Creo que fue Mad Max una de las primeras películas donde descubrimos que el futuro podía adelantar al pasado. El cine de ciencia-ficción nos habían enseñado que en cuestión de unas cuantas décadas volaríamos en naves espaciales, competiríamos contra robots y vestiríamos con esquijamas, pero de repente, para la inmensa mayoría, las posibilidades quedaban reducidas […]
Creo que fue Mad Max una de las primeras películas donde descubrimos que el futuro podía adelantar al pasado. El cine de ciencia-ficción nos habían enseñado que en cuestión de unas cuantas décadas volaríamos en naves espaciales, competiríamos contra robots y vestiríamos con esquijamas, pero de repente, para la inmensa mayoría, las posibilidades quedaban reducidas a hacer autostop. Antes de la gran estafa de 2008, cuando el término «mileurista» era poco menos que un insulto o un sinónimo de mendicidad, discutir sobre si el salario mínimo debería subir a mil euros hubiera dado para una comedia anacrónica de Pajares y Esteso. Hoy, cuando un sueldo fijo de mil euros es casi un lujo para buena parte de la población, atracar gasolineras se ha convertido en una alternativa, sobre todo desde que han eliminado a los operarios para ahorrar gastos.
En 2008 tuvo lugar, sin duda alguna, el mayor robo de todos los tiempos: nunca tan pocos robaron tanto a tantísimos. Nos prometieron que, en cuanto el PIB alcanzara los niveles anteriores a la crisis, los síntomas de recuperación empezarían a notarse, pero la economía sigue hecha una mierda y únicamente se han recuperado los millonarios. Nos amaestraron para rescatar bancos, unos pocos, y dejar hundirse a personas, millones de ellas. Nos dijeron que había que apretarse el cinturón, pero evidentemente, se referían a apretárselo a los pobres.
En realidad, el burdo tocomocho del capitalismo ya venía preparándose desde mucho tiempo atrás, de la época en que Reagan y Thatcher multiplicaron las ganancias de los grandes empresarios al instaurar las políticas neoliberales. Los sindicatos fueron destruidos, la conciencia social borrada del mapa, la clase media está a punto de extinguirse. No hay más que comparar la situación de una familia proletaria a mediados de los sesenta (cuando un solo sueldo bastaba para pagar una vivienda, sacar adelante a los hijos, matricularlos en la universidad e incluso comprar un chalet en la sierra) con la situación de la misma familia en la actualidad, que a duras penas puede subsistir con los dos progenitores trabajando a tiempo completo. Las clases altas, sin embargo, no sólo no han sufrido los embates de las sucesivas crisis sino que, de hecho, viven mejor que nunca. Tienen más palacios, más coches, más casas, más sirvientes y más dinero. Esto sólo obedece a un simple principio psicológico, no económico. La codicia no es buena, en ningún caso. El rico no sólo quiere más: lo quiere todo.
Una novela (escrita, por cierto, por un socialista) ya había profetizado en su día la encrucijada a la que nos dirigimos. En The Time Machine, H. G. Wells llevó la lucha de clases a una bifurcación caníbal donde los ociosos y pacíficos eloi eran devorados puntualmente por los salvajes y hambrientos morlocks. No era difícil colegir que la evolución darwiniana había alcanzado un punto donde los descendientes de los trabajadores y esclavos sobrevivían bajo tierra a fuerza de comerse a sus antiguos amos. Con los drones a pleno rendimiento y la inmortalidad a la vuelta de la esquina, la historia puede volver a dar una vuelta de campana completa, como lo hizo en Grecia con los Pueblos del Mar y en Roma con los bárbaros. Sólo que los bárbaros ya están entre nosotros, exigiendo un sueldo mínimo de mil euros mensuales, mientras Mad Max va arrancando la moto.
Fuente: https://blogs.publico.es/davidtorres/2018/09/04/esperando-a-los-barbaros/