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Estados Unidos y su titiritero en Venezuela

Fuentes: Rebelión

El imperialismo y sus gobiernos satélites recibieron sendas derrotas ta n to en el ministerio de colonias que es la OEA (reunión extraordinaria el 23 de enero de 2019) como en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (26 de enero de 2019) convocado por Estados Unidos y donde dos verdaderos pesos completos en […]

El imperialismo y sus gobiernos satélites recibieron sendas derrotas ta n to en el ministerio de colonias que es la OEA (reunión extraordinaria el 23 de enero de 2019) como en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (26 de enero de 2019) convocado por Estados Unidos y donde dos verdaderos pesos completos en las relaciones internacionales de porte nuclear como China y Rusia, entre otros, dieron su apoyo irrestricto al gobierno bolivariano de Venezuela. No pudieron obtener acuerdos para condenar a Venezuela e incitar el derrocamiento de su gobierno mediante el reconocimiento de un minúsculo, desconocido, espurio y apátrida diputado de la Asamblea Nacional en desacato que en una plaza pública se autoproclamó «presidente encargado de Venezuela» obviamente por el magnate de la Casa Blanca Donald Trump que actúa como comandante de la asonada. Abiertamente Washington se puso al frente del golpe de Estado, como señaló correctamente el canciller venezolano, Jorge Arreaza, para promover su pretensión de derrocar al gobierno del único presidente legal y legítimamente constituido que tiene Venezuela y que es Nicolás Maduro Moros. A pesar de los millonarios recursos invertidos en esta nueva aventura imperialista, particularmente después de su fracaso en Siria, no lograron fracturar la cohesión del pueblo ni de la fuerza armada del país, la cual reiteró en sendos comunicados y demostraciones públicas su apoyo y adhesión incondicionales al gobierno constitucional.

Por ello de lo anterior resulta que del éxito o del fracaso del golpe de Estado perpetrado por Estados Unidos y sus gobiernos satélites contra el gobierno constitucional y legítimo de la República Bolivariana de Venezuela, depende el futuro de América Latina y del Caribe: o se impone y generaliza el rapaz neoliberalismo capitalista salvaje tal y como ha ocurrido en tiempos recientes de manera significativa en Brasil y Argentina, por no mencionar Chile, Paraguay o Perú, o se frena y supera la ofensiva imperialista global encabezada por el gobierno de Estados Unidos bajo la conducción del presidente de extrema derecha Donald Trump, al mismo tiempo que se auspician los procesos regionales de integración, democratización y de beneficio social para las grandes masas populares y trabajadoras de la región.

No es la primera vez que se produce un golpe de Estado en América Latina. La historia de Nuestra América está plagada de golpes de Estado, asonadas militares, cuartelazos, invasiones, balcanizaciones, desterritorialización y conquistas por parte de los imperialismos coloniales, todo ello encaminado a mantener o restablecer el dominio y el poder de las clases dominantes y de sus oligarquías dependientes y subdesarrolladas.

Es de esta manera que al periodo colonial le sucedió el oligárquico-terrateniente durante el siglo XIX y una buena parte del siglo XX. Después advino el llamado ciclo populista básicamente durante las décadas de los años treinta y cincuenta y se instaló, en las siguientes dos décadas, el de las dictaduras militares de viejo cuño que primaron prácticamente en todo el continente durante ese período, especialmente en los países del Cono Sur, expresados en las dictaduras oligárquico-militares de Argentina, Uruguay, Chile y Brasil. Enseguida se instauró el llamado «ciclo democrático» o de democratización a partir de mediados de la década de los ochenta del siglo pasado partiendo de Ecuador (1979), Perú (1980), Bolivia (1982); Argentina (1983), Uruguay y Brasil (1986); Paraguay (1989) y Chile (1990). 2 Esta secuencia daba fin formalmente al ciclo político de las dictaduras de América Latina y prácticamente hasta la fecha ningún país es formalmente dictatorial, aunque los haya profundamente contrainsurgentes y contrarrevolucionarios con fuerte influencia del poder militar. 3

Es importante señalar que el restablecimiento de los poderes del Estado: legislativo, ejecutivo y judicial lo que hizo fue que la democracia en América Latina rehabilitara nuevamente el juego de los poderes constitucionales, en especial, el legislativo, y la democracia representativa a través del voto popular, lo que configura una suerte de reconstitución del viejo Estado capitalista en el que pensó Montesquieu con su teoría constitucionalista del Estado y que ha sido una fórmula eficaz que muy bien ha servido a las clases sociales dominantes de los países dependientes y subdesarrollados donde priva la pobreza, la marginación y exclusión social y la superexplotación del trabajo.

Éste último periodo llamado por algunos de democrático y por otros de retorno a la institucionalidad y retiro de los militares a los cuarteles, se puede dividir en dos grandes sub-periodos: el primero francamente neoliberal encabezado por gobiernos como el de Carlos Saúl Menem en la Argentina y Alberto Fujimori en el Perú, mientras que el segundo se inaugura con el triunfo de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de Venezuela en diciembre de 1998 que dio que inauguró lo que podemos denominar un proceso rupturista post-neoliberal – que en realidad debería ser la primera era progresista en América Latina después de la imposición del neoliberalismo ortodoxo a partir de la década de los ochenta del siglo pasado – y que continuó con el gobierno de Néstor Kirchner en 2003 y de Lula en Brasil en este mismo año; de Tabaré Vázquez (2005) y José Mujica (2010) en Uruguay; de Evo Morales y el MAS en Bolivia (diciembre de 2005); de Rafael Correa (15 de enero de 2007 ) en Ecuador y de posteriores experiencias como la de El Salvador bajo el gobierno de Mauricio Funes en 2009 y de Salvador Sánchez Cerén en 2014, ambos del FMLN, entre otros. Gobiernos que, en el espectro político, se caracterizan por su carácter de «centro-izquierda» y que se desempeñan dentro del paradigma del capitalismo dependiente y subdesarrollado, con un despliegue de políticas neodesarrollistas de marcado carácter nacional y popular que los diferencia ciertamente de los gobiernos francamente neoliberales y de derecha a la luz de su estrecha ligazón con movimientos indígenas, campesinos, de trabajadores, estudiantiles e incluso de las clases medias. Sin embargo, no descartan hacer alianzas políticas de colaboración de clases con las oligarquías y el capital privado nacional y extranjero y, aún, con las empresas trasnacionales, pero quizás con un mayor control del que resulta del dominio espacio-temporal del paradigma neoliberal que deja completamente el proceso económico al «libre» juego de las fuerzas del mercado y reduce al Estado a desempeñarse como un simple garante y ejecutor de esas políticas antipopulares y pro-imperialistas tan caras a nuestros pueblos y a las clases trabajadoras de la región.

Preocupado ante el avance de este tipo de gobiernos progresistas en América Latina, el imperialismo norteamericano se dará a la tarea de idear nuevas formas de intervención y derrota de dichos gobiernos, comenzando con el derrocamiento parlamentario de los presidentes Manuel Zelaya, en Honduras en junio del 2009, y de Fernando Lugo en el Paraguay mediante juicio político en junio de 2012. Esta fase se diferencia de – e inaugura – lo que se ha denominado como golpe parlamentario, blando o judicial contra los gobiernos libremente electos con una alta legitimidad popular. Es el caso de la destitución de la presidenta constitucional de Brasil, Dilma Rousseff (31 de agosto de 2016) y la consiguiente imposición de un presidente de facto, no electo, Michel Temer, aunado al posterior encarcelamiento del ex-presidente Lula. En Argentina, si bien ganó por un estrecho margen (de 2.68%) en los comicios la derecha empresarial encabezada por Mauricio Macri en la segunda vuelta celebrada el 22 de noviembre de 2015. En Honduras (26 de noviembre de 2017) se activó un golpe de Estado con fraude electoral que mantuvo en el poder al actual presidente mediado por el establecimiento del estado de sitio y la represión a la población indignada para imponer al impopular y repudiado candidato oficial que era el mismo presidente de la República, Juan Orlando Hernández, y que contó con el beneplácito implícito tanto de Estados Unidos como de la OEA y de la mayor parte de los gobiernos de derecha articulados en el Cartel de Lima. El más reciente acontecimiento ocurrió en Brasil donde el actual presidente y ex-capitán del ejército, Jair Bolsonaro, defensor de la dictadura militar y afín al sionismo israelita, ganó las elecciones presidenciales y ya ha venido impulsado un régimen extremo de neoliberalismo salvaje siguiendo el ejemplo, por cierto fallido, de su vecino Macri. De esta forma hay que enfatizar que el subimperialismo brasileño, bajo conducción filo-neoliberal, se apunta como el mejor peón de Estados Unidos para ensayar una intentona de ataque a Venezuela tal vez con la participación de alguno de los gobiernos del Cartel de Lima. 4

Lo anterior en el fondo expresa que el imperialismo es capaz de echar a andar todo un andamiaje que combina estrategias que tanto recurren al golpe judicial parlamentario, como al desarrollo de comicios que, aprovechando las propias limitaciones y errores de los contrincantes, aseguren y reproduzcan sus intereses políticos y geoestratégicos contando con la sumisión a sus designios de los gobiernos satélites conservadores de la derecha extrema, en este caso, en particular, del llamado grupo de Lima.

Hace más de tres décadas Ruy Mauro Marini estableció el proceso socio-político que concluye en el golpe de Estado en América Latina; dice que:

«… la contrarrevolución latinoamericana se inicia con un periodo de desestabilización, durante el cual las fuerzas reaccionarias tratan de agrupar en torno a sí al conjunto de la burguesía y de sembrar en el movimiento popular la división, la desconfianza en sus fuerzas y en sus dirigentes; continúa a través de un golpe de Estado, llevado a cabo por las Fuerzas Armadas, y se resuelve con la instauración de una dictadura militar». 5

En el caso que nos ocupa y que es Venezuela, la desestabilización, como reiteradamente lo ha denunciado el gobierno bolivariano, comenzó desde el triunfo del comandante Hugo Chávez Frías y con la instauración de la V República donde las fuerzas reaccionarias ahora encarnadas en la llamada «oposición» han intentado agrupar, sin conseguirlo, en torno a sí a las fuerzas de la burguesía y la oligarquía, así como a sectores populares a su causa que es el derrocamiento del gobierno mediante la división de las fuerzas revolucionarias tanto entre el gobierno y las milicias como en las filas chavistas del movimiento popular. En seguida, primero con intentos como el fallido golpe de Estado contra el gobierno de Hugo Chávez el 11 de abril de 2002, y ahora con el que perpetra Estados Unidos mediante el reconocimiento de un diputado desconocido que se auto declaró en un mitin de calle «presidente interino» encargado por el gobierno de Trump de coronar la intentona golpista. Por último, desesperados los imperialistas y sus satélites opositores tanto internos como externos, han intentado infructuosamente hasta ahora introducir división en las fuerzas armadas sin conseguirlo. Por el contrario, estas reiteradamente han declarado su apoyo y adhesión incondicional y explícito tanto a la Constitución Política del país, como al presidente legítimo Nicolás Maduro Moros. Por lo tanto, la crisis no se ha resuelto en el golpe militar de corte clásico (tercer etapa del golpe de Estado) como se resolvió, por ejemplo, con el golpe militar en 1964 en Brasil; o en 1973, en Chile. Porque aún permanece el gobierno constitucional, legal y legítimamente electo en Venezuela el 20 de mayo de 2018 por un período de 6 años, hasta el año 2025.

Consideramos que si bien la incidencia de un golpe de Estado, sea por la vía militar o parlamentaria, tiene por objetivo instituir regímenes represivos afines y concordantes con los intereses geopolíticos del imperialismo norteamericano (Brasil, Argentina, Chile, Paraguay, Honduras), sin embargo, en el caso de Venezuela el golpe perpetrado mediante el intento de constituir un gobierno títere paralelo, pretende destruir la corriente histórica bolivariana y chavista, apropiarse de los recursos energéticos y minerales del país, a la par que Instituir un régimen geopolítico y económico que sirva como patio trasero de Estados Unidos en sus enfrentamientos contra potencias de verdadero porte nuclear como Rusia y China.

Mientras se mantenga la Alianza Cívico-Militar de un pueblo digno y combatiente el imperialismo y sus esbirros-lacayos latinoamericanos y europeos no podrán desplazar del poder a un gobierno legítima y legalmente electo por el pueblo como es el venezolano. Superando esta nueva contrarrevolución comandada por Estados Unidos con la utilización masiva y desesperada de todos los instrumentos de la llamada «guerra de quinta generación», «híbrida» o «guerra múltiple ilimitada» en la que destaca el boicot, los bloqueos a la adquisición de medicinas y productos básicos y la guerra económica y financiera, así como la implementación de las llamadas «sanciones» que en realidad son agresiones (como si Estados Unidos fuera el juez universal de la humanidad y no un imperialismo vil y canalla en decadencia). La medida más severa que ha tomado hasta ahora Estados Unidos es el anuncio del Departamento del Tesoro el 28 de enero de 2019 de congelar los activos de la filial CITGO asentada en Estados Unidos propiedad de la compañía de Petróleos de Venezuela (PDVSA) junto con la prohibición a los estadounidenses de hacer negocios con la empresa venezolana. Según el Asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, el monto que pretende robar Estados Unidos a Venezuela equivale a 7 mil millones de dólares, además de otros 11 mil millones de dólares que se podrían perder por concepto de la reducción de las importaciones de petróleo. Con esta «expropiación» pretenden financiar al titiritero golpista para instaurar un «gobierno» sin pueblo ni territorio en el exterior radicado en Miami. Pero el show mediático se encarga de promover estas acciones lesivas para el pueblo venezolano, para lo que recurren a dispositivos como el uso de los medios corporativos de información y comunicación incluyendo las llamadas redes sociales, encaminados, como objetivo supremo, a destruir al enemigo identificado en el chavismo y su gobierno bolivariano, así como a apropiarse de sus recursos naturales y energéticos; de su propio territorio para ponerlos al servicio de las empresas trasnacionales tal y como ocurrió en los casos de Libia, Iraq, Afganistán, Ucrania, etcétera, entre otros, y se intentó, sin conseguirlo, en Siria que mantiene la unidad territorial y política de su Estado-nación a pesar de los intentos de Estados Unidos y de los grupos terroristas apoyados y financiados por él.

La hora de Venezuela en el concierto mundial y regional es la hora de las definiciones de América Latina y el Caribe: o se avanza hacia nuevas formas de vida, de trabajo y de solidaridad social entre los pueblos y las naciones o se retrotrae y el continente retrocede a la época de las mazmorras de la barbarie, el colonialismo, la decadencia y el exterminio humano y social que provocan el capitalismo y el imperialismo en su declive secular.

Notas:

1 Adrián Sotelo Valencia es Sociólogo y doctor en Estudios Latinoamericanos de la FCPyS-UNAM.

2 Agustín Cueva, «Posfacio: los años ochenta: una crisis de alta intensidad», en: El desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México, 1993, 14a Edición, pp. 263-264.

3 Para el ciclo de las democracias y los gobiernos civiles, véase: James Petras y Morris Morley, «Los ciclos políticos neoliberales: América Latina se ‘ajusta’ a la pobreza y a la riqueza en la era de los mercados libres», en John Saxe Fernández, op. cit., 215-246. Existe edición en AKAL.

4 Este Grupo o Cartel está integrado por Argentina , Brasil , Canadá , Chile , Colombia , Costa Rica , Guatemala , Honduras , México , Panamá , Paraguay y Perú , Guyana y Santa Lucía . Su objetivo mandatado por el Departamento de Estado norteamericano es destruir el chavismo-bolivarianismo e instituir la vieja Cuarta República neoliberal bajo conducción de la oligarquía, del FMI y de las empresas trasnacionales norteamericanas para lo que requiere del despalzamiento del actual presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Es menester indicar que a raíz del triunfo de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México, se retornó a la política constitucional -por cierto sistemáticamente violada por los anteriores gobiernos neoliberales- basada en la libre determinación de los pueblos y en la no intervención en los asuntos internos de otros Estados.

5 Ruy Mauro Marini, «La cuestión del fascismo en América Latina», Cuadernos Políticos no. 18, octubre-diciembre de 1978, p. 24.

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