.
Sería espectacular porque tendría alguna justicia poética. Al final, hubiera sido muy previsible una derrota electoral del PT en 2018, si el gobierno Rousseff hubiese cumplido su mandato hasta el fin, en función del agravamiento de la prolongada recesión iniciada en 2014, y por la repercusión de la operación Lava Jato.
Aunque considerando un desenlace que tendría como consecuencia una elevación del estado de ánimo de la clase trabajadora y una previsible confusión, por lo menos temporaria de la clase dominante, lo que implicaría condiciones más favorables de lucha, eso no permite concluir que un futuro gobierno del PT correspondería, directamente, a una anulación de la obra del golpe. Sería un escenario más favorable, pero solamente el inicio de una nueva coyuntura de lucha.