La firma en Argentina por seis presidentes latinoamericanos del acta fundacional del Banco del Sur el 9 de diciembre, a 183 años de la batalla de Ayacucho, es toda una evocación. Mientras Antonio José de Sucre culminaba la lucha por la independencia suramericana de España y su jefe Simón Bolívar convocaba al Congreso Anfictiónico […]
La firma en Argentina por seis presidentes latinoamericanos del acta fundacional del Banco del Sur el 9 de diciembre, a 183 años de la batalla de Ayacucho, es toda una evocación. Mientras Antonio José de Sucre culminaba la lucha por la independencia suramericana de España y su jefe Simón Bolívar convocaba al Congreso Anfictiónico en Panamá, se incubaba ya el germen de la división en nuestras tierras. Así, la primera gesta de independencia latinoamericana tiene dos connotaciones: la inmortal, de aquel esfuerzo titánico por liquidar las estructuras coloniales y construir una confederación de pueblos, todavía incumplida; y la ominosa, que se impuso, de la perpetuación del dominio neocolonial-oligárquico en las nuevas repúblicas, cuyas clases dominantes y las grandes potencias capitalistas se opusieron ferozmente a que fraguara el ideal del Libertador.
Han tenido que transcurrir casi dos siglos para ver el alumbramiento en la región de acciones comunes de gran calado como el rechazo al Acuerdo de Libre Comercio para las Américas, de pasos integracionistas inéditos como la Alternativa Bolivariana para nuestra América, del proyecto confederativo plasmado en la Unión de Naciones del Sur(UNASUR) y ahora la entidad financiera, que agrupa por el momento a Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela, con Chile como observador y Colombia a la expectativa. Aunque el presidente Álvaro Uribe continúa proclamando que quiere ingresar al organismo pareciera que no se decide ante una iniciativa impulsada por su homólogo venezolano Hugo Chávez, quien lo ha puesto en evidencia ante el mundo como el enemigo número uno de la paz en su país.
Comoquiera que se le vea, la decisión de crear el Banco del Sur reafirma el predominio en la América meridional de la corriente política que adversa al Consenso de Washington, formada por gobiernos ideológicamente heterogéneos pero capaces de articular acciones de desafío al orden hegemónico mundial, impensables hasta los últimos años y que hace sólo una década parecían irrealizables. Es muy significativo que las economías mayores del área y todos los Estados integrantes del MERCOSUR se hayan unido en la creación de un mecanismo para romper con la dependencia de los llamados organismos financieros internacionales, que al decir del ex presidente Néstor Kirchner «se han convertido con el paso del tiempo en un verdadero castigo para los pueblos, puesto que con sus intervenciones afectan las decisiones autónomas de las naciones».
No obstante, es temprano para considerar al Banco del Sur una realidad operante y verdaderamente impulsora del desarrollo armónico y equilibrado en la región y la integración, pues el avance hacia estos objetivos no es lineal ni exento de obstáculos. Queda por decidir en los próximos dos meses el país que lo presidirá, cómo se aportarán los fondos por los miembros, y, más importante aún, a qué se destinarán, ya que lo deseable es que el ente cumpla con el propósito anunciado de «disminuir las asimetrías» y «reducir la pobreza y la exclusión social». Si ese fuera el caso, exigiría dar prioridad al desarrollo económico y social de las naciones pequeñas o más rezagadas como Paraguay, Uruguay, Bolivia y Ecuador y a acciones integracionistas a escala continental, la intención de Caracas, pero que deberá vencer las resistencias de las burguesías de Brasil y Argentina, más proclives a la hegemonía sobre sus vecinos y a la ganancia que a la integración fraterna. Habrá que ver si el acuerdo de los siete jefes de Estado(Uruguay firmó el acta fundacional el 10/12) sobre el valor igual del voto de los miembros no es entorpecido por el criterio de sectores brasileños de que valga según el aporte de cada país, práctica antidemocrática de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, donde Washington es el que dice la última palabra.
Los miembros fundadores han dejado la puerta abierta para el ingreso de todos los países integrantes de UNASUR, dándole así una vocación inclusiva al margen de las posturas ideológicas de los gobiernos. Chávez y el ecuatoriano Rafael Correa han insistido en inyectar a la entidad la colosal masa monetaria depositada por América Latina en bancos internacionales, que con esos mismos activos le prestan a tasas leoninas.
El descalabro del dólar y la recesión estadunidense ofrecen una coyuntura favorable al despegue exitoso del Banco del Sur.