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Ese día no habrá nadie que pague por tu ego

Fuentes: Rebelión

El 30 de abril de 1988, el poeta José Ángel Valente, escribió en uno de sus cuadernos de notas: «Se niega a recibir premios literarios. Recientemente, un periodista del Herald Tribune indagó al respecto (Cioran rechazó el premio Nacional de Austria y el Roger Nimier, ambos dotados con mucho dinero). Le respondió: «Quien quiera darme […]

El 30 de abril de 1988, el poeta José Ángel Valente, escribió en uno de sus cuadernos de notas:

«Se niega a recibir premios literarios. Recientemente, un periodista del Herald Tribune indagó al respecto (Cioran rechazó el premio Nacional de Austria y el Roger Nimier, ambos dotados con mucho dinero). Le respondió: «Quien quiera darme dinero tiene que hacerlo extraoficialmente, como se da dinero a las prostitutas». (1)»

Unos meses después, el 1 de enero de 1989, se refiere a un ensayo del escritor estadounidense John Updike titulado «El escritor como conferenciante», del que extrae este texto:

«Al escritor le invitan a ir a la televisión y dar su opinión, como si su libro, su pobre y pesado libro que nadie lee, no fuera su opinión. (1)»

Si a esto añadimos que el propio Cioran se negó a acudir a Apostrophes , programa sobre literatura que durante quince años, de 1975 a 1990, ocupó plaza en horario de máxima audiencia en la televisión francesa, aduciendo que nadie iba a fastidiarle su paseo diario por los Jardines de Luxemburgo, convendremos, quizá tan sólo algunos, que estas lumbreras son necesarias en un mundo en el que muchos se han acostumbrado a idolatrar su propia mierda.

Nunca entendí qué importa el autor si está la obra, qué el actor si está la película o el artista si está la pieza. El propio Valente anotó también el 13 de mayo de 1990:

» En 1832, poco antes de morir, Goethe confesó a un visitante: «Mis obras están nutridas por miles de individuos diversos, ignorantes y sabios, inteligentes y obtusos […]. Mi obra es la de un ser colectivo que lleva el nombre de Goethe». (1)»

Sólo un mundo enfermo de mercado busca egos que exponer sin rubor. La imagen repugnante y patética de tantos canales a través de los cuales se cuela, como originalidad, la estupidez más extrema nos da la talla de lo que somos. Tanto tontuliano opinando de lo que sea, tanta vida vacía abierta, nunca mejor dicho, en canal y, lo que es todavía peor, tanto público, a juzgar por las audiencias, dispuesto a tragarse lo que le echen, lo que le digan, a tragarse sin indigestión en una orgía de canibalismo iletrado esa carne de vida abierta, retrata nuestras democracias, nuestras miserables democracias, en su anoréxica desnudez.

El resultado, a la vista está. En nuestro país todavía hay quienes votan al PP, y no ni uno ni dos, ni siquiera el puñado de recalcitrantes que cabría esperar, muchos más, demasiados: ¿qué han visto en el franquismo algunos de estos ciudadanos de a pie que tanto les inspira?, ¿cómo se explica que continúen apegados a lo peor de nuestra historia, a lo más rancio y canallesco? y también -hay que empezar a decirlo aunque a éstos la Historia, debido a la suya propia tan distinta a la de los fascistas, tal vez llegue a tiempo de absolverles- a este PSOE timorato, vendido, usurpador y permanentemente traidor a todo aquello que huela a izquierda.

Y fuera de nuestras fronteras, en Grecia, con la que está cayendo, todavía hay quien vota a Nueva Democracia o al PASOK; en Estados Unidos, esa subasta electoral, todavía hay quien vota y en Egipto, ¿qué decir de Egipto?, que es para echarse a llorar y no parar hasta expirar.

Como decía una lectora de Público: para estas elecciones no hacían falta revoluciones. Ni siquiera el agradecimiento de una sociedad hacia quienes le han procurado la posibilidad de expresarse con un mínimo de dignidad; el respeto y el reconocimiento a tanto muerto en la plaza, tanto torturado en cuarteles y comisarías, les lleva a orientar su voto definitivamente lejos de toda opción que huela al ¿pasado? más inmediato o al primitivismo religioso más cerril, a aquello, en definitiva, por lo que tantos acaban de combatir dejándose la piel y la vida y, no lo olvidemos, permitiendo de esta forma a tanto cafre acercarse a una urna y, con ciertas garantías, emitir su voto.

A nosotros nos pasa lo mismo. Da igual que roben, que prevariquen, que aplaudan a rabiar en un parlamento una guerra, llamémosla así, que deja un millón de muertos y un país calcinado y definitivamente roto, sucia muerte que al poco nos devolvió la visita sobre los raíles reventados de Madrid. Da igual que mientan constantemente, que jamás cumplan su palabra, ellos y ellas tan «honorables», tan «patriotas»; que mintieran entonces de forma cainita sobre tanta muerte, hoy, no debemos olvidarlo, es presidente del gobierno quién apareció, a toda primera plana en la prensa de aquella fúnebre jornada de reflexión, más concretamente en el diario El Mundo proclamando, a sabiendas de que mentía, de que una vez más mentía, que tenía el convencimiento moral de que los autores de la masacre madrileña habían sido etarras: así premian algunos españoles tanta vileza.

Da igual que insulten la memoria de este país no condenando su reciente dictadura sórdida y sangrienta y alentando a que historiadores de pacotilla, con dinero público, escriban un cutre diccionario biográfico que tilda al monstruo de gobernante autoritario, da igual que nos quiten para darle a quienes nos quitan procurándose ellos dinero, comisiones y prebendas, jugosas ofertas laborales, jugosos retiros o todo a la vez. Da igual, da exactamente igual, muchos, inmunes como ellos y ellas a la ética, les siguen y les seguirán votando.

Todo empezó con una ley para la reforma política votada en referéndum y que legitimaba una transición de mierda que engañó a muchos y que hoy ya no se sostiene, que hoy pide a gritos un nuevo proceso constituyente; que apuraba y enmascaraba una imposible reconciliación que jamás podrá existir mientras no se imparta la verdad de nuestra historia en colegios e institutos. Como dice el poeta, comunista y preso político con triste record de permanencia en cárceles franquistas, Marcos Ana: » Hay que pasar página, sí, pero después de haberla leído «.

No hay pueblo ni sociedad que soporte la amnistía a los verdugos y, todavía menos, su permanencia en puestos de poder. Por eso se enchulan y nos dicen a la cara que ni dimiten ni dan explicaciones, que aquella fue su victoria y este país su finca y que bueno estaría.

Pero no lloremos, no, por lo que a todas luces nos merecemos. Aunque triste es saber lo fácil que sería corregirlo votando opciones que nada tengan que ver con la mentira y su uso a conveniencia, llenando las urnas de votos insobornables o, al menos, no tan fácilmente vendibles. Votando poniéndoles en su sitio, el que les corresponde, el de una triste y paupérrima minoría. Y hacerlo de forma activa, defendiendo nuestro voto, apoyándolo para que nada de lo propuesto quede sin hacer.

Y si nada de esto es posible sigan pues con la suciedad del espectáculo, sigan pero luego no lloren el día en que, no quedando nada que quitarles, que quitarnos, vengan decididamente a por nosotros. Ese día no habrá nadie que pague por tu ego.

Nota:

(1) Valente, José Ángel: «Diario anónimo (1959-2000) «, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona 2011.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.