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Insurgencias invisibles. Resistencias y militancias en los Estados Unidos

Escritura en dos tiempos sobre el libro de Luis Martín Cabrera por la Oveja Roja

Fuentes: Rebelión

«Somos las que estábamos esperando» (June Jordan). Insurgencias invisibles. Resistencias y militancias en los Estados Unidos. Escritura en dos tiempos sobre el libro de Luis Martín Cabrera publicado en 2014 por la Oveja Roja. Febrero 2015 Insurgencias invisibles encarna para mí el concepto de la parresía de Foucault. Martín Cabrera toma «coraje para la verdad», […]

«Somos las que estábamos esperando» (June Jordan).

Insurgencias invisibles. Resistencias y militancias en los Estados Unidos.

Escritura en dos tiempos sobre el libro de Luis Martín Cabrera publicado en 2014 por la Oveja Roja.

Febrero 2015

Insurgencias invisibles encarna para mí el concepto de la parresía de Foucault. Martín Cabrera toma «coraje para la verdad», como sólo se puede hacer eso: poniendo en juego una determinada relación de poder, como práctica política. Desde el más preciado de los «materialismos» Martín Cabrera práctica una antropología encarnada, sobre su situación de profesor que se expone. Se expone así pues, en este libro, inserto en la estructura de explotación y segregación, sobrerepresentada en varios campus universitarios de los estados unidos, en el centro del meollo del capitalismo cognitivo.

Arrancan las «Escenas insurgentes» con Luis Martín Cabrera como sujeto de enunciación, pasando del ellas (las trabajadoras de la limpieza de Yale sindicalizadas) al yo (profesor) que se reconoce un obrero del conocimiento que necesita vender su fuerza de trabajo y que, al igual, que las trabajadoras de la limpieza no acepta que nos compren «a precio de saldo». Luis pone en juego su posición de poder como profesor, para situarse frente a los «niñatos privilegiados» (los jóvenes estudiantes republicanos) y dejarse denigrar. Luis deja de ser quien puede suspenderles en el aula; para encarnar un cuerpo a cuerpo, en el que él se hace una, con esas mujeres de la limpieza, siendo en conjunto, interperlados por esos jóvenes republicanos como «vagos antiamericanos». Luis se baja de la cátedra y se alía con afroamericanos y chicanas queer y lesbianas, unas tras otras clases subalternas, como a la que él se sabe perteneciente. Y desde ahí Martín Cabrera piensa, escribe y produce conocimiento emancipador.

Y es justo ahí cuando pone en juego su posición de poder como profesor, cuando logra dejar de ser parte de la cadena de montaje del conocimiento (que le permite, sí, pero también le enajena) y puede pasar a ser un asalariado más que se celebra en medio de una manifestación nada épica, completamente conmovido, apreciando «una belleza incalculablemente comunista en la mano que alarga y la que recibe la botella». Una «belleza incalculablemente comunista», eso visibiliza todo el rato este libro, la celebración de la lucha, la inmensa dignidad de la gente expropiada de poder simbólico, de incluso poder de representación pero que construyen mundo, y al tiempo, el patetismo impotente de los intelectuales, de las pajas mentales que no hacen cotidianamente la revolución.

Uno de mis capítulos más queridos es cuando Luis se objetualiza y reconoce estar ocupado por un conocimiento que al final se le presenta como un obstáculo. Porque este libro cuestiona duramente la posición de los y las intelectuales, siendo su propia biografía muestra de ese vaciado que el academicismo produce en la vida. Recuerdo especialmente a ese Luis, resacoso del rojerío de salón, exhausto, que no aguanta más esperar una «huelga como quien espera el metro». Y así ese ilustrado comunista decide afiliarse a esos extraños sindicatos yanquis, con toda su falta de glamour, con sus iglesias y sus exorcismos, porque la huelga había que hacerla. El «coraje para la verdad» es el coraje de quien se pone en juego y que por eso logra hacer la revolución. Insistimos la revolución, como un hacer, que sonará grandilocuente, gastado, superado, ridículo; pero es la manera de encontrar la nueva verdad no enunciada que, en todo caso, será la que haga crujir el mundo. Y es entre esa gente, que nunca dejó de luchar, entre quienes Luis encuentra a quien puede decir que «la política es lo que no se inclina ante lo imposible». El mundo no obvio, no capitalista, devendrá, este libro lo demuestra, de poner nuestra propia vida en juego, liberando nuestra identidad de las posiciones de poder que el sistema nos adjudicó. Y solo así podremos pasar de ser la limpiadora precaria, el intelectual nihilista para pasar a ser «las que estábamos esperando».

Un año después: mi puesta en juego.

Hace más de un año escribí estas palabras anteriores para www.rebelion.org. Decidí sin embargo no publicarlas porque algo me resultaba impostado. Siendo el primer libro que había ayudado a editar, no quería mentir sobre él. Sobre por qué aposté tanto por ese libro. Quienes editamos ponemos un objeto en el mundo y debemos hacernos cargo.

En mi caso, había leído y animado este libro desde mi práctica de la «sinautoría» concepto que alumbro desde las prácticas de Cine sin Autor y sus manifiestos, firmados por Gerardo Tudurí. Con el tiempo he podido saber que acuñamos conceptos, como dice Helen Torres que procura el «pornoterrorismo», porque necesitamos dar condición de posibilidad a otras formas de vida, otras prácticas. En mi caso, he dedicado mis últimos 10 años a producir prácticas culturales cuyo sujeto no fuera quiénes sí podían ser autores. Desde el cine es verdad. Pero también deseé hacerlo desde la escritura.

Me conmovió inmensamente el esfuerzo de Luis al reclamar una gramática de la insurrección que fuera escrita con el cuerpo de las personas atreviéndose a escribir libros que sean como las alamedas de Allende: » la verdadera escritura revolucionaria debería abolir la firma y el nombre (…) los libros deberían ser como las grandes alamedas de Allende y dar paso a un sujeto colectivo y liberado también en la escritura».

Y Martín Cabrera no sólo lo reclama, lo procura, se atreve a preguntarse ¿qué es lo que sí se puede escribir acercándonos a una verdadera escritura revolucionaria? Y en su libro se ve, que sí, se puede uno desclasar; sí, se puede uno escribir un libro donde se arriesga a todo (volvemos a ese decirlo todo, de la parresia) incluso a ser considerado un voluntarista. Es bello ese diálogo ficcionado con Yesenía, en que Luis no pasa por alto que «h ablar por otro siempre es una forma de violencia». Pero, y ésa es la apuesta gorda de este libro, incluso a riesgo de volver a practicar esa desposesión del discurso, Luis roba porque necesita la sabiduría del sujeto con que el está luchando, que es el sujeto privado de poder simbólico, académico, autoral. Sujeto en medio del cual Luis se encuentra, porque son las personas con las que se posiciona y a las Luis se atreve a ver, aún a riesgo de quemarse los ojos. ¿Pero quién carajo te crees que eres para escribir en primera persona del plural una historia que no es tuya? -eso le dice la voz que él mismo hace presente-. Contestar esa pregunta, ésa es la osadía de este libro.

Un año después, y viendo la trayectoria del libro, me doy cuenta de la rareza de este libro, que lo hace aún si cabe más imprescindible. Porque los libros que se siguen autorizando y consumiendo ampliamente, se arman o bien cuando alguien no pone en absoluto en duda su derecho a expresarse, o bien cuando lo acredita la academia. Un libro que uno escribe porque lo necesita, suele fundarse en la ironía, la frivolización o la triviliación. Pero atreverse a escribir la propia búsqueda de una verdad ética, atreverse incluso a inventar una escritura a la altura de la necesidad de dar voz a una manifestación o un piquete, eso definitivamente no lo hacemos. Si analizáramos desde dónde están escritos la gran mayoría de ensayos que leemos veríamos que pocos están a la altura de ese dentro-dentro: dentro de sí y dentro de la potencia de sí, que estamos en disposición de arriesgar.

Así pues seguiremos largamente defendiendo el valor de este libro, y reconociendo el valor de su autor. Un intelectual y un militante, con la talla suficiente para objetualizarse antes que asumir sin consecuencias el ser sujeto, que solo puede ser sujeto de lo que el poder le deje objetar. Y eso hace este libro imprescindible, porque lo que yo he aprendido de las prácticas sinautorales es que no hay nada más enajenante para una vida plena que no escuchar a un moribundo. Que no hay nada peor que tener que tener razón, ser superguay, que es la condición de la gran mayoría de la gente incluso en la izquierda en este país. Ser superguays sin jugarse una mierda. Por eso el capitalismo triunfa, porque nos logra felices de la mierda que nos permite ser, solo porque logramos no ser quienes tienen ni hambre ni frío. Y así nos tiene completamente en derrota.

En cualquier caso, seguimos en la estela de éste libro en La Oveja Roja. Para nuestra editorial, sí ha sido un libro muy fecundo. En breve daremos prueba de lo logrado, que ensancha la práctica «sinautoral» a la escritura. «Somos CocaColaenlucha» es de hecho el libro que » estábamos esperando». Un libro elaborado por CocaColaenlucha, un libro que nos volverá a permitir que la «realidad se nos haga larga». Porque en «Somos» es nuestra realidad -la de los y las trabajadoras y sindicalistas de @cocacolaenlucha- la que hemos puesto por delante. Porque siendo como fue verbo, acción, es también ahora palabras. Obra propia en lo real y en lo simbólico. «Somos cocacolaenlucha» es nuestra realidad, no la realidad del amo. Somos significa que somos esas personas, cada una y cada uno de las autonombradas «espartanas» que lucharon y ganaron, materialmente, sin presunción alguna, al gigante CocaCola. Hubo derrotas, sí, pero hemos logrado no ser quienes el capital quiere que creamos que somos y de este modo hemos podido descubrir lo que sí logramos. El colectivo de «espartanos y espartanas», así nombrándose, han podido en estos dos años hacer un mundo «que no se inclina ante lo imposible».

En La Oveja Roja sabemos que debemos estar a la altura de los libros que publicamos. Y nuestros libros nos obligan a construir mundo. A darnos nueva materialidad. Obliga a libros que reactiven su «aura» benjaminiana, su comunidad, para ser posibles. Porque nuestra verdad no nos la dará el mercado, ni la celebridad capitalista. Muchas cosas nos están pasando que nos empujan sin embargo a hacer libros de manera diferente, desde otro paradigma de producción y distribución, desde otra toma de los medios de producción de las palabras y, como no, de las cosas por las clases subalternas. La Oveja Roja -también con Contrabandos- vamos paso a paso en ese inmenso desafío. Hace un año comenzamos a hablar de «Insurgencias invisibles», hace dos a desearlo, pero nuestros libros están impresos para durar, al menos, varios siglos. Este el tiempo de nuestro afán, dado que como señala el título de otra novela que forma parte de nuestro catálogo, lo tenemos «Todo que ganar».

Eva Lazcano Caballer.

Escritora, parte de la Oveja Roja.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.