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Esclavos del consumo

Fuentes: Rebelión

Se suele decir que esclavo es aquella persona que carece de libertad para tomar sus propias decisiones, porque se encuentra bajo el dominio de otra. Aunque en sus variadas formas ha venido siendo una realidad muy presente hasta no demasiados años atrás, en teoría esta situación de dependencia personal parecería que ha sido erradicada o […]

Se suele decir que esclavo es aquella persona que carece de libertad para tomar sus propias decisiones, porque se encuentra bajo el dominio de otra. Aunque en sus variadas formas ha venido siendo una realidad muy presente hasta no demasiados años atrás, en teoría esta situación de dependencia personal parecería que ha sido erradicada o cuanto menos suavizada. Por lo que podría entenderse que los hombres se han librado de semejante lacra. Mas llegados a esta conclusión surgen dudas sobre si no será una verdad a medias. Aunque la esclavitud en su sentido tradicional haya desaparecido, salvo situaciones puntuales y casi anecdóticas, la realidad es que en el fondo otra esclavitud sigue presente, y solamente han cambiado las formas y el escenario en el que ahora tiene lugar.  

Con lo que pudiera llamarse esclavitud actual no se establece abiertamente la dependencia a una institución, una corporación o a un patrón siguiendo el modelo clásico, el entramado es más sutil. Por una parte, parece no haber un dueño de la persona afectada, pero lo hay, puesto que está obligada a seguir ciertas instrucciones y pautas de comportamiento en beneficio de otro sin posibilidad de rechistar. Por otra, la privación de libertad aparece tan hábilmente disimulada que se vende a los esclavos la creencia de que son libres. Hay que aclarar que ese dueño que sigue atando con cadenas que impiden el libre movimiento de las personas se llama consumo. A veces son tan cortas que no permiten dar un paso al afectado y resultan en extremo agobiantes para la libertad, en este caso se habla de consumismo.

El nuevo patrón esclavista no podía ser otro que el entramado de empresas capitalistas que coartan la libertad individual utilizando técnicas de manipulación de última generación e imponen a la mayoría de las personas la obligación de consumir para que él pueda seguir alimentándose económicamente. Atendiendo así las previsiones de la ideología capitalista, al objeto de hacer extensiva su dominación sobre los hombres a perpetuidad. Claro está, se dice, que siempre queda la opción de no seguir sus dictados. Sin embargo, es tal la sensación de aislamiento que el afectado prefiere ser esclavo a sentir el agobiante peso de la soledad existencial.

Losque ejercen los poderes públicos, que se dice son producto de la voluntad del electorado, aunque no sus decisiones, han visto en la promoción del consumo la fuente del negocio de mandar, porque sobre esta base se aumentan los ingresos y con ello las dimensiones del ejercicio del poder. Y como el votante en el fondo no vota gobierno, sino a quien dice promover el bienestar a través del consumo, hay que seguir el juego establecido por el empresariado y satisfacer en lo posible la pasión consumista de las masas. De ahí que en el mercado del voto haya que promocionar discretamente el asunto de la esclavitud del consumo para satisfacer a casi todos.

En lo sustancial, algo tan aparentemente inocente como el consumo, permite asegurar la fidelidad colectiva a un sistema que habla permanentemente de derechos, libertades y democracia. Todo ello con esa otra finalidad más crematística de incrementar las ventas empresariales. Puesto que, al moverse sujetas a tales creencias, las masas se entregan sin pestañear a los mandatos del consumismo, aunque suponiendo que interpretan el papel central de la obra. Por otro lado, lo de consumir concede cierto estatus personal a nivel social, con su apreciable componente de bienestar espiritual.

A la vista de lo cual todos parecen sentirse complacidos, sobre todo el patrón, que ve como se incrementa el negocio y se mantiene en disposición de dictar las normas que marcan la existencia colectiva anulando la libertad de las personas. Se observa que en realidad se trata de una nueva versión de totalitarismo de naturaleza económica, con la complicidad de la política que ampara sus intereses. Cuando la posibilidad de elegir se ejerce dentro de la oferta del mercado para el consumo no existe libertad, simplemente porque se trata de una elección limitada que deja fuera otras opciones. En definitiva es esto lo que viene a suceder. Por otro lado, se da la paradoja de que el horizonte de la libertad está limitado al mercado, solamente consumiendo se puede ser libre, fuera de él no hay libertad, porque para eso están las normas que remiten al redil. A los indecisos, a quienes dudan del poder del mercado, basta con imponerles consumir por decreto y expropiarles su dinero, para que el poder económico y el político puedan ejercerse con mayor vigor.

Si el individuo dedica todos sus ingresos a consumir, y además se endeuda, cumple su función social como ciudadano, porque satisface a la sociedad, a sus gobernantes económicos y a los encargados del orden político. Mas si se escaquea y ahorra, estropea las previsiones presupuestarias. El flujo del dinero se escapa del control del capitalismo oficial. De ahí la necesidad de atarle y obligarle a consumir utilizando medidas de política económica y técnicas de marketing comercial, diseñadas para dilapidar todos sus ingresos y anular su capacidad de ahorro. El triunfo de la estrategia oficial dependerá del grado de entrega al consumo y su mayor eficacia reside en hacer más corta la cadena para sujetar de lleno a los individuos a eso que se ha llamado cultura consumista. De tal manera se conjuga cualquier posibilidad de contestación al sistema.

Hoy la posibilidad de redimir a las personas de su condición de esclavas del consumo y llegar a ser ellas mismas resulta utópica. Aunque pudiera ser que estuviéramos ante lo que Bloch llamaba una utopía realizable

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