En este texto el autor sostiene que el clima asfixiante que anunciaba un golpe en Brasil parece haberse calmado después de la presentación de la precandidatura de Lula el 7 de mayo.
Los medios están llenos de elucubraciones sobre un posible golpe de Estado: ¿será el martes o el jueves? A lo mejor en agosto. Seguramente antes de las elecciones de octubre, porque Bolsonaro sabe que no ganará en las urnas. Las encuestas se repiten siempre: Lula, 45% de intención de votos; Bolsonaro, 31% (ciertamente, subió en intención de voto al sumar los votos de Moro, que desistió de ser candidato). En segunda vuelta, si la hay, Lula gana por 20 puntos.
¿Con quiénes cuenta Bolsonaro para promover el golpe de Estado? Primero: con los empresarios, que tienen dinero pero no tienen votos; segundo, con los militares, aunque no se sabe cuántos, que no tienen sufragios, pero tienen armas; tercero, con los evangélicos, cuya fe está dividida entre los dos candidatos.
¿Es suficiente? Está claro que Bolsonaro está entusiasmado con la idea de un golpe de Estado. Pero, ¿podrá? Incluso contando con los militares, éstos no se atreverían sin el apoyo de los Estados Unidos, que ya ha enviado emisarios a Brasil para decirle a Bolsonaro que respete los resultados electorales. Biden teme a Trump, quién tiene el apoyo total de Bolsonaro. Por eso Biden no apoya a Bolsonaro.
Pero Bolsonaro no tiene alternativa, porque sabe -o se imagina-, lo que le puede pasar a él y a sus hijos en caso de que tenga que abandonar la presidencia. Por esa razón fue subiendo el tono de sus discursos: anunció que los militares realizarán un recuento paralelo de votos, señalando que en caso de que se produzcan situaciones anómalas, podría suspender las elecciones (¡cómo si tuviera poder para eso!). Vuelve a animar a las personas a armarse y a acusar a las urnas electrónicas como fuente de posibles fraudes.
Hay que tener presente que Bolsonaro acaba de anular una condena a prisión dictada por el Supremo contra un parlamentario muy vinculado a él, que había sido condenado por amenazas contra del poder judicial, concediéndole el indulto que le evitó ir a prisión, no así la pérdida de mandato y la suspensión de sus derechos políticos. Se intensifica así la guerra entre el presidente y el poder judicial. Al mismo tiempo, el Tribunal Superior Electoral negó la posibilidad de que los militares puedan realizar el escrutinio de los votos.
La combinación entre esas declaraciones y las denuncias, llevan a los periódicos a dar por supuesto que habrá un golpe de Estado; incluso hay periodistas que recomiendan a la gente que se prepare para ese supuesto, para lo que les animan a guardar la plata (siempre que la tengan, claro). La prensa ha creado un clima que sirve para la normalización del golpe de Estado.
El lanzamiento de la precandidatura a la presidencia de Lula, junto con su vicepresidente Geraldo Alckmin –hay que recordar que la campaña se inicia oficialmente en agosto, con horarios en los medios y lanzamiento definitivo de las candidaturas-, hizo que el ambiente cambiase algo.
El acto se dio en un gran auditorio de Sao Paulo, con 4 mil invitados y presencia de gran cantidad de representantes de los siete partidos que apoyan la candidatura, de dirigentes de otros partidos y de miembros de movimientos populares de todo el país.
Fue un acto simple: Alckmin habló de su casa, porque se contagió la covid-19. Lula leyó su discurso, le ocupó 45 minutos, como candidato a la presidencia de Brasil con tono de estadista, denunciando la situación catastrófica del país y recordando lo que su gobierno ya ha hecho por Brasil y anunciando las diferentes medidas que pretende tomar. No obstante, hubo algunos momentos de improvisación al inicio y al final de discurso.
El eje del discurso fue la necesidad de redemocratización del país y el anuncio de medidas de carácter antineoliberal, entre las que mencionó, por ejemplo, las siguiente: una reforma tributaria que permitirá al Estado recuperar el crecimiento económico y la implementación de políticas sociales; la recuperación de las empresas vía estatalización; la revisión de la reforma laboral, que atenta gravemente contra los derechos de los trabajadores; y, la anulación del llamado techo de gastos, entre otras medidas.
Lula salió del acto para retomar sus viajes por el país, inmediatamente estará en Minas Gerais y en Santa Catarina. Hasta el 17, porque el 18 de mayo Lula se casa de nuevo, con la mujer que le acompañó durante todo el tiempo que permaneció en la prisión en Curitiba (de donde también heredó la perrita Resistencia, que vive ahora en su casa).
Bastó ese acto para cambiar el clima político en Brasil: el golpe pasó de una certeza, a una posibilidad lejana. La presencia de la candidatura de Lula reintrodujo la esperanza en su victoria, la confianza de que va a ganar, gobernar y volver a cambiar el país para mejor.
Bolsonaro, mientras tenía lugar el acto, paseaba en moto con sus correligionarios por el interior de Río Grande do Sul. Además, bajó el tono de sus declaraciones, acusando el cambio de clima político.
A poco más de cuatro meses de la primera vuelta de las elecciones presidenciales –el 2 de octubre-, Brasil oscila cada vez menos entre dos posibilidades radicalmente distintas: Lula o golpe de Estado.
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