De nuevo el alza de los precios vuelve a amenazar seriamente a la economía española (aunque muchos se preguntan si es que en realidad dejó de ser alguna vez una amenaza). Los últimos datos (4,4% de variación interanual) son los peores de los últimos diez años y en algunos sectores o productos muestran subidas por […]
De nuevo el alza de los precios vuelve a amenazar seriamente a la economía española (aunque muchos se preguntan si es que en realidad dejó de ser alguna vez una amenaza). Los últimos datos (4,4% de variación interanual) son los peores de los últimos diez años y en algunos sectores o productos muestran subidas por encima del 7% (transporte) o incluso del 25% (leche).
Y si en lugar de los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística se utilizan otras estimaciones más realistas (como la alternativa a partir de precios de productos básicos que puede encontrarse en ipcreal.com) nos encontramos con una subida general del 8,3% en el último año.
Basta con percibir los sentimientos de los ciudadanos para constatar hasta qué punto la subida de precios está haciendo ya mucho daño a las familias. Seguramente, mucho más del que podría inferirse de las simples cifras oficiales.
Y como siempre que repunta la inflación ahora volvemos a encontrarnos los mismos discursos. El Banco de España ya ha pontificado, advirtiendo (cuando todo parece advertir que ocurrirá lo contrario de lo que predice) que se trata de una subida pasajera y reclamando a los trabajadores que no intenten ponerse a la altura de la subida de los precios cuando establezcan sus demandas salariales. Y la mayoría de los grandes focos productores de opinión económica ortodoxa vuelven a mirar a donde es más fácil, al exterior, al petróleo, a China… cuando es, sin embargo, evidente que si esos factores externos afectan de modo especial a España es porque nuestra economía han e presentar otro tipo de males internos añadidos.
Tan fantasiosa es la retórica en relación con los precios, o tan grandes las ganas de confundir al personal para que la realidad de las cosas les pase desapercibida, que a veces se leen aseveraciones que parecen realmente increíbles. El último Informe Mensual de La Caixa (nº 311, Enero 2008), por ejemplo, dice que «la Comisión Europea considera que, en general, la adopción del euro ha ayudado a controlar las presiones inflacionistas». Seguramente se lo creen pero sin duda eso evidencia lo difícil que resultará atajar las subidas de precios cuando se tiene un velo tan opaco ante los ojos.
Es verdad que los mercados internacionales están presionando al alza los precios de materias primas estratégicas, alzas que lógicamente termina trasladándose a las diversas economía pero reconocer esto no implica haber descubierto las causas últimas de las subidas de precios en cadena que se producen y, sobre todo, de que en unos países, como el nuestro respecto al entorno más inmediato, sean mayores que en otros.
Ahora se recurre al petróleo, o a los cereales o la leche, antes (o mejor dicho, casi siempre) a los salarios, pero nunca se ponen sobre la mesa los factores que verdaderamente provocan las subidas de precios. Estas suelen venir ocasionadas por otras causas que precisamente se soslayan porque son las que también muestran la responsabilidad de agentes económicos que no suelen estar dispuestos a renunciar a sus privilegios.
Me refiero a causas como las imperfecciones de los mercados ocasionadas por el poder asimétrico de los agentes, al despilfarro que genera costes inmensos e innecesarios a los productores, la falta de coordinación y planificación en los mercados para facilitar la acción de las grandes corporaciones, la concentración de los capitales que proporciona a las empresas poder de mercado y destroza las ventajas de la competencia, la escasez de crédito para fomentar la actividad y la oferta productivas que ocasiona la sobrecapitalización de las actividades especulativas. Y, por supuesto, a la inacción de los gobiernos a la hora de adoptar medidas para luchar contra todas las anteriores y que se manifiesta en su escasa voluntad de enfrentarse, por ejemplo, a los fraudes fiscales, a la evasión, a las prácticas especulativas, a la oligopolización de los procesos de distribución o a las prácticas contra la competencia.
¿Por qué quienes dicen estar tan preocupados por la inflación solo hablan de la influencia de los salarios en la subida de precios y no del poder de las grandes empresas españolas que provoca, por ejemplo, que los servicios de telecomunicación sean aquí inexplicablemente más caros que prácticamente en cualquier otro país europeo? ¿por qué ahora que se dice que hay escasez de oferta no se habla de la política agraria europea que ha reducido artificialmente la producción para privilegiar las rentas de los agricultores ricos? ¿por qué no se quiere ni mencionar que no puede ser casualidad que España tenga una inflación más elevada cuando aquí tenemos una economía sumergida que en porcentaje del PIB es más del doble que la media europea? En fin, ¿por qué no admitimos de una vez que nuestro actual modelo de crecimiento es intrínsecamente generador de tensiones sobre los precios porque pivota sobre la especulación inmobiliaria, el consumo y el endeudamiento generalizado?
Hay un par de ideas que no se puede olvidar cuando se habla de por qué suben los precios. En primer lugar, que cuando una empresa vende a precios tan elevados como los que se están alcanzando hoy día en algunos productos es porque puede. Y, por tanto, si se quiere evitar hay que actuar sobre ese poder. Y en segundo lugar, que la inflación no solo tiene causas sino propósitos. Y por esto último es quizá por donde habría de empezar a actuar.
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España). Su web: www.juantorreslopez.com