Algunos comentaristas pensaron que la presidencia de Joe Biden sería una oportunidad para un punto de inflexión keynesiano en los Estados Unidos. Las mismas ilusiones y esperanzas habían aparecido al comienzo de la presidencia de Barack Obama en 2009.
En ambos casos las elecciones tuvieron lugar mientras los Estados Unidos estaban pasando por una grave crisis que podría llevar al gobierno a tomar medidas enérgicas que condujeran a un giro respecto a décadas de políticas neoliberales.
La administración de Barack Obama podría haber aplicado medidas de coerción contra el gran capital y, en particular, contra los grandes bancos y fondos de inversión, en gran medida responsables de la enorme crisis que explotó entre 2007 y 2008. Además, Barack Obama prometió una profunda reforma del sistema de salud, de la seguridad social, de las pensiones y la implementación de una reforma fiscal destinada a hacer que los más ricos paguen un poco más de impuestos, comenzando con el 1% más rico. No fue así.
En el caso de Joe Biden, éste anunció que pediría a las empresas más grandes y ricas que pagaran más impuestos, prometió medidas progresistas en materia del acceso a la salud, a la protección social y un salario mínimo legal de 15 dólares por hora…
Estas promesas le permitieron movilizar a su favor a sectores importantes de la juventud y a una parte del electorado que ya no acudía a las urnas. Al comienzo de su mandato, nombró a Bernie Sanders como presidente del Comité del Presupuestos del Senado, lo que pareció, a algunos y algunas, ser la garantía de la voluntad de implementar realmente medidas progresistas. Otros, incluyéndome a mí, lo vieron como una forma de atrapar a Bernie Sanders.