Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, la agencia de gestión de inversiones más grande del mundo, escribió hace unos días que “la invasión rusa de Ucrania puso fin a la globalización que hemos conocido durante las últimas tres décadas”. Es probable que los tiempos venideros confirmen su conclusión, sobre todo porque se precipitan fracturas irrecuperables, aunque la decisión europea de esta semana, de bloquear el carbón ruso, es una puesta en escena que poco afecta al invasor. En cualquier caso, el nuevo telón político reducirá las relaciones comerciales y diplomáticas, acentuará la brecha entre las economías rusa y occidental y aumentará la estrategia de la tensión. Todavía estamos en el preludio. Incluso si el desastre militar termina con la retirada de las tropas rusas, estos efectos se agravarán. Ninguno de los bandos de la guerra tiene posible una retirada, por lo que la paz se ha convertido en una quimera.
Los efectos de la guerra de Ucrania serán una división planetaria, necesariamente larga, dado que Alemania ahora no puede cortar el suministro de gas ruso y EEUU solo puede reemplazar un tercio de ese flujo para 2030. E incluso si se interrumpiese el gasoducto, como más de la mitad de las exportaciones rusas no tienen como destino Europa y aún sin ellas el país sigue teniendo un superávit comercial, aún en ese escenario de un corte total de las compras europeas de energía Putin tendrá recursos suficientes para sostener su régimen. La guerra continuará de todos modos. La globalización que conocemos se desvanece.