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Sobre una pregunta sin contestar en la presentación del libro de Rafael Rojas, Tumbas sin sosiego, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid

Esto no son tumbas, es un cementerio entero

Fuentes: Rebelión

Hacía mucho que no acudía a un velatorio «cultural». El viernes 19 de mayo, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, durante la presentación del libro de Rafael Rojas, Tumbas sin sosiego, el último premio de ensayo de Anagrama, recordé por qué dejé de ir a este tipo de simulacros y de velorios de […]

Hacía mucho que no acudía a un velatorio «cultural». El viernes 19 de mayo, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, durante la presentación del libro de Rafael Rojas, Tumbas sin sosiego, el último premio de ensayo de Anagrama, recordé por qué dejé de ir a este tipo de simulacros y de velorios de la inteligencia.

Los detalles nos conducen a la realidad

Tal vez fue por el tiempo pasado desde la última vez, por lo que me entretuve en observar tan atentamente todo el ritual preambular del acto, la paulatina llegada de los concurrentes, sus gestos, sus miradas, los rostros de los que se reconocían y se saludaban, detalles en los que habitualmente no reparamos (que casi los había olvidado). Y cuánto, sin embargo, podemos deducir -si miramos con atención- de ellos; de ese ruidoso turno previo de compadreo entre los invitados, con los consabidos saludos, aspavientos, protestas por el tiempo transcurrido desde la última vez, besos a las señoras, abrazos entre los señores, y campechanos palmetazos de gente confianzuda y encantada de haberse conocido; en fin, de toda esa etiqueta tan castiza -que apesta a clase media con traje de domingo-, tan característica de este tipo de reuniones sociales, en las que nunca falta -claro está- un inmodesto y gesticulador maestro de ceremonias -que pocas veces es el autor premiado o persona principal, sino algún espontáneo segundón-, y cuyo papel, en este caso, correspondió a Salvador Clotas, miembro del jurado concesor. Él fue quien entretuvo la espera -pavoneándose entre conocidos y desconocidos, como diciendo: aquí estoy yo, y este, mi palmito-; y quien disimuló, con su desparpajo, el despiste y la falta de puntualidad de ese otro invitado -pues siempre hay alguno- que no aparece a la hora convenida -en este caso, Antonio Elorza-. Mientras Jorge Herralde, el editor -en un escogido segundo plano-, no dejaba de sonreír y de asentir a todo amablemente, pero con un no disimulado envaramiento -como si quisiese estar en otra parte-, que no abandonó durante su breve introducción al acto… Tumbas sin sosiego es, para él, una «reflexión historiográfica sobre Cuba, en la que se aboga por una tercera vía centrista [¿global?, ¿única posible?, ¿única aceptable?], al margen [¿fuera del tiempo y del espacio concretos?] del castrismo y del exilio, para construir el país [¿es necesario construirlo?, ¿no está acaso construido ya?, ¿alguien lo ha destruido?, ¿quién lo ha destruido?, ¿por qué?], una vez desaparezca el régimen de Fidel Castro»…

En fin, ni carne ni pescado, ni frío ni caliente, nada de comprometerse con una idea concreta, con un hecho concreto; lo de tomar partido, ni hablar; dicho de otro modo, paz, amor y concordia para todos, siempre que el hijo -el pueblo- pródigo regrese al redil, a la casa del padre -del orden- común [¿Es eso lo que piensa de verdad Jorge Herralde?]

Una anomalía lógica

Oído el discurso de Elorza, pues el de Clotas, del tipo yo y Cuba, yo y Lezama, yo y Jesús Díaz, yo y el hijo de Jesús Díaz -que al final resultó que no era el hijo de Jesús Díaz-, etcétera, etcétera, no tuvo ni pies ni cabeza, y vino -en última instancia- a confirmar la opinión de Vicente Verdú acerca del libro, como una larga y «pesada guía telefónica»; analizado el encomio del más listo de los dos (del que mejor se ganó el estipendio), Cuba es una anomalía cuasi metafísica, en medio de un Limbo histórico rodeado de vacío, e inconcreto; en el que ni la geopolítica existe, ni las pretensiones de dominación colonial norteamericana existen, ni han existido; ni el bloqueo económico, ni la coacción política, se han dado, ni -por supuesto- se dan ahora [tanto es así que el autor y su obra se quejan del deprimente «desinterés» (sic.) que las administraciones norteamericanas muestran por Cuba]; una especie de maligno tumor histórico, en el que las condiciones materiales de la historia misma, como la pobreza, los mecanismos de dominación, de producción y reparto de la riqueza, la injusticia, la manipulación o la financiación de golpes de mano desestabilizadores -y otras fruslerías por el estilo-, ni deben ser tenidas en cuenta, ni aportan nada al análisis del fenómeno, ni aun como hitos o postes informativos que nos ayuden a manejarnos en las encrucijadas, en las bifurcaciones y en los ramales de que toda discusión seria y con calado está inevitablemente compuesta.

Una anomalía lógica que no debiera existir -en un mundo global y democráticamente ordenado como el nuestro-, pero que existe. Y lo peor es que ha devenido, finalmente, una anomalía tumoral contagiosa, pues qué hacer, cómo comprender, si no, la revolución bolivariana de un tal Chávez; cómo entender, si no, a los indígenas bolivianos de Evo Morales… ¿Qué pasa con todos ellos? ¿Es que no son conscientes de su anómala metástasis? ¿Nadie, entre ellos, repara en el hecho tremendo de que, con sus rarezas, nos estropean las cuentas y los silogismos -tan perfectamente lógicos y razonables– a los «intelectuales demócratas» del mundo? [pues así se anunció a sí mismo Rafael Rojas: «soy un intelectual cubano -demócrata- en el exilio»] ¿Pero no eran nuestros el petróleo, el gas y las tierras? ¿Qué quieren esos ignorantes desarrapados ahora? ¿Qué pretenden hacer con nuestros intereses?

El Imperio no quiere; nosotros, los amantes de la lógica y de las revoluciones perdidas (¡qué poéticas y melancólicas resultan!), tampoco queremos. Entonces, ¿cómo puede resistirse a la lógica de las cosas, y a nuestros deseos (y ya va para casi cincuenta años), un puñetero pueblo caribeño encerrado en una isla –aislada (¿?), para más señas-, a unas pocas millas náuticas de la madre de las democracias, sede imperial y majestuoso faro de la razón universal? O ¿cómo pueden, unos pocos indígenenas vencidos por la Historia, plantar cara de esa manera a la lógica del capital y de los mercados internacionales?

No se han enterado, quizás, aún (al fin y al cabo, no son intelectuales, ni demócratas, ni están al tanto de las reglas que rigen el mundo) de que el socialismo ha muerto, que los sueños han muerto, que los deseos han muerto, que la Historia y la realidad entera han muerto, y que los pobres -y los soñadores, y los impacientes- deben dirigirse («vencidos y desarmados») con resignada aceptación a sus reservas, y permanecer confinados en ellas, hasta que alguna ONG se apiade de ellos, o se convoque algún premio a la fotografía o al documental humanitario del año.

Un cementerio entero

Y, con todo, no son los despropósitos, las medias verdades, las presunciones torticeras y la ocultación de información relevante, de que fuimos testigo, el viernes diecinueve, lo que verdaderamente ha motivado esta breve reflexión -airada, lo reconozco- sobre lo acaecido y lo dicho en la presentación del libro de Rafael Rojas [dejo a un lado la equiparación -sin mediar análisis concreto alguno- entre la dictadura franquista y la revolución cubana, o la burla paródica que Antonio Elorza hizo de la participación de los trabajadores cubanos en la fundación de la Unión de Escritores, olvidándose, sin ir más lejos, del ambiente vivido y la atmósfera de comunión habida entre los trabajadores y los escritores en su propio país, durante las misiones pedagógicas, por ejemplo, o durante los congresos de escritores y artistas antifascistas, en los ateneos libertarios y en las mismas trincheras] Lo que realmente ha causado este escrito es algo, desde mi punto de vista, aún más grave; la práctica constatación, una vez más, de la muerte del pensamiento.

Si la verdad, el debate democrático y el encuentro son -como repitió Jorge Herralde en su introducción- los fundamentos sobre los que el autor del ensayo premiado, Rafael Rojas, se propone construir el futuro de Cuba; y si, para América Latina, África o Asia, no hay más alternativa que nuestra democracia, la demostración práctica no pudo ser más fallida y tramposa… Aunque lo lamentable de verdad es que el acto del viernes diecinueve, no es más que la enésima edición -clónica- de los cientos, de los miles de simulaciones rituales, vacías de contenido, desalentadoras, aterradoras -para los que prevén sus consecuencias- que a lo largo y a lo ancho de este gran cementerio se repiten idénticas a sí mismas… Actos sin sentido, falsarios, en donde si alguien desconocido, que no está en el compadreo, como es mi caso, se levanta y hace una pregunta concreta sobre una realidad concreta, «intelectuales» y «demócratas» de la talla de los presentes se sienten acorralados, paralizados por una sola pregunta, incapaces de responder, de reaccionar siquiera con la elegancia y la educación propia de los que se creen elegidos y tocados por la razón; ni siquiera el más zorro y listo de ellos, Antonio Elorza, que sólo se limitó a indicarle a su amigo, el autor del ensayo premiado, que mi cuaderno de notas era la prueba irrefutable de que iba preparado, que no me contestase, que no entrase en la provocación; ni siquiera el más zorro de todos estuvo a la altura, tan desacostumbrado es que alguien se levante con un cuaderno de notas en un velatorio de ese tipo -en donde sólo reinan la tautología y el asentimiento: como el silencio reina en los cementerios- y, mostrando interés por lo que se acaba de decir, disienta, y se muestre dispuesto a debatir abiertamente, sin prejuicios, con las cartas boca arriba; tan raro es que alguien se levante en un velorio de esos y aporte datos concretos sobre realidades concretas, que ni siquiera el más zorro de ellos tiene entrenado ya los reflejos para responder.

Rafael Rojas, en la memoria cubana hay, quedan tumbas sin sosiego, no lo dudo; en la nuestra, todo es un enorme y desolado cementerio silencioso y apaciguado.

La pregunta sigue en pie

En la página Web de la de la National Endowment for Democracy -un organismo que el diario The New York Times, del 31 de marzo de 1997, declara como una de las pantallas de la CIA para financiar acciones de desestabilización contra naciones enemigas-, se puede leer que la revista Encuentro que usted dirige recibe anualmente de ese organismo unos ochenta y tres mil dólares (hay fuentes que hablan de más de doscientos mil, en el año 2005) Usted ha dicho que Encuentro es un proyecto autónomo. ¿Quién miente, entonces, Rafael Rojas, la National Endowment for Democracy, o el diario The New York Times?