A Florencia Luis Carande, maestra esencial A finales del siglo XIX los krausistas -seguidores del filósofo alemán Krause- emprendieron la inmensa labor de reformar el vetusto sistema de enseñanza español, en un ochenta por ciento en manos de empresas clericales. Desde la Institución Libre de Enseñanza Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y […]
A Florencia Luis Carande, maestra esencial
A finales del siglo XIX los krausistas -seguidores del filósofo alemán Krause- emprendieron la inmensa labor de reformar el vetusto sistema de enseñanza español, en un ochenta por ciento en manos de empresas clericales. Desde la Institución Libre de Enseñanza Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón quisieron implantar un sistema educativo basado en el humanismo, el racionalismo, el laicismo, el empirismo y la complicidad pedagógica entre alumno y profesor. Pronto, pese a los anatemas lanzados desde el Gobierno y la Iglesia, fueron sumándose al proyecto las personalidades intelectuales más destacadas del momento, Sanz del Río, introductor del krausismo en España y maestro de todos, Manuel Bartolomé Cossío, Joaquín Costa, Federico Rubio, Hermenegildo Giner de los Ríos, Rafael Altamira, Leopoldo Alas, Antonio Machado, logrando formar durante el primer tercio del siglo XX la mejor y más extensa generación de españoles sabios y humanos de la historia.
Para los institucionistas, la libertad de pensamiento y expresión eran condiciones imprescindibles de cara a lograr el desarrollo intelectual y humano de sus alumnos. Pero eran conscientes de que nada se podía hacer si el alumno no se encontraba cómodo, a gusto en las instalaciones educativas: éstas debían estar dotadas de amplios jardines, de zonas de esparcimiento, de completos laboratorios, salas de proyecciones y nutridas bibliotecas. Tampoco se podía recluir el aprendizaje entre los muros de unas estupendas aulas y unos magníficos jardines: La ciudad, el campo, las montañas, los museos, las fábricas, eran para estos hombres instrumentos pedagógicos imprescindibles, lo mismo que el trato individualizado con el estudiante. Enseñar deleitando era una de sus normas fundamentales. Si bien la Institución Libre de Enseñanza partió del impulso particular de unos cuantos hombres -no podía ser de otra manera cuando los poderes públicos perseguían sus iniciativas-, su objetivo, pese quienes la tacharon y la tachan de elitista, no era formar una minoría que, apartada del pueblo, pudiese regir los destinos del país en un futuro más o menos cercano, sino que sus métodos «contaminasen» a todo el sistema educativo español. De hecho la inmensa mayoría de las personas educadas en la Institución Libre de Enseñanza fueron después profesores en institutos y universidades públicas de todo el país, entre ellos Hermenegildo Giner de los Ríos, José Verdes Montenegro, Antonio Machado, Adolfo Posada y otros muchos.
Fuimos muchos los que pensamos que al llegar la democracia, los partidos de izquierda en el poder retomarían aquel fantástico modelo pedagógico, implantando una verdadera carrera educativa y dotando a la escuela pública laica de todos los medios necesarios para formar ciudadanos justos y benéficos. No fue así y hoy, treinta y cuatro años después de las primeras elecciones democráticas, nos encontramos con que la Iglesia Católica, sostenida por el Estado y no por sus fieles, controla las conciencias de más de la mitad de los chavales de España, inculcándoles ideas reaccionarias y una visión egoísta y plana del mundo en el que vivimos. Esto es general en todo el Estado, pero más hiriente todavía en aquellas comunidades dónde la derecha ha gobernado largo tiempo: Madrid, Valencia, Cataluña, País Vasco, Castilla-León, llegándose a la aberración -anticonstitucional a nuestro juicio porque rompe el principio de igualdad- de que quienes tienen dinero pueden saltarse la selectividad y meter a sus hijos en Universidades católicas para que obtengan un título universitario con mucha más facilidad que quienes estudian en la Pública.
La Consellería de Educación de la Generalitat valenciana, también la madrileña y otras similares, parecen haber aprendido mucho de aquellos hombres buenos y sabios, de ahí su política educativa basada en la financiación masiva de colegios concertados confesionales -algunos de ellos con más de un millón de metros cuadrados de superficie- y en dotar de barracones-chabola a la escuela pública. Se ha escrito mucho ya sobre el interés que demuestran nuestros «mandarines» hacia la enseñanza pública, pero desgraciadamente mucho se tendrá que seguir escribiendo ante su sangrante empecinamiento exterminador y el silencio de la ciudadanía, cómplice, aliada o simplemente indiferente, aún a sabiendas de que los problemas y conflictos que hoy padece nuestra sociedad, nuestros niños, adolescentes y jóvenes, sólo pueden tener solución mediante una enseñanza de calidad dirigida a inculcar conocimientos y valores éticos en el marco de un sistema educativo público extraordinariamente dotado y encaminado a sacar lo mejor de cada uno de nuestros hijos, siempre según su capacidad.
La escuela pública -según la derecha y los teóricos neocon de la educación que les asesoran- debe ser lo más parecido a una prisión, pues, indudablemente, tenemos ante nosotros la peor generación de estudiantes que jamás haya existido. ¡Qué bien vendría la «manu-militari» de otros tiempos! Nada de inversiones, nada de nuevas corrientes pedagógicas, nada de aplicar las enseñanzas de Don Francisco Giner y los suyos aunque Finlandia se haya basado en ellas para tener el mejor sistema educativo del mundo, nada de un plan general de educación que coloque a la escuela pública española en el lugar excelso que se merece. Aquí, entre nosotros, dinero para la concertada y alambradas para esos sitios llenos de emigrantes, gamberros, inútiles y niños mal criados, disciplina cuartelera, tercermundismo y exclusión. Dada su procedencia social, ¿qué más quieren? ¿No es hora ya de gritar con todas nuestras fuerzas ¡BASTA YA, TODOS LOS DINEROS PÚBLICOS, A LA ENSEÑANZA PÚBLICA!
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