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Entrevista con Ricardo Rodríguez sobre "El secreto de Sócrates. De dos filósofos y un gato”

«Estoy convencido de que el sarcasmo y la caricatura constituyen los dos recursos más poderosos del arte.»

Fuentes: El Viejo Topo

Ricardo Rodríguez nació en 1968 en Cabezamesada (Toledo) y en la actualidad reside en Leganés (Madrid). Sumados a relatos como «La caravana», «El sueño de la razón» y «La parábola del ingeniero», entre sus obras cabe citar Cucharadas de mar (Huerga & Fierro editores, 2003) y La moral del verdugo (Mondadori, 2005). Ha coordinado y […]

Ricardo Rodríguez nació en 1968 en Cabezamesada (Toledo) y en la actualidad reside en Leganés (Madrid). Sumados a relatos como «La caravana», «El sueño de la razón» y «La parábola del ingeniero», entre sus obras cabe citar Cucharadas de mar (Huerga & Fierro editores, 2003) y La moral del verdugo (Mondadori, 2005). Ha coordinado y prologado además la edición de la obra El realismo social en la literatura española (CEDMA, 2007), trabajo colectivo en homenaje a Juan García Hortelano.

Nuestra conversación se centra fundamentalmente en su última novela: El secreto de Sócrates (Piel de zapa, 2015).

***

 

Felicidades por tu nueva novela. El secreto de Sócrates es su título. ¿Un homenaje al clásico o una estratagema para interesar al lector/a?

En la elección de títulos de mis escritos, y no sólo de los de narrativa, acostumbro a ser un tanto intuitivo, lo que no significa por supuesto que se me ocurran sin relación con el contenido de lo que anuncian, pero sí que los decido por tanteo y, cuando termino de escribir, compruebo si se ajustan a lo escrito para, en caso contrario, cambiarlos.

El secreto de Sócrates tiene, por lo que se refiere al nombre tanto del protagonista como de su amigo Diógenes, un antecedente, que es el relato El sueño de la razón, que publiqué dentro del libro colectivo Cuentos afrancesados ( Bartleby Editores), en el que dos locos llamados Sócrates y Diógenes discuten en un manicomio sobre el célebre aguafuerte de Goya, ante la mirada del psiquiatra, que se llama también con toda intención doctor Strauss, en alusión al filósofo del siglo XX Leo Strauss, quien tanto tiene que ver con la codificación de una razón o sinrazón mítica del poder y que tanta influencia ejerció sobre algunos de los hombres más poderosos de diferentes gobiernos norteamericanos. Ya en aquel relato bautizar a mis personajes con los nombres de tan destacados, y tan distintos, filósofos griegos era en buena medida una broma, pero una broma fabricada muy en serio. Una broma que en esta novela adquiere mayor entidad y rasgos muy concretos y que, en el caso de Sócrates, se transforma en una determinación del destino del personaje, un tipejo gris y aburrido a fin de cuentas, que se esfuerza por dejar de serlo de una manera ciertamente poco eficaz. El secreto, si es que tal secreto de verdad existe, cosa que no vamos a adelantar, no es por tanto el del filósofo clásico, sino el del hombre común abrumado por su insignificancia y su perplejidad ante un mundo que no entiende.

¿Estamos ante una novela filosófica, apta tan sólo para sesudos lectores amantes del dialógico filosofar del clásico o es apta también para otros lectores?

Hace poco tiempo tuve oportunidad de explicar que El secreto de Sócrates no quiere ser, y creo que no es, un ensayo novelado, sino una novela, en la que lo central son los personajes, las situaciones en las que esos personajes se encuentran y sus actos. La narración no es una mera excusa para una tesis filosófica sino que, en todo caso, al revés, la filosofía resulta un soporte de una narración que posee cuerpo propio. Por eso confío en que sea posible leer el libro y disfrutar de la lectura sin poseer grandes conocimientos de filosofía, conocimientos que por lo demás tampoco yo atesoro, e incluso que se pueda leer sin saber nada de filosofía. Me esfuerzo mucho además en que mis novelas resulten amenas, y aun divertidas, aunque no sé hasta qué punto lo consigo. Ello no obsta para que los aficionados a la filosofía puedan hallar interés en el recorrido bufonesco que se hace por ciertos hitos de la historia del pensamiento. Tengo fe en que perdonen las irreverencias, eso sí.

En resumen, me gustaría que la novela pudiese tener diferentes lecturas, según quien sea el lector. Ahora bien, del mismo modo aspiro a que hasta para quien nada importa la filosofía la narración siempre sugiera algo sobre la vida.

¿Te importa que te diga que es una de las novelas con las que más me he reído desde hace mucho tiempo? Aunque no sólo me he reído desde luego.

No sólo no me importa sino que te lo agradezco como uno de los mayores elogios que un libro mío pueda recibir. Por lo que antes te comentaba de mi pretensión de construir historias amenas, pero también porque estoy convencido de que el sarcasmo y la caricatura constituyen los dos recursos más poderosos del arte.

¿Y por qué esa creencia? ¿Sarcasmo y caricatura son realmente los recursos artísticos más poderosos?

Yo creo que sí. No son, naturalmente, los únicos, pero si hago memoria de las creaciones artísticas, de forma muy especial de las literarias, que dejaron en mí más perdurable huella, siempre doy con obras maestras de la caricatura, del mundo de lo grotesco, o del esperpento. Cuando un creador nos pone frente a un espejo deformante nos fuerza a contemplar la realidad profunda que se nos estaba velando. Y la punzada de la libertad en medio de las toneladas de solemnidad que nos siguen circundando. Como las gárgolas y las quimeras de una catedral gótica. ¿Quién no vuelve hacia ellas la cara?

Te leo un fragmento de una reseña que apareció en Mundo Obrero: «Toda la novela tiene el hilo conductor de las vicisitudes de nuestro filósofo por comprender, por poder explicarse el sentido de su existencia, pero el verdadero mérito de este libro está no solo en el gran desarrollo de este personaje sino de todos los que van apareciendo y acompañándole a lo largo de su vida, de su huida, de su desesperación, de su soledad; y en el retrato de fondo, esta sociedad». ¿Te parece justa esta aproximación?

Ojalá lo fuese. Provoca una cierta sensación de ebriedad intelectual ver que un lector te devuelve confirmados los objetivos que perseguías al crear una obra. Pero retengo sobre todo las dos últimas cosas que dice Luis González Carrillo, el autor de la reseña. Primero, el perfil de cada uno de los personajes. Todo lo demás tiene para mí en una novela menor importancia. A mí no me funcionan las historias hasta que no he reunido al menos un puñado de personajes que han cobrado vida. Prefiero abandonar la historia y empezar otra, lo que me lleva a iniciar muchísimos relatos que dejo inacabados. Cada una de mis novelas, las publicadas y las no publicadas, es el fruto de como mínimo media docena de intentos fallidos. Y también, en cada una de ellas, hasta el personaje que no aparece más allá de un par de líneas debe estar trazado de tal modo que pueda ser protagonista de su propia historia en una nueva novela. En segundo lugar, por supuesto, el retrato de fondo, la sociedad, que es también la aparición ante mi Sócrates de los otros.

De las no publicadas dices. ¿Nos anuncias ya alguna novedad en ciernes?

Ahora me refería a novelas de aprendizaje pero terminadas, que incluso en su tiempo intenté publicar, afortunadamente sin éxito. Tengo dos, tituladas Magma y El árbol Igdrasil, a buen recaudo en el trastero de mi casa. El único libro finalizado que sigo intentando que vea la luz (a ver si lo logro en los próximos meses) es un poemario titulado Rebato de amor.

Vuelvo a Sócrates y su secreto. ¿Y si te dijera que veo en tu novela una de las críticas más agudas a la política-economía española de estos últimos años? ¿La leo muy mal? Más aún, generalizando un poco: a la sociedad española en su conjunto.

Te tendría que responder lo mismo: ojalá fuese esa la lectura que hicieran muchos. Yo tengo 46 años de edad. He crecido con la Transición. A los de mi edad nos hicieron creer que, con todos sus defectos, habíamos alcanzado la mejor de las sociedades. Hasta las organizaciones políticas nominalmente revolucionarias asumieron que como mucho cabían pequeños ajustes. Nos habituamos a aceptar la corrupción generalizada como un mal menor, incluso como una vertiente inevitable de la democracia. Y no sólo perdimos la aspiración a transformar la realidad, sino incluso la noción de destino colectivo. Ya sólo cabían revoluciones interiores, personales, individuales. Aún sin referirse específicamente a España, Arundhati Roy escribió algunos párrafos deslumbrantes por su claridad acerca de esta deriva. Y de repente todas las seguridades se desmoronan y comprobamos que todo estaba podrido, que es insostenible y que, para colmo, miles de personas se atreven a sublevarse en las calles riéndose de las renuncias con las que nosotros habíamos aprendido a convivir. Somos los necios Sócrates que hacemos una revolución interior que no le importa a nadie mientras la gente estalla sin contar con nosotros.

Tomo nota de tu apunte y espero que el lector repare en él como se merece. Tú tienes 46 años, yo tengo 14 más. Elvira, la compañera de Sócrates, ¿retrata, representa por decirlo mal, la bajura poliética de muchos miembros de mi generación, sin que yo me excluye por supuesto, nuestra entrega, sin lucha ni resistencias, a la absurdidad conformista más cotidiana?

Por lo que sé de tu trayectoria, pienso que sí deberías excluirte. En el razonamiento general que haces en cambio estoy por completo de acuerdo. En mi adolescencia me resultaba muy irritante escuchar los relatos de los tiempos heroicos de la rebeldía por los que algunas personas de más o menos tu edad pretendían, no sólo ser admirados, a lo que según los casos podrían tener derecho, sino sobre todo dar por zanjada cualquier posibilidad de nueva rebelión. Pero he de reconocer también que hasta finales de los noventa no vi en las generaciones más jóvenes una respuesta contundente a ese «fin de la historia» de andar por casa. Aquello de Churchill de que quien no sea revolucionario a los 20 no tiene corazón y quien siga siéndolo a los 40 no tiene cabeza se convirtió en la excusa perfecta para un nutrido ejército de hipócritas.

 

¿Qué nos puedes decir de la doctora Monsalud, un personaje que a mí me ha interesado especialmente?

Se trata desde luego de un personaje esencial. Y eso que la narración hubiese quedado exactamente igual, en mi opinión, prescindiendo de ella. Para la trama no era necesario nadie que diese la réplica a Diógenes.

Coincido contigo.

Sin embargo, desde un punto de vista psicológico, es un personaje estructural. Se trata de la persona decente, nada más y nada menos, casi un renacer del protagonista de mi anterior novela, La moral del verdugo, en otro contexto. Alguien que mira a los demás sin engañarse ni engañarlos y que hace lo que cree que es justo. Repito, nada más y nada menos. Es algo que despierta una mezcla de odio y pavor en los cretinos que no pueden asumir que la decencia exista. En este caso además es una mujer: un sacrilegio. Como anécdota añadiré que mi fe en los psicólogos es bastante escasa, por lo que convertir a una psicóloga en el contrapunto positivo del relato tiene más mérito. Otro personaje positivo es Alejandra, claro, pero sin la función básica de notario de la realidad que sí adquiere la doctora Monsalud.

He pensado mucho mientras te leía en Bulgakov, en El maestro y Margarita. ¿Te interesa la novelística del autor ruso?

No creo haber pensado de forma consciente en Bulgákov mientras escribía El secreto de Sócrates, pero, ahora que lo mencionas, puedo entender perfectamente la relación que estableces, y que me resulta muy grata porque mi recuerdo de la lectura de El maestro y Margarita es el de habérmelo pasado en grande. Parece evidente que hay recursos literarios que exploramos de la misma forma, aunque en mi caso sea como mero aprendiz de un autor tan excepcional: el sarcasmo, la construcción de personajes grotescos, la demoledora caricatura de la burocracia y de la corrupción, incluso la presencia del gato en las dos novelas, si bien mi gato filosófico se inspira en el Murr de Hoffmann antes que en el Popota de Bulgákov. El gato es un animal muy literario, quizá por ser el único que ha conseguido domesticar a nuestra especie.

Me interesa, por supuesto que me interesa, y mucho, la obra de Bulgákov, y no sólo la novelística, sino de forma muy especial su faceta de dramaturgo. Así que no me sorprende que lo que yo escriba pueda recordarlo. Quizá existan dos zonas de encuentro importantes entre ambos. En primer lugar, Bulgákov se nutre de la mejor literatura rusa, que es igualmente la que a mí me resulta más querida. Con todos los perdones para Cervantes, a quien naturalmente considero un gigante, nunca he ocultado que para mí el más grande narrador de todos los tiempos es Dostoievski, del que siempre he leído con avidez cuanto caía en mis manos. En segundo lugar, yo diría que lo exacto es catalogar a Bulgákov como autor soviético más que como autor ruso, y no por mera ubicación cronológica sino porque su obra únicamente se entiende en el entorno de una revolución traicionada, corrompida y transformada en asfixiante caricatura de sí misma. Lo mismo cabría decir de la fantástica introspección poética de Boris Pasternak. Lo maravilloso ahora, al par que inquietante, es que aquel mundo literario que anhelaba la libertad, nacido en el corazón atormentado de Bulgákov o Pasternak, nos llama a nosotros en la opresión de nuestro mundo actual. La interpretación convencional querrá anclarlos en su tiempo y su país, pero una nueva lectura nos sugiere que pueden decirnos mucho también de la podredumbre de nuestro tiempo y de nuestro propio país. Ésa es la universalidad de la buena literatura.

Si me permites, estoy casi convencido que Francisco Fernández Buey, gran lector de la literatura rusa, hubiera suscrito sin matiz alguno lo que acabas de apuntar.

Sé que Fernández Buey era un gran lector, pues de otra manera su obra es imposible. No sabía en qué medida la literatura rusa formaba parte de sus preferencias, pero me alegra mucho coincidir con él.

¿Y Lewis Carroll? ¿No hay también algún homenaje al autor de las Alicias?

Tampoco en este caso el homenaje es consciente, pero de nuevo me hablas de un autor que siento cercano y me descubres aspectos de mi novela en los que no había reparado pero que reconozco, lo que me reafirma en lo fructífero del diálogo entre autores y lectores. En este caso supongo que la influencia es diferente a la de Bulgákov. Para mí Lewis Carroll es casi un autor familiar. Tengo dos hermanos matemáticos (un hermano y una hermana, para ser precisos). En especial con mi hermano mayor he compartido lecturas de las Alicias, como dices, y largas conversaciones sobre los juegos y los problemas, o los nudos, de Carroll, conversaciones en las que yo mayormente escuchaba y aprendía.

 

Pues en mi opinión tu hermano debe ser un profesor excelente y tú, por supuesto, un alumno más que receptivo.

No pretendo que descubras nada pero, ¿el secreto de Sócrates no es un secreto también de muchos otros?

Desde luego que sí, y precisamente por eso Sócrates es el protagonista de la novela aunque no sea mi personaje predilecto dentro de ella. Es el personaje que irradia, aquel en el que los otros pueden verse reflejados aunque les pese, un polo de atracción.

Antes has hablado de uno de tus personajes predilectos. ¿Nos señalas otro?

Me atrae especialmente Diógenes. Está ensimismado, como el propio Sócrates aunque de otra manera. Presume de ser hombre de acción, pero lo es en gran medida de esa forma tan barojiana que consiste en agitarse sin cesar pero sin ir a ningún lado. Resulta con frecuencia cruel. Pero hace lo que le da la gana en cada momento. Es para mí un personaje mucho más seductor que Sócrates. Y hay otro personaje de menor presencia que me cae especialmente simpático, que es el librero, el Pirata.

Por cierto, puestos en reflexiones socráticas, ¿qué es ser filósofo para ti?

Para serte sincero, a estas alturas de mi vida no te sabría responder a esa pregunta con un mínimo de claridad. Hace muchos años que perdí la confianza en el filósofo como figura social específica, en un sentido más profundo que el mero ejercicio de una investigación aproximativa u orientativa en diferentes campos de la ciencia. El ser filósofo como actitud ante la vida, para entendernos, en mi opinión tuvo sentido por última vez en la tarea titánica de los enciclopedistas franceses por armar la razón frente a la tiranía y la superstición. Ellos son los últimos filósofos. Para después, cabe discutir de la filosofía, de su razón de ser, de sus posibilidades de reconstrucción, tal vez por las sendas que sugería Mario Bunge hace años. No lo sé. El filósofo que era Sócrates, y ahora hablo del histórico y no del personaje de mi novela, yo no creo que ya quepa entre nosotros. Pero tal vez porque con la edad me he vuelto demasiado modesto o demasiado prosaico; me preocupa el ser humano, el ser social y, por lo que a mí se refiere, me basta con intentar ser honrado.

Hay dos reconocimientos explícitos al final del libro, en la página 445. El primero a Eduardo Galeano, el segundo a Manuel Sacristán. ¿Por qué esos dos autores?

Por Eduardo Galeano mi admiración es inmensa. Para mí, como supongo que para otros muchos, la primera lectura de Las venas abiertas de América Latina tuvo un efecto electrizante y verdaderamente revelador. Pero el reconocimiento en la novela es rigurosamente por lo que se dice. Uso un dato muy concreto que tomo de forma directa de uno de sus libros y dejo constancia de ello. El caso de Manuel Sacristán es diferente. Sacristán es como mínimo una de las almas del gato filosófico de mi novela, forma parte de ella. Me pareció de una exactitud asombrosa aquello de que los intelectuales se empeñan en no morirse y se me antojó muy buena idea espetárselo al protagonista, constantemente obsesionado con la idea del suicidio. La muerte forma parte de la vida, ésa es la cuestión.

Yo te agradezco mucho que Sacristán sea una de las almas de tu gato. ¿Sócrates puede ser el personaje de una saga filosófica de la que hemos leído el primer volumen?

No había pensado en ello. Tengo mediado un relato en el que por primera vez saldo algunas cuentas pendientes con mi propia biografía y llevo masticando otra idea. Veremos qué resulta al final.

¿Has presentado la novela «en sociedad»? ¿Qué tal las presentaciones?

Ya ha sido presentada en la librería Punto y Coma de Leganés y también en la librería Antonio Machado de Madrid, en el edificio del Círculo de Bellas Artes. A Leganés volverá el 29 de mayo, a la Libre de Barrio, que es librería, lugar de encuentro, debate, exposiciones, música y mucho más gestionado por unos muy buenos amigos.

¿Piensas hacerlo también en Barcelona?

Quiero sacar la novela de Madrid y Barcelona sería un muy buen sitio por donde empezar, o continuar. Pero aún no hay nada concretado.

Por cierto, ¿y una película tipo «Ser o no ser» inspirada en tu novela?

Eso sería fantástico, pero me temo que bastante más difícil de conseguir. En breve le pasaré un ejemplar de la novela a una persona del mundo del cine. A ver qué opina.

¿Quieres añadir algo más?

Sólo que con esta entrevista he descubierto multitud de cosas que no sabía de mi novela, lo que te agradezco mucho. Igual me animo a leerla.

Vale la pena, no te demores. Y gracias por tus palabras: los socráticos siempre habéis sido muy generosos.