Traducido para Rebelión por Jorge Aldao y revisado por Caty R.
Debemos ser cuidadosos antes de sacar conclusiones apresuradas sobre la correlación entre la religiosidad y la desintegración de la sociedad.
Las creencias religiosas populares tienen su origen en condiciones sociales disfuncionales. Ésta es la conclusión de la última investigación sociológica llevada a cabo por Gregory Paul. Sugiere que la religión, lejos de ser beneficiosa como generadora de hipótesis socioeconómicas éticas, en el ámbito popular es un mecanismo psicológico para hacer frente a los altos niveles de estrés y ansiedad.
Durante mucho tiempo he estado interesada en el trabajo de Paul, porque encara un montón de cuestiones fascinantes. ¿Por qué los estadounidenses son tan religiosos mientras aumenta el secularismo en el resto de los países desarrollados? ¿Las creencias religiosas benefician a las sociedades? ¿La religión hace que la gente se comporte mejor?
Muchos creyentes aceptan sin dudarlo que así es, incluso creen que no puede existir la moral sin la religión. Citan a George Washington, quien creía que la moral de la nación no podía prevalecer sin principios religiosos, o la famosa afirmación de Dostoievsky (en realidad son palabras de su personaje, Iván Karamazov) por las que «sin Dios todo está permitido», y también están los estadounidenses que defienden los particularmente altos niveles de religiosidad de su país afirmando que la caridad basada en la fe es mejor que la protección gubernamental.
Por su parte, los ateos, naturalistas y humanistas discrepan alegando que es perfectamente posible ser personas morales sin Dios. La psicología evolutiva pone de manifiesto la moralidad común de nuestra especie y los valores universales de justicia, bondad y reciprocidad. Pero, ¿quién tiene razón? Como científica, quiero pruebas. ¿Qué sucedería si, en contra de mis convicciones, resultara que las personas religiosas se comportan mejor que los ateos y que las sociedades religiosas son mejores en algunos aspectos importantes que las no religiosas? En ese caso tendría motivos para reconsiderar algunas de mis ideas.
Aquí es donde intervienen Gregory Paul y su investigación. Ya he citado anteriormente su investigación de 2005, la cual mostró fuertes correlaciones positivas entre las naciones con creencias religiosas y los niveles de asesinatos, embarazos adolescentes, abuso de drogas y otros indicadores de disfuncionalidad. Esto al menos parecería indicar que el hecho de ser religioso no ayuda necesariamente a construir una sociedad mejor. El problema es que sólo podía mostrar correlaciones, pero los avances de su nueva investigación parecen demostrar relaciones de causalidad. Si esto es así, tendría consecuencias importantes.
En esta última investigación, Paul mide la religiosidad popular en las naciones desarrolladas y luego la compara con la «Escala de Sociedades Exitosas» (SSS) que incluye ítems como tasa de homicidios, proporción de población en las cárceles, mortalidad infantil, enfermedades de transmisión sexual, alumbramientos y abortos en adolescentes, corrupción, desigualdades de rentas y muchas otras. En otras palabras, es su manera de resumir la salud de una sociedad, y los valores extremos de esta comparación señalan a Estados Unidos con una impresionante lista de fracasos. En casi todas las mediciones, Estados Unidos sale peor parado que cualquier otro país del mundo desarrollado y es, también, el más religioso.
Por esta razón, Paul realizó sus análisis con y sin la inclusión de Estados Unidos pero, de todas maneras, se presentaron las mismas correlaciones. Las naciones del primer mundo con los más altos grados de creencia religiosa son también las que exhiben todos los síntomas de disfunción social. Estas correlaciones son verdaderamente impresionantes ya que no son «apenas reseñables» o de alguna manera marginales. Muchas, como las existentes entre la religiosidad popular y el aborto y las enfermedades de transmisión sexual entre adolescentes, exhiben coeficientes de correlación de más de 0,9 y la correlación general es de 0,7 si se incluye a Estados Unidos y de 0,5 si no se incluye. Estas son correlaciones importantes. Pero, ¿por qué?
El paso crítico entre la correlación y la causa no es sencillo. Paul analiza todo tipo de posibilidades. La inmigración y la diversidad no explican estas correlaciones, ni tampoco que los métodos violentos pasen la frontera de unos países a otros, lo que le ha llevado a concluir que: «Puesto que las democracias altamente secularizadas son significativa y regularmente superiores a las sociedades teístas, las hipótesis de que éstas generan condiciones socioeconómicas más éticas deben rechazarse a favor de la hipótesis de una mayor moralidad socioeconómica en las sociedades seculares democráticas». «La ‘prosocialidad’ y la caridad religiosa son menos eficaces en la mejora de las condiciones sociales que los programas de los gobiernos seculares».
Paul también esboza las implicaciones para la evolución humana. Al contrario que Dan Dennett, Pascal Boyer y otros, sostiene que la religión no es una tendencia profundamente arraigada o heredada, sino que se trata de una muleta a la que recurren las personas cuando se encuentran sometidas a una tensión extrema, «una invención natural de la mente humana como respuesta a un hábitat deficiente». Los estadounidenses, dice, sufren una tensión y ansiedad terribles debido a la falta de un sistema de salud universal, al ambiente económico competitivo y a las crecientes desigualdades de renta, y en estas condiciones la confianza en un creador sobrenatural y la observancia religiosa proporcionan alivio. Por el contrario, la mayoría de las clases medias de Europa Occidental, Canadá, Australia y Japón tienen garantizado un tipo de vida que no hace necesario buscar ayuda en un creador sobrenatural.
Éstas son conclusiones importantes, y si son correctas hay que tenerlas en cuenta, especialmente Estados Unidos. Pero, ¿son ciertas? Mantengo cierta cautela y sigo teniendo presente la observación de que en la ciencia es demasiado fácil aplicar una mirada más crítica a aquellas investigaciones con cuyas conclusiones discrepamos.
En este caso, el sinuoso camino entre la correlación y las causas incluye muchos pasos cuestionables y, claramente, se hace necesaria una mayor investigación. También me consternó algo que podría parecer trivial, el espantoso número de errores tipográficos y de otro tipo en la única versión del documento que pude encontrar, que se encuentra enlazada con el comunicado de prensa y con otros sitios. Faltan palabras y otras sobran, their (su) por there (ahí) y otros errores que hacían difícil seguir el hilo de la lectura. Y me preguntaba: si el texto está tan pobremente verificado, ¿qué sucede con los datos? ¿Debo aplicar también estas inquietudes críticas a las correlaciones sorprendentemente altas?
Pienso que haremos averiguaciones, porque es un tema candente y una pujante área de investigación. Por ahora no estoy necesariamente de acuerdo con Paul en que «probablemente no es posible que una nación sana sea altamente religiosa», pero ha demostrado que las naciones más saludables también son las menos religiosas
Fuente: http://www.guardian.co.uk/