Esta pareja de dicotomías han provocado interminables debates en el seno de la izquierda durante muchos decenios y cada uno de los términos ha orientado la táctica y la estrategia de diferentes organizaciones. Con todo ese rico bagaje histórico al que poder acudir para extraer lecciones para el presente, sin embargo, muchos pensadores y activistas […]
Esta pareja de dicotomías han provocado interminables debates en el seno de la izquierda durante muchos decenios y cada uno de los términos ha orientado la táctica y la estrategia de diferentes organizaciones. Con todo ese rico bagaje histórico al que poder acudir para extraer lecciones para el presente, sin embargo, muchos pensadores y activistas de la izquierda se comportan como si la historia comenzase ahora. Es difícil saber si esta actitud se debe a la ausencia de conocimientos históricos, al desdén por las experiencias pasadas o a simple oportunismo.
Los cuatro términos utilizados se han correlacionado también a veces de manera diferente a las dos dicotomías indicadas, pero éstas han sido las más habituales. Movilizaciones y elecciones no siempre han estado en oposición, ni mucho menos, pero si ha sido más frecuente la oposición entre espontaneidad y organización. Y de la misma manera que la organización puede verse vinculada a las movilizaciones y a las elecciones, la espontaneidad es casi imposible verla relacionada con las elecciones.
El año pasado ha conocido una puesta en escena histórica de esta pareja de dicotomías en dos de los principales acontecimientos históricos acaecidos, y las consecuencias de este nuevo pulso histórico ha sido similar a otras experiencias del pasado.
Las dos grandes sacudidas históricas en el 2011 han tenido lugar en Europa, como consecuencia de la crisis económica mundial, y en el mundo árabe, fruto de la ola movilizadora iniciada en Túnez.
La segunda gran crisis económica del capitalismo alumbró a mediados del año pasado un movimiento de contestación que nació en España y prendió rápidamente en distintas partes del mundo y que se conoció como el movimiento de los indignados, con replicas en otros países como en EEUU con el movimiento Occupy Wall Street. En el mundo árabe la ola de contestación desencadenada en Túnez también recorrió diversos países, pero tuvo una especial importancia en Egipto desde el punto de vista que estamos discutiendo en este artículo, además de que el desarrollo que siga la revolución en Egipto puede marcar el camino en otros países árabes.
Ambas movilizaciones, las de los indignados y las que recorren el mundo árabe, estuvieron caracterizadas por un alto grado de espontaneidad – independientemente que luego participaran en ellas diferentes organizaciones con sus objetivos – y un fuerte poder movilizador de la sociedad. Evidentemente, las consecuencias producidas por ambos fenómenos han sido muy diferentes. En tanto que el movimiento de los indignados solo ha conseguido, hasta el momento, expresar la protesta contra las consecuencias de la crisis económica mundial y señalar claramente a los responsables de ésta; las movilizaciones del mundo árabe se han convertido en una auténtica revolución que ya ha barrido diversas dictaduras y ha originado guerras civiles e intervenciones militares del imperialismo, creando un escenario de incertidumbre cuyas consecuencias últimas son difíciles de predecir.
Sin embargo, y ese es el tema fundamental de este artículo, los resultados cosechados por la estrategia espontaneidad-movilizaciones están siendo un fracaso para las fuerzas que las han animado, siendo, por el contrario, y una vez más en la historia, la conjugación de organización y elecciones la que permite alzarse con la victoria en la actual coyuntura.
El primer escenario tiene lugar en España, cuna del movimiento de los indignados y dónde las movilizaciones que éstos han convocado han tenido un mayor seguimiento. Pues bien, en este país, justamente en los últimos seis meses, inmediatamente después del nacimiento de este movimiento y con el escenario de fondo de sus movilizaciones, el derechista Partido Popular ha desplazado del poder a la socialdemocracia en todos los niveles de gobierno (local, regional y estatal) y ha acumulado la mayor cuota de poder que un partido haya obtenido en el actual período democrático en España. El PP también había orquestado grandes movilizaciones contra el gobierno socialista, sobretodo de manera indirecta a través de la Iglesia u otras organizaciones civiles en la primera legislatura de Zapatero, Pero ha sido su capacidad organizativa (y los graves errores de la gestión socialdemócrata de la crisis, por supuesto), en la que se incluye el apoyo de un poderoso aparato mediático lo que le ha llevado a su inmenso poder actual.
El movimiento de los indignados no es algo absolutamente espontáneo, existe en su seno un cierto proceso autoorganizativo que ha mantenido la continuidad de las movilizaciones, pero no ha cristalizado en una organización permanente definida por los rasgos típicos de éstas: estructuras, objetivos, programas y estrategias. Ha sido importante para sacudir conciencias, denunciar al sistema y señalar culpables, pero, por el momento, no ha conseguido modificar ni un mínimo una situación que, por el contrario, ha empeorado en estos últimos seis meses económica, social y políticamente.
El segundo escenario es el mundo árabe. Nos encontramos también aquí con el desencadenamiento espontáneo de una movilización que se trasforma rápidamente en revolución y se propaga desde Túnez a Egipto y luego se expande a Libia, Bahrein, Yemen, Siria, Marruecos, etc. En este caso si hay consecuencias y, además, importantes. Diversas dictaduras son barridas, como en Túnez y Egipto, se producen guerras civiles como en Libia y probablemente en Siria, e intervenciones imperialistas como en Libia la OTAN o en Bahrein por parte de Arabia. En otras partes los gobiernos responden con reformas defensivas como en Marruecos o Jordania. Y el proceso está muy lejos de concluir en sus consecuencias. Pero, ¿formaban parte estas consecuencias de los objetivos buscados por las movilizaciones espontáneas que originaron el actual terremoto en el mundo árabe?
Seguramente no, desencadenada la ola revolucionaria por la intervención espontánea de las masas, son otras fuerzas perfectamente organizadas las que van tomando el protagonismo en los acontecimientos subsiguientes. Estas fuerzas pueden ser restos del viejo aparato estatal que maniobra para conservar el máximo del poder, como ocurrió en Libia u ocurre en Egipto con el ejército; pueden ser poderes imperialistas como la OTAN, potencias regionales como Arabia, o confluencias de poderes regionales como los emiratos del golfo Pérsico. Y finalmente son, sobretodo, las organizaciones islamistas que llevan mucho tiempo operando en la mayoría de esos países y han visto como los frutos de estas revoluciones pueden ser finalmente suyos.
Y de nuevo, como en el caso de los indignados en España, el binomio que se opone a la espontaneidad y las movilizaciones para alzarse con la victoria lo forman la organización y las elecciones. En Túnez y, sobretodo, en Egipto ésto ha sido de una evidencia irrefutable. En este último país, las movilizaciones consiguieron acabar con la dictadura de Mubarak, pero continuaron para intentar desactivar un control del ejército que amenaza con dejar todo como estaba a través de un cierto maquillaje en la cúpula del Estado. Pero, finalmente, parece que no va a ser el ejército el que se lleve los frutos de la revolución, sino los islamistas. Las elecciones legislativas lo han dejado claro, el islamismo moderado vinculado a los Hermanos Musulmanes ha conseguido cerca del 50% de los votos, y las expresiones más fundamentalistas cerca de otro 25%. La revolución en Egipto va a poner el poder en manos de los islamistas.
A partir de estos datos se pueden hacer todo tipo de conjeturas. Si el modelo que seguirían los nuevos países controlados por los islamistas será el de Turquía, el de Irán en una versión sunita o algún otro modelo nuevo. Si se alterarán los equilibrios de una región ya altamente inestable. Si los acontecimientos en Siria, Irak e Irán terminarán desembocando en una doble confrontación de la rama chiita con el imperialismo de un lado y con la rama sunita de otro. Pero, a los efectos de lo que se discute en este artículo, lo importante es que las movilizaciones espontáneas han servido para desencadenar una oleada revolucionaria de cambios en los que protagonistas son los actores organizados internos o externos.
¿No había sido ya bastante concluyente la historia a este respecto? En mi opinión, efectivamente son innumerables los ejemplos históricos que habían demostrado la debilidad del binomio espontaneidad y movilizaciones en ausencia de la organización, pero dos acontecimientos históricos recientes parecía que ponían en duda esta experiencia histórica.
El primero fueron las revoluciones que recorrieron Europa oriental y Rusia a finales del siglo XX y que provocaron el colapso de los regímenes de socialismo real de la zona. Movimientos más o menos espontáneos acabaron con gobiernos que pocos años antes parecían que iban a durar indefinidamente. Consiguieron su objetivo inmediato al derrocar a sus respectivos gobiernos, pero es más difícil saber si el resultado final era el buscado, porque justamente una de las características de los movimientos espontáneos es que se trata de una amalgama heterogénea de actores con un objetivo inmediato común, más allá del cual los objetivos se hacen plurales y pocos definidos.
El segundo fueron las movilizaciones anti-neoliberales de fines del siglo XX que recorrieron América Latina barriendo diferentes gobiernos. Nuevamente el objetivo primero fue alcanzado, pero el desarrollo posterior siguió derroteros diferentes según que no hubiese organizaciones capaces de definir objetivos más sólidos y dar continuidad a la energía desencadenada (caso de Argentina) o que apareciesen líderes y organizaciones que les diesen continuidad mediante su acceso al poder (Chávez, Correa, Evo y el MAS). Ha sido esta última experiencia histórica la que más ha inspirado a distintos analistas y publicistas a recuperar el valor de la espontaneidad y las movilizaciones como elementos fundamentales para la transformación social. Pero, incluso en estas experiencias, de nuevo se pone al orden del día su auténtico aporte cuando se enfrentan a las contradicciones que aparecen entre los sectores sociales que impulsaron esas movilizaciones y los nuevos gobiernos que deberían representar sus aspiraciones (tanto en Ecuador como en Bolivia o Venezuela).
Las movilizaciones espontáneas siempre encienden la solidaridad y terminan siendo envueltas por una imagen de romanticismo que perdura en la memoria de los pueblos, muchas veces a través de esa imagen romántica continuamente publicitada por sectores de la izquierda que no quieren profundizar en el análisis de los desarrollos posteriores a esas explosiones de energía popular que sirven para abrir nuevos procesos históricos, pero que son solo eso, su inicio.
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