En abril del año pasado señalé en un artículo que no se podría hacer frente con éxito a los problemas que iba a plantear la pandemia sin poner luces largas y reflexionar sobre el horizonte de largo plazo que teníamos por delante (El virus y la economía (3): Hacen falta luces largas). Por tanto, no pude sino alegrarme de la iniciativa que puso en marcha el Gobierno para hacer prospectiva y ofrecer reflexiones y estrategias a la sociedad española. Ahora, recién publicado en primer fruto de ese trabajo, es el momento de contribuir a que el debate sobre nuestro futuro como país se extienda y permita impulsar proyectos de cambio para los años venideros.
El documento que ayer presentó el presidente del Gobierno es una propuesta de expertos bastante rigurosa y brillante que contiene extrapolaciones de un gran número de datos y evidencias empíricas de las que se deriva una amplia batería de propuestas y medidas políticas. Si de verdad se llevaran a cabo, España protagonizaría, sin duda, otros treinta años de avances, al menos, tan positivos como los mejores que se han dado en las últimas tres o cuatro décadas.
Sin embargo, yo creo que ese documento ha nacido con taras que van a hacer muy difícil que se pueda convertir en un eje central del debate y en una guía efectiva de la acción colectiva.
Como el propio documento señala, sus prescripciones, si finalmente se asumieran, no podrían ser ejecutadas por un solo gobierno, no solo en el tiempo, sino de una única tendencia o composición partidaria. Y siendo este un presupuesto elemental, me parece un error que el documento haya nacido no ya en el seno de un gobierno sino en el de una parte de él. El cainismo y la insensatez constituyen, desgraciadamente, el modus operandi de la política española así que, si de verdad se quiere poner en marcha un proyecto que vaya más allá de un partido, hay que ser muy cuidadoso en la forma en que se diseña el debate. Lo ideal hubiera sido que la gestación de una propuesta de este tipo se hubiera desarrollado consensuadamente desde el principio. Ahora, solo cabe esperar el milagro de que las demás fuerzas políticas quieran hacer suyo algo que ha nacido a su margen. Es más fácil atraer a nuevos comensales si se les invita a elegir el menú que cuando se les da ya hecho, como está pasando.
También me parece equivocado haber concebido el documento como una propuesta de expertos. Este tipo de estrategias solo son viables con la connivencia, en todo su desarrollo, de quien, efectivamente, dispone del saber especializado, pero también de los técnicos que han de llevarlas a cabo y de los actores sociales. Creo que ha sido desafortunado ofrecerles a estas dos últimas partes un plato ya demasiado hecho. Sobre todo, porque uno de los fenómenos más relevantes en materia de políticas públicas que se ha puesto de manifiesto en las últimas décadas es la falibilidad de los expertos. Se han equivocado tanto y tan gravemente que cada vez son más quienes piensan que los expertos, en lugar de ser la solución, son parte del problema.
Esto último es importante porque el documento España 2050 no es un mero ejercicio de prospectiva, como se dijo que sería; es decir, una percha donde se pueden colgar distintas prendas de vestir. Es, en realidad, una estrategia normativa porque asume preferencias evidentes y opciones políticas e ideológicas que no necesariamente son compartidas.
Y parece mentira que esto haya ocurrido de la mano del PSOE (o quizá porque no haya venido de su mano), un partido que tiene en su haber el debate social más amplio sobre un proyecto estratégico que se ha llevado a cabo en España, el Programa 2000, en cuya discusión participaron casi un millón de personas.
El éxito de un documento como el España 2050 depende también de su credibilidad y ahí también creo que se pueden detectar algunos errores de diseño. Puesto que es evidente que nadie puede saber qué ocurrirá en el futuro, la robustez de un ejercicio de diseño estratégico como el que se ha querido hacer no depende del número de citas ni aumenta en función de la cantidad de referencias bibliográficas.
Hay que ser muy ingenuo para pensar que la gente normal y corriente, e incluso la más preparada, creerá que los expertos saben lo que hay que hacer para que ocurra en 2050 lo que dicen que puede ocurrir, cuando son incapaces de decirnos si este verano iremos con mascarilla o sin ella a las playas. O que ahora pueden anticipar tendencias demográficas, de mercado de trabajo, migratorias, educativas o de gasto que nunca hasta ahora han sabido predecir con un mínimo de acierto.
El recurso a los expertos para hacer creer que así es más fiable o riguroso este tipo de documentos es una idea vieja, la expresión de un orden intelectual que se viene abajo, precisamente a causa de su fracaso para prever y para concitar apoyos y complicidades de técnicos y actores sociales. Su éxito, por el contrario, solo se puede basar en la inclusión y en la pluralidad, justo de lo que carece no ya el documento sino el proceso que lo ha hecho nacer.
Para diseñar proyectos de país y poder ponerlos en marcha con éxito no solo hacen falta buenos mensajes, productos elaborados de calidad y rigor (como puedo estar de acuerdo en que lo sea España 2050) sino, sobre todo, crear dispositivos de escucha que sean capaces de revelar las preferencias y los intereses colectivos, los presupuestos normativos del proyecto que, como he dicho, no pueden ser definidos por los expertos. En sociedades tan diversas como las nuestras y ante problemas complejos lo que principalmente hay que promover, movilizar y utilizar es la inteligencia colectiva, la imaginación y la creación simbióticas, más que el saber técnico, por muy necesario que este siga siendo.
Al documento del Gobierno se le puede hacer, finalmente, una crítica de contenidos que a mí me parece muy importante.
En él se opta por analizar y desarrollar una serie de desafíos en virtud, según se dice, de que son claves y porque sobre ellos hay evidencia empírica pero es evidente que se dejan algunos otros que cumplen esos requisitos y, sin cuya consideración, el ejercicio estratégico que se propone puede quedar en simple fuego de artificio.
¿Cómo es posible creer que se puede contemplar el desarrollo económico futuro de España, la prosperidad y la salud de quienes la habitamos o la sostenibilidad de nuestro estado de bienestar, como se propone el documento, sin casi ni siquiera mencionar los problemas del sistema financiero, el peso de la deuda pública y privada, el papel de la Unión Europea y del euro, entre otros asuntos capitales?
Por otro lado, el documento adolece de una especie de empiricismo recurrente, quizá creyendo que así gana credibilidad, que produce dos defectos a mi juicio fundamentales. Uno, que deja de lado lo que podríamos llamar las condiciones macro, de entorno, institucionales, el encuadre político y económico en el que se llevan a cabo los proyectos y de las que dependen las estrategias y propuestas que se realizan. El otro gran defecto es la ausencia de propuestas auténticamente novedosas, innovadoras y no meramente continuistas y derivadas linealmente del pasado, una carencia fundamental porque si algo caracteriza a la época histórica en la que nos encontramos y a la que seguramente está por venir es la disrupción constante. En este sentido, el documento es demasiado conservador, no el sentido ideológico o partidario del término, sino en el de no ser capaz de poner en cuestión lo establecido, de adentrarse en los nuevos enfoques y conceptos ni, por supuesto, de plantear que dejen de movernos los mismos hilos que nos han guiado en el pasado. El vino nuevo no se echa en odres viejos.
En fin, hay que aplaudir que por fin se pongan luces largas en la política española y agradecer el esfuerzo a quienes desinteresada y gratuitamente, según se ha informado, han realizado este estudio. Una colaboración cívica y académica ejemplar que merece el respeto, al margen de la opinión intelectual que se tenga que ella.
En noviembre de 2018, Manuel Vicent escribió un artículo (Líderes) en el que señalaba lo mismo que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Prologo de España 2050: España está considerada por estadísticas y organismos internacionales como uno de los mejores o el mejor de los países del mundo en los parámetros de los que más directamente depende la salud, el bienestar y la felicidad de las personas. Decía Vicent, yo creo que con toda la razón, que eso demostraba que «en realidad existen dos Españas, no la de derechas o de izquierdas, sino la de los políticos nefastos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se insultan y chapotean en el estercolero y la de los ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan».
Los españoles y, en particular, quienes nos representan, tenemos una nueva oportunidad de decidir si nos ponemos en un lado u otro. Ojalá el Gobierno tenga éxito y logre la difícil tarea de que los españoles de talento que cumplen con su deber y trabajan no permanezcan ahora callados sino que sean justamente ellos quienes diseñen nuestro futuro y les digan a los bocazas que gritan, crispan y se insultan que ese no es el camino por donde nos conviene avanzar.
Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/05/21/espana-2050-una-buena-idea-un-mal-comienzo/