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Escribir como una isla: la poética de Jalisco González

Fuentes: Rebelión -Imagen: El poeta Jalisco González. Foto cortesía Biblioteca de la tarde, Esmeraldas.

La escritura de Jalisco González, escritor ecuatoriano de Esmeraldas, revela una urgencia por la búsqueda de lo histórico en lo invisible, lo pequeño que se contrapone a las grandes categorías y el nacionalismo de la blanquitud sobre las que se fundaron las repúblicas. Decimos entonces que su poética deriva en procesos de desblanqueamiento.

En la antología Las huellas digitales de mi pueblo, el autor esmeraldeño Jalisco González compila a través de la Casa de la Cultura de Esmeraldas , su más importante obra poética.  En estos textos la percepción de pueblo e identidad permiten una apertura no solo del territorio, sino de las posibles formas de encuentro que van más allá de lo visible o lo que se puede palpar. Como si la voz poética, al referirse a pueblo lo que suscita es una búsqueda implacable de marcas invisibles a través de una suerte de lente de inmersión.

Cuando Jalisco se refiere a las huellas, inmediatamente nos convoca a pensar en un pueblo que estuvo y que fue dejando unas posibles marcas que, como las dactilares; no se pueden mirar a simple vista, sino que hace falta todo un proceso de observación minuciosa para vislumbrar las señales dejadas. Esta poética relacional o forma de identificación conlleva unos acuerdos históricos y unos movimientos precisos que se expanden del territorio y de la idea oficial de identidad nacional.

De allí que tal vez, la voz poética construya una suerte de puente entre otras poblaciones (no necesariamente afincadas en la misma jurisdicción territorial) con características similares a la suyas, con poéticas que se construyen del desarraigo; con unas líneas específicas de pueblo de diáspora que permiten olisquear en ellas, para mirar de cerca las efectivas huellas dactilares que dejaron los anteriores habitantes y los que no alcanzaron a vivir en dichas tierras:

Aunque la lluvia

cuando llega me moja las costillas,

gota a gota va llenándome de recuerdos:

Tendría de edad

todo los dedos de mis manos,

y fue frente a mí

que se puso insoportable la suerte,

y sin chistar un ápice,

que pudiera resentir al destino,

eché a andar

con la una mano adelante y la otra atrás.

Andar y andar,

y entre más caminaba, más andaba;

y fui encontrando las huellas digitales de mi gente,

las cachimbas de los abuelos

repletas de cuentos,

yerbas para todos los males,

cigarros adivinos de la suerte,

los misterios de los brujos

surgieron de la nada a recibirme.[1]

El andar como búsqueda incesante de las marcas que dejaron y que permite a los que están, saberse pueblo/hermandad. Un tránsito que cede el develamiento y hace pensar que quizás no siempre los que habitan el mismo territorio comparten una misma identidad, y que solo a través de la observación y el movimiento, se pueden percibir los rastros que vinculan a los pueblos:

Y son dos ríos
dos aguas de comportamiento diferente,
de donde soy,
de donde vengo,
de donde traigo los recuerdos
para este gran trago del ayer
que aquí me bebo.[2]

Ese vínculo con lo fluvial o la marea que entrega pero que también recibe y devuelve al mar lo que se lleva de la orilla, remite a pensar en lo dicho por Brathwaite: “La unidad es submarina”[3] enunciado que luego pasó a ser el primer epígrafe utilizado por Glissant en su libro Poetics of Relation[4]. Como si solo a través de entender lo que reposa y se mueve debajo del mar y de las otras aguas, posibilita la urgencia de armar unas otras identidades que conectan; no solo a través de un territorio específico continental, sino con sujetos que más bien se construyen del desarraigo y el desaprendizaje de lo esencial, ya que cerca de la marea todo puede ser transformado y borrado de inmediato.

Por ello, en el poema antes citado de Jalisco González al asumir esta voz un origen fluvial, se ocupa otra vez del tránsito o la necesidad de sumergirse para poder ver lo que queda de sus orígenes; una historia inconclusa siempre cubierta de musgos y algas, difícil de descifrar a través de lo legible o evidente. La voz (más bien voces) poética en su proceso de inmersión, trae consigo los recuerdos: ayer del que bebe para explicar o hacerse tangible en el presente que camina hacia el mañana.

Jalisco González, en este verso no utiliza la categoría historia sino recuerdo. Esta posibilidad efímera del que recuerda, naturaleza próxima a ser ficcionada, se vincula con lo dicho por Beatriz Llenín Figueroa a partir del estudio de Glissant y Brathwaite en relación con la obra de la autora puertorriqueña Marta Aponte Alcina: “El ensayo argumenta, pues, que el pensamiento y la poética de Aponte Alsina, tanto como los de Glissant, Brathwaite y otros y otras pensadoras y escritores de la región, constituyen una re-conceptualización afirmativa de la “pequeñez” de nuestros archipiélagos, un registro de las historias submarinas que nos unen y una afirmación de lo múltiple archipelágico.”[5]

Estas maneras de hacerse en el territorio y en edificar la necesidad de ahondar en lo marino, en busca de las huellas de los otros, desde una visión reduccionista y no importante puede suscitar en otra forma de romantización de lo identitario. Cabe recalcar que hace falta leer con atención y escapar de la mirada exotizadora, para poder entender la necesidad de hacer invisibles y traspasables las formas fronterizas y abstracciones cartográficas realizadas desde los centros que condicionan a las periferias, y a su vez, las nuevas formas de relación que estas fronteras que se diseminan permiten entre los sujetos. Diseminación reflejada también en sus formas y medios artísticos culturales.

Hablar acerca de un territorio de frontera, habitado por sujetos cuyas características históricas y étnicas marcan, por ejemplo, la distribución de recursos materiales; la explotación estatal de los mismos y el poco reconocimiento del capital extraído de los territorios explotados, es pensar en la resignificación de los signos; los mitos y la Historia para acantonar otras posibilidades de estas categorías no necesariamente trascendentales.

Hay una necesidad de reconstruir y reparar no para generar otra categorización que asimile y unifique, por ello, la palabra viva juega un papel importante dentro de estos procesos. Es así como la búsqueda de la voz poética tiene un vínculo inmanente con otras formas de manifestación artística, que difieren de algunas de las estudiadas usualmente, o producidas desde los centros del país:

Ni más ni menos

parecido a un camello abandonado

en el desierto,

rumiando sus recuerdos:

y fue así,

de la noche a la mañana,

en la ceniza humeante

de su purado cigarro,

el negro miraba

su pasado y su bonanza

igual a una huaca,

que por la mala fe del huaquero

se les hizo agua.[6]

El agua constituye una suerte de red conectora de la historia, una historia no lineal que se contrapone a la necesidad de identificación, ya sea a través de un nacionalismo caduco (pensando en las novelas románticas ecuatorianas) o a través de una expiación de la identidad por medio del humor negro y la ironía. Las identidades líquidas o más bien la condición fluvial de los territorios que se trenzan a manera de archipiélago, aunque no necesariamente estén ubicados en territorios insulares celebran estas formas de reconocerse a través de lo nimio, lo fugaz e inútil[7]. Un desarraigo que construye, una condición de lo fronterizo como afirmación de posibilidades y no como lo sujeto a tragedia en sí:

 Así, “Los grilletes con bola y las cadenas que se han vuelto verdes” en el fondo del mar, fuera del alcance de la mirada estrictamente positivista y racionalista, son admisibles como signos irrefutables de la historia de esclavización y colonización del Caribe y las Américas. Es decir, vistos desde la poética de la Rélation, los grilletes y las cadenas –índices de los cuerpos humanos que habían sido así atados y lanzados por la borda–, ahora cubiertos de la acción vegetal bajo el mar, son tan reales y válidos como los inventarios o las leyes que los archivos escritos recogen.[8]

La poesía de Jalisco González, escapa a la idealización utópica de la isla como el lugar donde se cumplen todas las posibles fantasías del afuera; al contrario, los procesos de insularización de los sujetos que enuncian desde la escritura la necesidad de búsqueda identitaria, en una historia/recuerdo que no se puede leer, se inscribe también dentro de esa suerte de red que si bien no rompe los esencialismos identitarios, busca sus propios medios de expansión con lo continental pero también con lo insular en tanto forma de vinculación y no de aislamiento:

Pero hay más. Según Glissant, el constante movimiento relacional del mar logra improbable transmutación: en la misma medida en que, como vimos, nos recuerda el devastador pasado, es capaz de transformarlo en “nuevas orillas”, en historias relacionales que “aniquilan la Historia” única y oficial (…) Queda claro, pues, que no se trata de hacer desaparecer la historia de explotación y exterminio, sino de transformarla recordándola, de manera que nos liberemos del yugo paralizante y opresivo en que puede convertirse. Así, se produce una poética que, como escribe Glissant en las hermosas secciones de cierre de Poetics of Relation, “saluda unas Antillas renovadas”, donde vivimos “para esta Rélation hecha de tormentas y profundos momentos de paz en los que podamos honrar nuestros botes”. “Este es el motivo por el cual” continúa Glissant, “permanecemos con la poesía… Gritamos nuestro grito de poesía. Nuestros botes están abiertos, y los navegamos para todas y todos”[9]

La escritura de Jalisco es una máquina de flujos que transita al igual que una isla de manera imperceptible por los encuentros de una identidad que aunque establecida, adquiere una performatividad expandida en tanto que se reconoce como incompleta. Esa urgencia por la búsqueda de lo histórico en lo invisible, lo pequeño que se contrapone a las grandes categorías y nacionalismo de la blanquitud sobre las que se fundaron las repúblicas. Decimos entonces que su poética deriva en procesos de desblanqueamiento, un no abrazar lo que se impone y salir al encuentro de lo invisible, lo silenciado y caduco. Lo que se ha llevado la marea y que ha sido devuelto siglos más tarde. Una escritura arqueológica que se inclina a desenterrar y sumergirse como uno de los actos urgentes de reconocerse múltiple.


[1] “Agrandao” en Las huellas digitales de mi tierra, Jalisco González, (Esmeraldas: CCE, 2012),

[2] Ibidem.

[3] “Armar una literatura de conexiones” en nuestra “Patria líquida”: el contexto caribeño de la ensayística de Marta Aponte Alsina en Caribbean Studies de Beatriz Llenín Fiueroa, 30.

[4] Armar una literatura de conexiones” en nuestra “Patria líquida”… 30.

[5] Figueroa “Armar una literatura de conexiones”…

[6] “Agrandao” Jalisco González…

[7]Podríamos decir que los sujetos adquieren esta condición archipielágica en tanto que precisan del mar y las aguas para rastrear sus propias historias, solo  a través de la resginificación de dicha condición insular y un fuerte vínculo con la marea pueden sortear al tiempo construyendo otras formas de lo temporal, asumiendo esta necesidad de lo insular como lo pequeño que se define y redefine de la misma manera, dificultando la enmarcación de esta. Nota de autora

[8] “Armar una literatura de conexiones” en nuestra “Patria líquida” … 33.

[9] Armar una literatura de conexiones” en nuestra “Patria líquida” … 33.