J. Sobrequés, C. Molinero, M. Sala (eds), Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil y el franquismo, Crítica-Museu d´Història de Catalunya, Barcelona, 2003, 1.098 páginas. C. Molinero, M. Sala y J. Sobrequés (eds), Una inmensa prisión. Los campos de concentración y las prisiones durante la […]
J. Sobrequés, C. Molinero, M. Sala (eds), Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil y el franquismo, Crítica-Museu d´Història de Catalunya, Barcelona, 2003, 1.098 páginas.
C. Molinero, M. Sala y J. Sobrequés (eds), Una inmensa prisión. Los campos de concentración y las prisiones durante la guerra civil y el franquismo, Crítica, Barcelona, 2003, prólogo de Josep Fontana, 358 páginas.
Margarita Sala (coordinación), Catálogo de la exposición «Las prisiones de Franco». Museu d´Història de Catalunya-Generalitat de Catalunya. Barcelona, 2003-.2004, 344 páginas.
David Ginard i Féron, Matilde Landa. De la Institución Libre de Enseñanza a las prisiones franquistas. Flor del Viento, Barcelona, 2005, 294 páginas.
No fue tarea difícil. El responsable de la imagen gráfica de la exposición «Las prisiones de Franco», Pere Canals, persuadió sin esfuerzo al resto de organizadores para que el cartel de información sobre esta inolvidable exposición debía adecuarse, sin encubrimientos o temores a dañar sensibilidades oficiales, con lo que se iba a mostrar (y a denunciar): el cartel anunciador escogido fue entonces la imagen del cuerpo torturado de Francisco, de Paco Téllez, un admirable luchador antifranquista, comunista del PSUC (y hoy militante del PSUC-viu y de EUiA). Y esa imagen, la fotografía de un cuerpo desecho, quemado, torturado, violentado, lleno de hematomas, sondado, que a tantos jóvenes impresionó en el año de la muerte de Franco, es la que abre el catálogo de una de las exposiciones más brillantes que se han podido ver en Barcelona en los últimos años, en el Museu d´Història de Catalunya, desde el 27 de noviembre de 2003 hasta el 12 de abril de 2004. Que esta exposición no se haya podido trasladar a otros lugares del país es prueba casi irrefutable de desatino, de la omnipotencia poco mediada y nada exquisita de la derecha continuadora del franquismo (y de sus intelectuales inorgánicos), acaso de la falta de coraje de muchos, de la cultivada visión sesgada del pasado o, simplemente, de la falta de reconocimiento de la labor bien hecha por motivos políticos poco confesables. Sea como sea, no hay que perder la esperanza de que colectivos ciudadanos vindiquen para un futuro próximo la reorganización de esta exposición y su presencia en ciudades como Madrid, Zaragoza Sevilla, Bilbao, Valencia, o cualquier lugar de esa inmensa prisión que fue lo que hoy llamamos «España» (comunidades autónomas no excluidas). Seguro que en su vindicación cuenta con el apoyo entusiasta del comité científico, del comité organizador y de Margarida Sala, alma, cuerpo, espíritu y magnífica guía del proyecto.
El cartel anunciador al que antes me refería abre precisamente el catálogo de la exposición (en catalán, castellano e inglés) que esta vez sí en un libro que ayuda, instruye, y cuyo contenido fotográfico es no sólo magnífico sino imprescindible. A retener, entre otros, los textos de Manel Risques, Ricard Vinyes, Angela Cenarro y Santiago Vega, así como la presentación, cartas y fotografías en el apartado dedicado a Matilde Landa.
De hecho, la misma exposición estuvo enmarcada y fue resultado de un encuentro anterior celebrado también en Barcelona entre el 21 y el 23 de octubre de 2002 y que dio origen a la publicación de un gran ensayo -por su importancia y por el número de páginas- que tuvo como tema de estudio y análisis «Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil y el franquismo». De este enorme volumen, que se convertirá, que se ha convertido en un clásico indiscutible del tema, se editó posteriormente en Crítica un ensayo con el título Una inmensa prisión. Los campos de concentración y las prisiones durante la guerra civil y el franquismo, que recogía las ponencias y algunas de las comunicaciones presentadas en estas jornadas. Josep Fontana recuerda en su sustantivo prólogo un dato que no debería olvidarse: «una cifra dada por una fuente gubernamental a un corresponsal estadounidense habla de 192.684 ejecuciones entre 1939 y 1944, en los cinco años que siguieron al término de la guerra» (p. xiii). El mismísimo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores del gobierno fascista de Mussolini, se escandalizaba, durante una visita a nuestro país en julio de 1939, por el gran número de ejecuciones que se seguían produciendo y sostenía que los encarcelados no eran prisioneros de guerra sino esclavos de guerra. Esa fue la auténtica naturaleza espiritual bendecida del franquismo.
Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil y el franquismo se estructura en cuatro grandes secciones: 1. Los campos de concentración europeos. Modelos comparativos. 2. Los campos de concentración durante la guerra civl y el franquismo. 3. Las prisiones franquistas. 4. Fuentes documentales. A la introducción de Jaume Sobrequés, se suman el excelente prefacio de Carme Molinero, la lección inaugural impartida por Michel Leiberich sobre «El mundo concentracionario europeo» y la lección de clausura impartida por Nicolás Sánchez-Albornoz: «Cuelgamuros: presos políticos para un mausoleo». Deberíamos fijar la mirada sobre las fotografías y comentarios que cierran el texto de Sánchez-Albornoz, miembro de la Federación Universitaria Escolar, que cumplió condena en el destacamento penal del Monasterio en Cuelgamuros. El autor, uno de los cuatro presos políticos supervivientes que trabajaron en Cuelgamuros, señala la sorpresa de un documentalista francés porque en las guías oficiales y los folletos descriptivos distribuidos en pleno siglo XXI, en un país que inició su transición política hace 30 años, se seguía repitiendo la cantinela franquista sobre el valle «de los Caídos» y sobre el abyecto huésped principal de la cripta. Nunca se menciona, ni mencionan los guías, que los presos políticos levantaron el monumento, ni Patrimonio Nacional, bajo cuya autoridad se encuentra el conjunto, vendía en su quiosco, por ejemplo, el ensayo de Daniel Sueiro sobre la Verdadera historia del Valle de los Caídos.
Nada puede objetarse al contenido de Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil y el franquismo. Acaso que el volumen es tan enorme que el mismo peso dificulta su manejo a ciudadanos sin constitución atlética. Newton ya advirtió sobre las consecuencias de la ley de la gravitación. El lector puede encontrar en la tercera sección, aproximaciones a Marcos Ana, a Rafael Pérez Contel, a las treces Rosas, a la actitud de la nunca suficientemente amada y admirada Iglesia católica ante la represión ejercida por el régimen de Franco, a la vida en las prisiones y, como regalo final, una inolvidable comunicación de David Ginard i Féron que lleva por título «Matilde Landa i la presó de les dones de Palma».
Esta última comunicación ya anunciaba algo grande y lo que ha venido después confirma todas las expectativas. El ensayo de Ginard i Féron, como ya lo fuera su magnífico trabajo dedicado a Heriberto Quiñones sobre el que ya se llamó la atención en estas páginas del topo, no sólo es magnífico sino que es imprescindible. Es, en mi opinión, uno de los textos más documentados, ajustados, equilibrados, que uno ha podido leer en estos últimos tiempos, cuyo indudable rigor histórico no es mayor que su fuerza literaria. Ginard escribe impecablemente bien lo que estudia tenazmente. Y con respeto. No es para menos: Matilde Landa Vaz, militante del PCE durante la República y la guerra civil, fue encargada tras la victoria fascista de reconstruir el partido en Madrid. Detenida, encarcelada, tuvo un papel central en la estructuración de la resistencia en las prisiones de mujeres. Presionada por las autoridades franquistas (y afines) para que renunciara de su ideario y abrazara la fe católica, se quitó la vida en la cárcel de Mallorca en 1942, a los 38 años de edad. Son de lectura imprescindible las 29 cartas dirigidas por Matilde Landa a Carmen López Landa, su hija, entre 6 de junio de 1937 y abril de 1941 aquí recogidas en las páginas 218-247.
Apenas nada crítico puede decirse sobre el más que magnífico ensayo de Ginard, pero para evitar una apología entregada, acaso quepa señalar: a) algún uso del término «ejecución» debería haberse evitado y sustituido por asesinato; b) en la contraportada, acaso no atribuible a Ginard, hay, en mi opinión, críticas a actuaciones del PCE y de su dirección que ayudan a cultivar la imagen típica e injusta que se tiene del partido, y c) la acumulación de datos, las fuentes, las referencias, los impecables desarrollos laterales, son tales que en ocasiones, nada infrecuentes, las notas del ensayo adquieren mucho más cuerpo que el texto central. Acaso hubiera sido adecuado, y pensando en nuevas reediciones no es un consejo inútil, haber separado las notas en dos clases disjuntas: a) las aclaratorias o complementarias, a pie de página, y b) las relativas a fuentes, referencias bibliográficas y discusiones historiográficas, situadas al final del volumen.
Tómese ello, por favor, como un grano de sal que no pretende quitar valor alguno a un inmenso y admirable trabajo que anuncia que el PCE y su historia están de racha: tiene en el joven historiador mallorquín (y en otro joven historiador italiano afincado en Barcelona, Giaime Pala) un científico sensible empeñado en la inmensa tarea de dar cuenta de una historia, con sombras sin duda, pero con inmensas luces y con admirables actuaciones. Gracias, compañero, gracias.
PS: Si no ando errado, las hijas de la Caridad -orden religiosa que gobernó con mano de hierro y sangre las antiguas cárceles de mujeres durante el XIX y comienzos del XX, y que fueron expulsadas en 1931 por la primera mujer directora general de prisiones,Victoria Kent, hasta que el dictador golpista Franco volvió a recurrir a ellas como carceleras- fue la orden que dirigió en tiempos de posguerra las cárceles de Palma, Les Corts, Málaga o Valencia. Matilde Landa estuvo, pues, en sus dominios indiscutidos. Pues, bien, paradojas de la vida y de la historia: el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia de 2005 ha sido concedido a esta orden que, según el cronista oficial, destaca por ¡su excepcional labor social y humanitaria en apoyo de los desfavorecidos en España desde finales del siglo XVIII ! Fernando Hernández Holgado se refería a ello indignado en una carta a El País de 17 de setiembre de 2005. Estos detalles y premios principescos, ¿tendrán algo que ver con la celebración -increíble, impensable, inconcebible- en 2005 de los 30 años de la subida al trono de España, por designación de la Jefatura y Cortes del «Régimen anterior», del actual Jefe de Estado? ¿Es consistente, en alguno de los posibles sentidos del término, que detrás de la celebración pueda estar un partido y un gobierno que se dice socialista, progresista, e instituciones de carácter democrático? Insisto en el punto: no a los 30 años de la aprobación de la Constitución monárquica sino a los 30 años del nombramiento de Juan Carlos I tras la muerte del dictador Franco.